Eugenio Hernández, gobernador de Tamaulipas hasta el fin del año pasado, ha sido uno de peores responsables del poder ejecutivo en esa entidad, lo que ya es decir. Y medido con sus contemporáneos, contaría asimismo entre los peores gobernadores de la generación elegida en 2004. Y mire usted que en ella figuran Ulises Ruiz, Mario Marín, Fidel Herrera, Ismael Hernández, Jesús Aguilar Padilla, José Reyes Baeza. Y sin embargo, Eugenio Hernández ha sido gratificado por su partido. Será secretario técnico del Consejo político nacional.
Los ciudadanos comunes y corrientes encontramos difícil explicar esa grave contradicción. En vez de premiar a un gobernante que entrega malas cuentas, un partido auténticamente preocupado por el bienestar general debería no digo que iniciar un juicio político en su contra, algo que ni sus opositores hacen (por negligencia o por temor) sino al menos depositarlo en la sima del olvido. O si se quiere una metáfora menos solemne, imponerles la regla de que el que ya bailó, que se siente. Un partido que tomara a pecho sus principios, además, se apartaría de un gobernante que fue desleal, pues en la elección presidencial de 2006 dirigió su poder electoral a favorecer a un adversario y no a su propio candidato, según fue público y notorio. Y medible con estadísticas electorales.
Pero Hernández no se sentará ni será abominado como se hace con los traidores. Al contrario, será una figura eminente en el equipo de otro exgobernador -este elegido en 2005-Humberto Moreira, que en materia de seguridad (la pública callejera, y la industrial en la región carbonífera) no tuvo nada bueno que dejar a sus gobernados. Así, una primera explicación, al nombramiento de Hernández, es la simpatía de su amigo Moreira, la similitud de sus situaciones, su identidad de intereses. Sería una explicación goethiana, es decir relacionada con las afinidades electivas.
Una explicación apta para el momento en que se produce su incorporación al equipo de Moreira es su reconocida aptitud para la manipulación electoral, lo que permitió que Tamaulipas ganara el título de estado más priista de la república. El galardón se lo otorgó Consulta Mitovsky al examinar la evolución del voto priista, que en sexenios anteriores al de Hernández había caído hasta debajo del cincuenta por ciento. En 2006 la elección presidencial mostró un descenso todavía más pronunciado, pues Roberto Madrazo sólo obtuvo el 27.4 por ciento de los votos. Pero ese no fue fracaso de Hernández, sino un éxito, una demostración de su fuerza. Tuvo capacidad para dirigir el sufragio priista hacia el PAN y por eso Felipe Calderón ganó ese estado. Hernández se había comprometido a obrar en tal dirección en acuerdos con Elba Esther Gordillo y con el secretario de Comunicaciones de Fox, Pedro Cerisola.
Pero en el manejo de sus propias elecciones, Hernández se mostró más priista que cualquiera. De las 43 alcaldías en disputa en la elección de 2007, su partido ganó 34, y Acción nacional sólo 8 (y una solitaria el PRD). Su dominio fue más patente en la elección legislativa. Aplastó a la oposición en los 19 distritos electorales locales, "carro completo" al modo antiguo. El PAN y el PRD tuvieron acceso a la Cámara de Diputados sólo por la vía de la representación proporcional: ocho y dos legisladores, respectivamente.
Se creería que las condiciones electorales cambiarían radicalmente en los años recientes, en la medida en que creció la delincuencia y fue haciéndose notoria la incapacidad de las autoridades de todo nivel para frenar a las bandas criminales que, enfrentadas entre sí o haciendo cada una de ellas sus afrentosos negocios por su lado, minaron la institucionalidad local. Pero no fue así. El PRI ganó la gubernatura con un porcentaje de votos (61.58) aun mayor que el obtenido seis años atrás por Hernández mismo (58.9). Y eso que el candidato vencedor sólo pudo hacer campaña durante cuarenta y ocho horas, o menos.
En los antecedentes de ese hecho radica otra eventual explicación al nombramiento de Hernández. Tiene que ver con el derecho penal, no con el electoral. Hace casi once meses, el 28 de junio del año pasado, fue muerto a balazos, a pesar del blindaje de su vehículo y la protección de su escolta, el candidato al gobierno, Rodolfo Torre Cantú. Durante los seis meses en que todavía permaneció en el cargo, Hernández nada hizo por que se averiguara la causa y los causantes del crimen, que hoy sigue sin ser resuelto, no obstante que el gobernador elegido en vez del finado es su propio hermano, Egidio Torre Cantú.
Si ni siquiera pudo mostrar interés y eficacia en un caso escandaloso (por el nivel político de la víctima) y cercano al partido oficial (basta recordar la indignación expresada entonces por la presidenta priista Beatriz Paredes), menos hizo el ahora secretario técnico del consejo político nacional a favor de sus gobernados.
Me pregunto si el arropamiento a Hernández por Moreira obedece a su eficacia para convertir a Tamaulipas en el infierno que hoy viven los habitantes de esa entidad, vivan en grandes ciudades o en pequeños villorios, o los pasajeros que transitan por sus caminos. El Ejército se ha hecho cargo de la seguridad pública. Y llegó para quedarse. Anteayer la Legislatura local autorizó al Gobierno a ceder a la Defensa Nacional un predio de cuarenta hectáreas (primero de tres comprometidos), destinados a cuarteles. Ese es el modo en que el Gobierno Federal enfrenta la vulnerabilidad institucional local, que es la herencia de Hernández.
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