La retardada admisión de los casos de pederastia, especialmente el de Maciel, prueban que el Vaticano tiene un lento sistema de justicia. En tanto, procedió por la vía del fast track a la beatificación de Wojtyla
Cuando este primero de mayo el papa Benedicto XVI beatifique a su predecesor, Juan Pablo II, en la gran ceremonia de la plaza de San Pedro, tomará preeminencia un misterio barroco. La beatificación, el paso final antes de la canonización o santidad, engrandece al difunto como “bendito” o digno de veneración. Las autoridades se prepararon para recibir a un millón de personas, dos días después de la boda real del Príncipe de Inglaterra.
La mayoría de las beatificaciones se toman décadas después de la muerte de la persona, símbolo del cuidado que pone el Vaticano a la certificación de que ciertos logros de vida propuestos por colegas religiosos ameritan el camino a la santidad. Pero la agenda queda sujeta a las disposiciones papales. En este caso, la decisión de Benedicto XVI de acelerar el caso de Juan Pablo II ha atraído críticas de católicos prominentes y de sobrevivientes de abusos sexuales por parte de sacerdotes.
SANTIFICACIÓN FAST TRACK
Los santos más antiguos eran mártires de su fe, reverenciados por sus seguidores. De los 264 papas en la historia de la Iglesia, 81 han sido canonizados. Sin embargo, desde el Concilio de Trento en el siglo XVI —la respuesta de la Iglesia romana a la reforma de Lutero— sólo dos papas han sido hechos santos: Pío V, que llamó al Concilio de Trento, y Pío X, quien reinó de 1903 a 1914.
Juan Pablo II simplificó el proceso, ya que eliminó la figura del investigador crítico o “abogado del Diablo”, que buscaba razones para no canonizar. En su pontificado, Karol Wojtyla presidió más canonizaciones que todos sus predecesores juntos. Ahora él mismo se beneficia de las reglas que reinventó.
Queda una pregunta: ¿debe un Papa que le dio la espalda a la peor crisis de la historia moderna de la Iglesia ser hecho santo? Demandas de las víctimas de abuso por parte de sacerdotes, juicios numerosos y noticias de los obispos que encubrieron a los abusadores son el saldo de la historia tenebrosa de los 26 años del papado de Juan Pablo II. Él respondió a las denuncias continuas con negación e inercia. Las diócesis estadunidenses y las órdenes religiosas han gastado cerca de dos mil millones de dólares en defensa legal y tratamiento de las víctimas, un escándalo de costos al final incalculables para la estatura de la Iglesia.
Juan Pablo II ha sido admirado como una gran figura en la escena mundial, un catalizador para la caída del comunismo soviético y un adalid de los derechos humanos. Sus conmovedoras homilías sobre la libertad en su primera visita papal a Polonia en 1979 galvanizaron el movimiento Solidaridad. En su visita al Chile del dictador Augusto Pinochet presidió una misa multitudinaria “presentando orador tras orador que acusaba censura, tortura y asesinato politico”, escribió Jonathan Kwitny en su biografía de 1997, El hombre del siglo. Mientras la policía usaba cañones de agua para repeler a las turbas, la voz de Juan Pablo II resonaba: “¡El amor es más fuerte… el amor es más fuerte!”. Su viaje fue un parteaguas en la transición chilena de vuelta a la democracia.
NEGACIÓN Y TORTUGUISMO
Sin embargo, desde 1989 y hasta su muerte en 2005, el Papa omitió, una y otra vez, tomar acciones decisivas en respuesta a claras señales de una subcultura criminal en el clero, un submundo que dañó sexualmente a decenas de miles de jovencitos. A pesar de un memorándum precautorio de 1984 del reverendo Thomas Doyle, un abogado canónico de la Embajada vaticana en Washington, seguido por un reporte de 93 páginas, en coautoría con el mismo Doyle, y además un requerimiento de los obispos estadunidenses al Vaticano para acelerar la inhabilitación de los sacedotes pederastas —en 1989 el sínodo de obispos envió a expertos en derecho canónico a Roma para intentar simplificar el proceso, eliminar la bizantina burocracia vaticana y el juicio final del mismo Papa— Juan Pablo II no enfrentó el tema. Mientras los juicios se multiplicaban, el Papa permaneció pasivo. Nunca ordenó acercamiento alguno con las víctimas, ni políticas claras para expulsar del clero a los infractores.
