Nadie sabe lo que es el miedo hasta que se halla en esta situación, dice Rodolfo; su hermano desapareció en Tamaulipas
Somos muchos los que hemos perdido a alguien, pero en todo el país hay levantados y las autoridades nada hacen
Sábado 16 de abril de 2011, p. 2
La pareja sale del edificio del Servicio Médico Forense (Semefo). Ella aprieta contra el pecho un sobre amarillo. Él se limpia los ojos con un pañuelo. Tiene los labios resecos. Se sobresaltan cuando los abordan los periodistas, quienes esperaban un flujo mayor de familiares en busca de información sobre los 70 cuerpos que la madrugada del jueves llegaron a la ciudad de México procedentes de Matamoros, Tamaulipas, en un tráiler frigorífico. Sí, ellos también vinieron a preguntar.
Durante la mañana, no fue más de una docena de grupos de familias con un pariente desaparecido que acudieron a pedir informes al Semefo. La mayoría declina dar su testimonio. El miedo a represalias es un silenciador poderoso. Esta pareja duda un momento y decide: “Total –dice él–, yo ya perdí a mi hermano, ¿qué más puedo perder?”
Explica que lleva noches sin dormir, dudando si ir a Matamoros, desde que salieron en los medios las primeras noticias de los entierros masivos en San Fernando. Todos me lo desaconsejaron; yo mismo llegué a la conclusión de que no iba a lograr mucho. Cuando vi la noticia de que traían al Distrito Federal 70 cuerpos de las últimas fosas descubiertas me decidí
. Viene de Tlalnepantla, estado de México.
Espero una noticia dolorosa, pero preferible a la zozobra que venimos viviendo desde hace un año. Que me digan que algo de él encontraron, un hueso, lo que sea que nos saque de la duda, que ayude a que la resignación entre en nosotros. Nadie que no tenga un desaparecido puede imaginarse lo que es esto
.
Él es Rodolfo (no es su verdadero nombre; nos pide reserva), y busca a su hermano menor, Jorge Enrique Arias Becerril. Hace un año y un día tuvieron la última noticia de él. Era ¿o es? chofer, y desde hace 17 años trabajaba llevando a la frontera coches importados para regularizar el papeleo. Vivía en Nuevo Laredo pero venía seguido al estado de México. Cada semana, sin falta, depositaba dinero para su familia. El 14 de abril de 2010 salió de Nuevo Laredo en un carro. Venía con tres acompañantes, todos de Apatzingán. Eran migrantes que ya venían de regreso a México. El plan era dejarlos en Querétaro. A las 2 de la madrugada del día 15 se comunicó con su patrón. Le dijo que estaban en Mier y que ya salían para acá. Él siempre viajaba de noche. Eso es todo. Nunca más se volvió a comunicar. Ni los michoacanos que iban con él
.
Meses después, contra la opinión del resto de la familia, que temía que tomar la iniciativa para buscar a Jorge Enrique los pusiera a todos en peligro, Rodolfo viajó a Nuevo Laredo. Se presentó en la Unidad Antisecuestros de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Levantó un acta el 26 de julio, la número 782010, y les dejó una foto tamaño carta de su hermano, un hombre de 44 años que con una playera roja mira sonriente hacia la cámara.
Ahora, ese retrato es uno más de los centenares que tapizan las paredes de la Procuraduría de Justicia tamaulipeca reclamando la aparición de familiares. Y casi nadie los busca por lo mismo
.
Solos frente a la mafia
–¿Por miedo?
–Porque uno se enfrenta con la mafia; ya vimos que ésos no se tientan el corazón por nadie. Y lo peor es que la enfrentamos solos. Porque no hay estado de derecho, no hay autoridades, ni aquí ni en Tamaulipas, que hagan algo”.
En Nuevo Laredo la policía estatal no dio seguimiento al caso. Me dijeron que llamarían si se sabía algo. Nunca llamaron. Nosotros hablamos varias veces, no hubo respuesta
. Estando en esa ciudad fronteriza quiso ir a Ciudad Mier a averiguar por su cuenta. Todos a su alrededor saltaron, alarmados. “Ciudad Mier, ¿usted sabe, no?, es una ciudad sin ley.
“No fui porque me convencí de que no hay justicia, no hay protección; de que a los que levantamos una denuncia nos engañan diciéndonos que investigan. Creo que la gente que le pide a Felipe Calderón que cese la violencia tiene razón. ¿Qué culpa tenemos nosotros que haya una guerra entre los cárteles?”
–¿Cree posible que los familiares de las víctimas se unan para exigir justicia?
–Mire, los que tenemos un desaparecido en la familia estamos conociendo lo que es el miedo. Yo sé que somos muchos en esta misma situación, pero estamos dispersos; hay levantados en todo el país. Además, lo que estamos viviendo día a día es un infierno. No hay una noche en la que no me ponga a pensar: ¿en qué barranco aventaron a mi hermano? ¿Queda algo de él o ya se lo comieron las alimañas? Luego, lo del pozolero... lo más seguro es que ya no esté completo. Quizá la única forma de identificarlo sea con el ADN. Ahora, nuestra máxima esperanza se reduce a encontrarlo, o aunque sea encontrar algo de él, para darle cristiana sepultura.
¿Se acuerda usted cuando lo de los 16 secuestrados que rescató el Ejército en Sabinas Hidalgo, Nuevo León? (27 de abril de 2010). Pues vimos el video en Internet y nos ilusionamos, creíamos haberlo reconocido entre los vivos. No era. Fue una falsa esperanza. Eso es muy duro. Y cuando uno acude a la autoridad sólo encuentra insensibilidad. No sé cómo llamarlo... ¿apatía? ¿indiferencia?
Un poco de esa misma dosis volvió a recibir ayer a mediodía en el Semefo. Reunimos todo el valor que nos queda para venir hasta aquí. Y sólo nos citaron para el lunes, en la SIEDO (Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada) a una entrevista con una licenciada de la Unidad Antisecuestros. Vamos a venir, a ver qué pasa
.
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