Aliancismo reinsertado
PRI: artillería pesada
El voluntarismo escenográfico (movido cada cual por intereses discordantes entre sí) solamente produce apariencias unitarias que a su vez generan entusiasmo elemental entre las masas de un partido, o varios partidos, o un movimiento que es virtualmente un partido más, ansiosas de avizorar posibilidades reales de triunfo aunque sea electoral y tan predispuestas hoy a aplaudir acríticamente las estampas de reconciliación en el templete de Ecatepec como mañana a desilusionarse y desahogarse contra incumplimientos, traiciones o insuficiencias que esas masas deberían haber aprendido a leer y entender luego de tantas experiencias similares amargas.
Allí están, juntos pero distantes, a centímetros de distancia entre ellos, pero sin verdadera cercanía. Tres personas distintas y un solo candidato verdadero. Casi seis años después de que se negó a apoyar a su compañero de partido, que acabó siendo declarado perdedor mediante un fraude tan forzado que apenas pudo establecer una diferencia oficial ínfima (el famoso 0.56 por ciento), Cuauhtémoc Cárdenas reaparece junto a López Obrador, que sigue siendo la máxima estrella perredista del vals de las urnas. No hay nada que sustente la hipótesis de un reacomodo político e ideológico entre AMLO y CC, más que el cebo del estado de México y la noción clara de que allí la clase política del sol azteca se juega una oportunidad, tal vez la última, para esta generación regida por las mareas del michoacano y el tabasqueño, de alcanzar el poder federal. A Cuauhtémoc le interesa encauzar a su heredero dinástico, Lázaro Cárdenas Batel, y a Andrés Manuel le conviene promover esa imagen de unidad sostenida con alfileres en la que será su última búsqueda en firme de la banda presidencial legítima.
Otro de los tres tenores asiste en calidad de testigo protegido. Su nombre es coreado débilmente, en comparación con su presunto adversario que, a como se ven las cosas, le ha ganado de calle la carrera por el mejor posicionamiento
: Marcelo Ebrard apenas alcanzó a recomponer algo de figura luego del naufragio de la alianza con el PAN en el estado de México, y ahora comparece con aires de ser inimputable ante el tribunal de la plaza pública en la que algunos de sus compañeros de andanzas aliancísticas, como Jesús Zambrano, Carlos Navarrete y Manuel Camacho, se llevan denuestos de diferente calibre, a pesar del halo de perdón colectivo que la élite pretende imponer a los asistentes que no comparten más que en términos tácticos ciertos aspectos del banquete de los hijos pródigos. Es obvio, salta a la vista y al oído, que los Chuchos están presentes con calzador, que no ha habido ningún tipo de reajuste serio en las filas del sol azteca, pero que el olfato oportuno de los colaboracionistas y aliancistas les lleva a reinsertarse aunque sea en términos indecorosos en el proyecto pejiano al que en su momento sabrán sacarle provecho grupal mediante torpedeo interno, chantaje para ganar posiciones y candidaturas o simple y sencilla traición subastada. ¡Viva la nueva unidad provisional de la izquierda electoral!
López Obrador triunfa en el terreno del vitoreo, pero también se regala el derecho de transgredir el código de cortesía discursiva que practican los otros oradores. Cárdenas teje en torno a su caballito de batalla nacionalista, antimperialista y popular, mientras Ebrard se esmera en parecer un joven de secundaria entusiasmado porque a la fiesta familiar llegaron los invitados más deseados, ante quienes desgrana recitaciones de ocasión, y Alejandro Encinas, a cuyas honras se estaría celebrando tan peculiar encuentro distante del tercer tipo, cierra la ronda con recuerdos de la lucha de la izquierda social auténtica y con los naturales compromisos de corte electoral de la ocasión y el trazo del perfil del dinosaurio favorito: el Grupo Atlacomulco, que representaría el eje del mal tanto en su sede mexiquense como en sus ambiciones de expansión nacional mediante un copete de reconstrucción moderna que en realidad proviene de las etapas salinas del jurásico.
Frente a esos posicionamientos más o menos previsibles, AMLO soltó críticas al hecho que finalmente provocó la insólita reunión de egos e intereses contrapunteados: las famosas alianzas con el PAN que dieron al tabasqueño la oportunidad de plantear un amago de ruptura a fondo si se reiteraban en la plaza mexiquense. No debería abordar puntos polémicos, pues lo importante era el fortalecimiento de la unidad, pero el viajero permanente nombró la soga en casa de los ahorcados, y la estrategia de los pactos electorales con Acción Nacional fue pasada a cuchillo oratorio, con la natural molestia o incomodidad apenas disimulada por los artífices de los arreglos numéricamente exitosos, pero políticamente ya fracasados (basta ver lo que sucede en Oaxaca, donde Gabino Cué no puede ni con su gabinete, que se la vive peleando entre sí mientras los problemas políticos y poselectorales arden, o Sinaloa, donde el mentado Malova sigue entrampado y dando palos de ciego, o Puebla entregada al gordillismo...).
El priísmo, por su parte, ha concentrado en el estado de México lo más pesado de su artillería de remodelación electoral, con cartucheras monetarias provenientes de mil proveedores y un solo objetivo: ganar la sucesión estatal, aunque sea con Eruviel Ávila, quien no genera pasiones electorales y tampoco tiene el genuino apoyo del figurín gobernante que hubiera preferido a otro candidato, pero el objetivo 2012 le obligó a ceder aunque fuera provisionalmente. Y, desde luego, encaminarse con aire triunfal a las urnas nacionales. Ayer mismo lo dijo el profesor Moreira, luego de un acto con Eruviel realizado sugerentemente en la Plaza de los Mártires: alzarse con la victoria en el estado de México marcará el regreso del PRI a Los Pinos.
Y mientras hoy, a las 19 horas, este tecleador astillado presenta Los morros del narco, de Javier Valdés, en el Centro Centenario de las Artes de Culiacán, ¡hasta mañana, con Agustín Carstens y Ernesto Zedillo mencionados como posibles sustitutos del director del FMI pillado en delincuencia sexual!
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