Cuando las víctimas se acercaron a los abogados, los descubrimientos legales en el mundo entero revelaron documentos que unían a obispos, a superiores religiosos y a oficiales vaticanos en una red de complicidad con los agresores sexuales; en un caso emblemático, la Santa Sede está acusada de negligencia por el litigante Jeff Anderson, en representación de una víctima de abuso de un sacerdote en el estado de Oregon, quien fue transferido allí desde Irlanda a pesar de estar bien documentado su historial como abusador sexual en la isla. El 22 de abril pasado, el juez Michael Mosman ordenó: “El quejoso ha demostrado evidencia suficiente que tiende a demostrar que la Santa Sede sabía de las propensiones del padre Ronan —el acusado— y que, en algunos casos, la Santa Sede ejerció control directo sobre la conducta, puesto y remoción de determinados sacerdotes acusados de similares conductas sexuales inapropiadas”. El Vaticano metió una apelación a la Suprema Corte, pero ésta se rehusó a intervenir, lo que permitió el desarrollo del caso en los tribunales.
Del papel de Juan Pablo II en esta pesadilla de la Iglesia, el reverendo Richard McBrien, un teólogo distinguido de la Universidad de Notre-Dame, escribió el siete de febrero pasado en su columna periodística: “Sin duda, su récord fue terrible, pleno de negación y de tortuguismo, en una de las peores crisis de la Iglesia desde la Reforma del siglo XVI”.
VOLTEÓ HACIA OTRO LADO
“¿Quién es este hombre que miró hacia otro lado ante los escándalos de abusos sexuales de su clero, mientras protegía al padrino de todos ellos, el padre Marcial Maciel Degollado?”, pregunta Eugene Kennedy, autor y profesor emérito de Psicología de la Universidad de Loyola, en un reciente ensayo publicado en el National Catholic Reporter. Y el padre McBrien añade: “Asumimos que Juan Pablo II y Pío XII están en el paraíso, pero de allí a señalarlos como ejemplos de santidad es algo enteramente distinto”.
El padre Doyle perdió su trabajo en la nunciatura vaticana por el reporte de 1985, que envió a todos los obispos de Estados Unidos, y donde predecía una enorme crisis de no tomarse acciones urgentes. Con el tiempo el documento se convirtió en probatorio de múltiples juicios legales y Doyle, ahora en licencia del sacerdocio, fue testigo experto de las víctimas de muchos casos civiles contra la Iglesia.
La negligencia del papa Benedicto XVI en anteriores tiempos le ha hecho su propio daño a la silla de San Pedro: ¿cómo puede un Papa hablar de paz, proclamar la santidad de la vida y hablar de derechos humanos mientras de hecho dio inmunidad a obispos y a cardenales encubridores de pederastas? Juan Pablo II le heredó una disyuntiva a Joseph Ratzinger: una arcaica tradición de tribunales vaticanos sumisos ante los obispos y otros altos oficiales de la Iglesia. Sin duda, el Vaticano tiene un sistema de justicia disfuncional, como se ve en el caso del cardenal Bernard Law, quien renunció como arzobispo de Boston en el 2002 luego de una investigación del Boston Globe, que descubrió más de 80 curas acosadores bajo su autoridad directa. Luego de cuatro millones de dólares de déficit y 37 millones por pagar en préstamos, el cardenal Law salía rumbo a Roma para aceptar la jefatura de la basílica de Santa María Maggiore, con un salario de 12 mil dólares mensuales. Hoy se sienta en el Consejo Vaticano de la Congregación para los Obispos.
El primero de abril, el Catholic News Service recogía desde Roma las palabras del cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos: “El papa Juan Pablo II está siendo beatificado no por su impacto en la historia de la Iglesia, sino por cómo vivió las virtudes cristianas de Fe, Esperanza y Caridad”.
