viernes, 18 de marzo de 2011

El Tajín y las danzas



El Tajín es una de la ciudades más asombrosas del mundo mesoamericano. Está asentada en el corazón del territorio del pueblo totonaco que los mexicas llamaron por ello Totonacapan. Los totonacos acuden ahora a El Tajín sabiendo que es la cuna de su linaje, el testimonio de su sabiduría milenaria. Ellos saben que alguien más vive en El Tajín: ciertas dignidades espirituales que custodian las pirámides, los nichos, la selva que sigue latiendo con la más intensa y profunda vida.

Desde la más remota antigüedad fueron consideradas las cuevas como una entrada al mundo del más allá, a la dimensión invisible donde residen los dioses. Cuando el Tajín tenía pocos visitantes, se podían encontrar restos de velas de cera en los nichos del costado oriental de la pirámide conocida con ese nombre, de los nichos. Es decir, en las construcciones de El Tajín los nichos constituyen cuevas simbólicas. Por ello, en distintas épocas, para los totonacos El Tajín ha sido el lugar de los seres invisibles o espíritus. Los totonacos actuales llaman Tajinin a los cuidadores de El Tajín, a los señores o dignidades espirituales a quienes hoy piden permiso para penetrar en sus territorios y hablar de los misterios que El Tajín contiene, que a lo largo de casi mil años alentaron su vida.

Las zonas cercanas a Papantla, particularmente en ceremonias religiosas tradicionales, ofrecen una lección significativa. Se trata de la conservación de un sistema de rituales, cosmogonías, danzas, pero sobre todo de ceremonias de iniciación, de curación y de purificación que se mantienen de una manera minuciosa con sus sistemas de ofrendas y de participación comunal, sin la lengua indígena como vehículo de sustento ritual. A partir de dos ceremonias fundamentales de los totonacos se revela otro elemento de transmisión o de conservación cultural desde la época prehispánica: la danza. Quizá la danza más famosa sea la de los voladores. Pero si los voladores llamados de Papantla tienen un giro circular descendente desde un palo elevado, otros danzantes conocidos como los Huahuas tienen un giro diferente en un palo horizontal fijo. Estos descensos y giros representan el vuelo de aves que a veces son los loros, las guacamayas o los quetzales, pero que en el fondo podrían estar asociados al concepto de Quetzalcóatl o Serpiente Emplumada y a su vuelo circular y celeste. El Tajín constituye en sí mismo una faceta de esta divinidad emplumada que se desplaza en el firmamento. Los Huahuas tienen, además de su giro, una danza sobre la tierra en la que adoptan, flexionando la pierna derecha sobre el pie izquierdo, la misma posición con que se representan a divinidades celestes gemelas en frisos superiores de dos bajorrelieves de El Tajín.

Descubrir esta ligazón entre la danza actual y los mismos frisos y rasgos que también aparecen en columnas o en ofrendas, ver estos rasgos en El Tajín, en los restos escultóricos o de ofrendas funerarias de las distintas etapas de la ciudad, puede sorprender. Dijeron que fue en Coxquihui o en Caxhuacan; otros que fue en Copala. En la feria anual del poblado había ceremonias, juegos y bailes. Al cuarto día de la fiesta, los danzantes que participarían como voladores efectuaron la danza ritual anterior al vuelo. Luego ascendieron al palo volador a ocupar sus lugares. El danzante central comenzó a invocar a los cuatro puntos cardinales. De pronto, cuando se disponían a girar para descender, el grupo entero de danzantes con el equipo de la manzana, el cuadro y las sogas, se desprendieron del palo volador y ascendieron girando hacia el cielo sin interrumpir la música ni la danza. Al poco tiempo cesaron de verse y escucharse.

El pueblo se reunió en torno al palo volador y decidieron derribarlo, pues los hombres que ascendieron difícilmente regresarían. Sin embargo, para asombro de todos, cuando transcurrieron otros cuatro días, en la lejanía volvió a escucharse la música de la flauta y el tambor. Los hombres y mujeres del pueblo comenzaron a distinguir el cuadro y la manzana y descubrieron que eran los mismos danzantes que regresaban girando al compás de la música. Pero el palo ya no se encontraba en su sitio y los voladores otra vez giraron hacia el cielo y no regresaron. Todos en el pueblo lamentaron no haber dejado el palo en su sitio, pues hubieran tenido la oportunidad de conocer por boca de los danzantes el mensaje de las mansiones celestes. Los totonacos de ahora saben que algún día otros voladores se elevarán girando hacia el sol para que después, a su regreso, el pueblo conozca el mensaje divino. Tal vez la ciudad de El Tajín contiene parte de ese mensaje. Tal vez parte de ese mensaje sigue en los frisos y en ciertos espacios destacados de El Tajín: los del juego de pelota.

Carlos Montemayor

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