EL PERDÓN PARA UN “HORRIBLE PECADO”
Qué ironía: Juan Pablo II visitó 129 países, más que todos los anteriores papas juntos. Canonizó a más personas que todos sus antecesores. Conservador férreo en lo sexual y en lo teologal, puso énfasis en el valor de los derechos humanos. Ahora el Vaticano, convirtiendo la piedad personal en nuevo estándar para la santidad, restringe el escrutinio para blanquear la información incómoda de lo que fuera su mayor fracaso. “¿Cómo puede el Vaticano declarar bendito a un Papa sin bendecir a la vez sus acciones como tal?”, apuntó Kenneth Woodward, antiguo colaborador de Newsweek.
En los años noventa, Juan Pablo II ofreció una serie de disculpas por los pecados de la Iglesia, pidiendo la “purificación de la memoria histórica”. Pidió perdón por el racismo, el antisemitismo, por la Inquisición y las Cruzadas, por Galileo y por las colonias. Pero no incluyó a las víctimas de abuso sexual. Luego del huracán mediático expresó preocupación por los casos, pero a la vez acusando a los medios de sensacionalistas. Cuando la cobertura de la prensa se volvió crítica, un Papa avejentado y débil llamó a los cardenales estadunidenses a Roma. Leyendo para las cámaras, el Papa calificó los abusos de sacerdotes como “un horrible pecado”, y dijo que en el clero no había lugar para hombres así; pero también apeló “al poder de la conversión cristiana”, lo que implicaba el perdón para los agresores, y absolvió a los obispos por su “falta generalizada de conocimiento de estos casos”.
MACIEL, EL GRAN RECAUDADOR
Los obispos buscan en el Papa directrices y liderazgo. En el caso de México, esto resuena de manera particular con el peor escándalo del anterior papado: el que Juan Pablo II haya ignorado cualquier acusación de pederastia contra Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien alabó hasta seis años después de que en 1998 había sido presentada una demanda canónica para buscar la excomunión del acusado ante la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el cardenal Ratzinger.
Maciel se ganó el apoyo de papas mucho antes de la llegada de Juan Pablo II, mediante una agresiva política de recaudación de fondos que le permitió establecerse en Roma y ganar el favor de los oficiales vaticanos. La Legión de Cristo se vanagloriaba de su lealtad al Papa, y Juan Pablo II regresó el favor con su total apoyo. La alianza era natural: ambos compartían un anticomunismo militante y el deseo de salvar a la Iglesia de fuerzas liberales tales como la Teología de la Liberación. El mayor recaudador de la Iglesia moderna, Maciel, apuntaba a los conservadores ricos de América Latina, en particular a sus esposas y viudas.
Un año después de que Juan Vaca, antiguo legionario, le enviara al Vaticano una lista con los nombres de 20 víctimas del fundador, incluyéndose a sí mismo, Maciel hizo trabajo de avanzada para la visita papal de 1979 a México. Videos de la amistad entre Maciel y Juan Pablo II eran centrales en la publicidad para recaudar fondos para la Legión, y eran enviados a todos los donadores, activos y potenciales. En particular aquel donde el Papa está, en 1993, en el balcón sobre la plaza de San Pedro, y exclama: “¡Todos ustedes son hijos del padre Maciel!”. Bien conocida es la carta desplegada por la Orden en los diarios mexicanos donde, en 1994, el Papa llama a Maciel “guía eficaz de la juventud” (versión íntegra en www.msemanal.com).
Jóvenes legionarios que marchaban en pares con sacos de doble peto y cabello a rape le significaban a Juan Pablo II el resurgimiento de la ortodoxia que tanto anhelaba. Para 2006, con sólo 650 sacerdotes, la Legión tenía una red de escuelas, centros y universidades, así como un presupuesto de 650 millones de dólares anuales, según apunta The Wall Street Journal.
El 23 de marzo de 1997, el editor del Hartford Courant, Gerald Renner, y este autor publicamos una investigación sobre Maciel con testimonios grabados de dos españoles y siete mexicanos que fueron abusados por el fundador mexicano cuando eran seminaristas en los años cincuenta y sesenta. Los adolescentes, aislados de sus familias y asombrados por su carismático guía, que se hacía llamar Nuestro Padre, se sorprendieron luego con su adicción a la morfina y sus pretextos de haber sido dispensado por Pío XII de la abstinencia sexual para aliviarle sus dolores de estómago. Maciel rehusó cualquier entrevista, pero a través de sus voceros siempre alegó inocencia, mientras la Orden montó una campaña de acusación continua contra el carácter moral de sus víctimas. El Vaticano jamás comentó el caso. En octubre de 1998, las víctimas, comandadas por José Barba, contrataron a la canonista austriaca Martha Wegan, quien les armó un caso de excomunión que desde el inicio fue desestimado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, encabezada por Ratzinger.
LA VIRTUD QUE A TODOS PAGA
Bajo el sistema de justicia monárquico de la Iglesia, el Papa es el árbitro supremo del derecho canónico. Puede parar, revertir o desestimar cualquier caso. Además, el jefe legionario tenía otro gran aliado en la curia: el cardenal Angelo Sodano, secretario del Estado vaticano bajo Juan Pablo II, quien pidió detener el proceso contra Maciel; empero Ratzinger —un absolutista moral con una larga historia de persecución contra teólogos liberales— pensaba que la falta de un sistema central para castigar a los sacerdotes abusadores lastimaba a la Iglesia. Pero Maciel, para entonces, había ya tejido una costosa red de complicidades al interior de la curia romana: el sobrino de Sodano, Andrea, trabajó con su constructora en lo que sería la universidad de los Legionarios en Roma. Como lo consigné en un artículo anterior para el National Catholic Reporter, dos sacerdotes supervisores del proyecto le comentaron a Maciel de las fallas de Andrea en la obra, a lo que éste contestó: “¡Páguenle, y páguenle ahora!”. Y así fue.
Además de subsidiar al sobrino, Maciel daba al cardenal Sodano regalos en efectivo de cinco y 10 mil dólares, y cuantiosos sobornos a otros miembros de la curia, incluido el cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, secretario particular y mano derecha de Juan Pablo II; datos que, a pesar de haber sido publicados antes, no han sido desmentidos. Dziwisz rechazó ser entrevistado.
Cuando al enfermo Papa le quedaban seis meses de vida, Ratzinger ordenó destrabar la investigación que originalmente había armado Martha Wegan, pero ahora encabezada por monseñor Charles Scicluna. Luego de décadas de abuso, descrédito y desprecio, 30 hombres mayores dieron testimonio contra Maciel y la Legión en Roma. En 2006, un año después de que Ratzinger se convirtiera en Papa, éste le ordenó a Maciel una vida de oración y penitencia, prohibiéndole oficiar púbicamente; la orden lo disfrazó como un retiro voluntario y, cuando no pudo más, lo calificó como una persecución que, siendo aceptada mansamente, a la larga santificaría a “Nuestro Padre”. Maciel se retiró a la casa de la Orden en su pueblo natal, Cotija (Michoacán), a pasar el tiempo con su mujer, Norma, y su hija de 23 años. Cuando murió, en 2008, la Orden anunció que Maciel había ido al cielo.
Un año después, cuando se supo púbicamente de la hija, otros tres hijos mayores de Maciel se presentaron en la Ciudad de México alegando incesto. Benedicto XVI entonces ordenó, en un hecho poco común, una investigación completa de la Orden.
Los videos promocionales donde Juan Pablo II exclama loas a Maciel desde su balcón de San Pedro ya no circulan. San Agustín lo pone así en su Ciudad de Dios: “La justicia es una virtud que a todos paga”.
Jason Berry*
*Jason Berry es autor del documental Lead Us Not Into Temptation y coautor, con el difunto Gerald Renner, del libro sobre Marcial Maciel Votos de silencio. El fondo para investigaciones del Nation Institute asistió en una sección de este texto, tomado de Render Unto Rome: The Secret Life of Money in the Catholic Church, libro del autor a publicarse el próximo siete de junio en Estados Unidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario