¡Antes de que sea demasiado tarde!
Científicos del Programa de Agricultura y Alimentación,
Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad
“Cuando ya no tengamos opciones, ya de nada nos servirá la ciencia, la evidencia, y ni siquiera la persuasión moral”
Claire Hope Cummings (2005)
La agricultura industrializada y comercial logró incrementar los rendimientos hasta el tope actual, pero a costa del ambiente, la calidad de los alimentos y su diversidad: herencia de la llamada “revolución verde”, que prometía soluciones tecnológicas al abasto de alimentos y al hambre, retos que aún imperan.
Con la misma lógica e inconvenientes similares, se nos ofrece la biotecnología de transgénicos: una revolución genética que también prometió soluciones “mágicas”. Pero la realidad y la ciencia han probado lo que se esperaba, a más de diez años de su liberación en algunos pocos países del mundo, con Estados Unidos a la cabeza: no aumentaron los rendimientos ni disminuyeron el uso neto de agrotóxicos; los transgenes se acumulan en poblaciones naturales con impactos impredecibles; causan efectos nocivos en la salud por el uso masivo de agrotóxicos, y dañan los sistemas agrícolas al provocar, entre otras cosas, la evolución rápida de novedosas plagas o malezas.
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Además, las semillas transgénicas están patentadas por monopolios y crean dependencia tecnológica y altos costos de producción.
Es grave que en Estados Unidos, Argentina, Australia, China y México no se etiqueten los alimentos elaborados con transgénicos y será imposible rastrear el efecto en salud de su uso. En Europa es obligatorio el etiquetado y crece su rechazo a causa de estudios que cuestionan su inocuidad.
Liberar al ambiente cultivos cuyo material hereditario (genes) se ha modificado --mediante la recombinación artificial de genes de virus, bacterias, otros animales y plantas, rompiendo barreras naturales-- implica un “experimento” acelerado por el lucro que no se podrá controlar, con consecuencias públicas impredecibles. Lo que se libera es una “contaminación” de recombinantes artificiales con vida propia, y con capacidad de mutar, reproducirse y dispersarse en los seres vivos inicialmente transformados y en todos aquellos a los cuales puedan transferirse de una u otra forma. Es un experimento sin precedentes que se antoja riesgoso y disruptivo del orden natural.
Al igual que con otras tecnologías, en ésta sería mejor prevenir que lamentar. Lo sucedido en Japón subraya la importancia del principio precautorio, que debería aplicarse en los transgénicos.
Además, los riesgos de liberar maíz transgénico en su centro de origen y/o diversidad son particularmente grandes. La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) ha demostrado alta diversidad de maíz nativo en todo el país, y por tanto la totalidad de su territorio debe considerarse centro de origen y diversidad de este cereal. Las variedades nativas son la base de más del 75 por ciento de la producción mexicana de maíz para consumo humano (blanco) en el que aún somos autosuficientes; estas variedades se sobreponen con la producción de híbridos y la agricultura de riego.
Esta riqueza se ha podido generar y mantener gracias a que se maneja comunalmente y es la base para mejorar, sin transgénicos y de manera más eficaz, a los mismos maíces mexicanos y enfrentar futuros retos agrícolas, como la aparición de nuevas plagas o el cambio climático global. Con esta riqueza y la sabiduría indígena y campesina, más una verdadera ciencia profunda, independiente, eminentemente nacional y pública, con incentivos y con el potencial agronómico de México, se podría triplicar la producción de maíz de alta calidad, asegurar la soberanía nacional, prescindiendo de los cultivos transgénicos o de la tecnología impulsada y patentada por los monopolios.
Los transgenes se dispersan en polen y semillas hasta miles de kilómetros de distancia de su sitio de origen. Trabajos científicos han demostrado que los efectos de los transgenes dependerán del contexto en el cual se inserten; en México se podrán insertar y acumular en distintas variedades, multiplicando, acumulando y combinando sus efectos de maneras impredecibles e irreversibles; muchos efectos sin duda serán no deseados.
En conclusión: 1) en cualquier parte del territorio nacional será imposible la convivencia de maíz transgénico y nativo sin que éste último se contamine. Y 2) la liberación de maíz transgénico en cualquier parte del territorio nacional sería estrictamente ilegal bajo la Ley de Bioseguridad actual, pues pondría en riesgo a los maíces nativos, lo cual implicaría arriesgar la producción nacional de maíz blanco que, por cierto, es completamente interfértil con el amarillo transgénico que pretenden liberar en México, y también derivaría en sacrificar la soberanía alimentaria y cancelar los modos actuales de producción de maíz en México.
Para validar la liberación de los transgénicos en el mundo entero, y en México, se han venido generando instrumentos nacionales que violan tratados internacionales que, aunque ambiguos, están encaminados a proteger derechos individuales y colectivos y la biodiversidad, así como a impedir daños por el uso de transgénicos. Por ejemplo, el Tratado de Cartagena, que enfatiza el principio de precaución en el movimiento transfronterizo de organismos genéticamente modificados, y del cual México es signatario.
Resumimos el caso de México: La Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (LBOGM) entró en vigor el 2 de mayo de 2005 y fue bautizada como “Ley Monsanto” por organizaciones de la sociedad civil pues contradice el Tratado de Cartagena y favorece los intereses corporativos. Pero aun así, se logró conservar un instrumento de bioseguridad importante: el Régimen Especial de Protección del Maíz (REPM, que no ha sido establecido cabalmente. Pero la propia LBOGM establece que no se deberá sembrar transgénicos en los centros de origen o de diversidad, o en cualquier sitio en donde se arriesguen variedades o especies nativas: todo el territorio nacional.
Impulsado por presiones de las corporaciones biotecnológicas, el 6 de marzo del 2009 el Ejecutivo estableció en el reglamento de la Ley un transitorio para aprobar siembras de transgénicos sin un verdadero REPM, siempre y cuando hubiera de por medio dictámenes técnicos positivos de instancias como la Conabio y el Instituto Nacional de Ecología (INE).
Se sometieron entonces solicitudes para siembras en la primera fase establecida por la Ley (la experimental), que fueron criticadas por productores, científicos y organizaciones no gubernamentales. La Conabio las dictaminó negativas en su mayoría; el INE dio dictámen es positivos, y la Secretaría de Agricultura ignoró las críticas científicas y otorgó 33 permisos entre 2009 y 2010 para que Monsanto, Dow AgroSciences, Pioneer y Syngenta realizaran las siembras experimentales sin participación ni vigilancia pública en Sonora, Chihuahua, Tamaulipas, Jalisco, Coahuila, Durango y Nayarit. ¡En plenos centros de origen/diversidad de los maíces nativos mexicanos!
Los resultados de estos “experimentos” carecen de rigor científico: no responden a preguntas bien fundadas o novedosas, fueron hechos con materiales obsoletos y sin controles adecuados. Además no aportan certidumbre acerca de los posibles efectos no deseados de los transgénicos en un centro de origen y diversidad. Encima, el gobierno acaba de dar el siguiente paso para abrirle la puerta a la liberación comercial y a la consecuente contaminación transgénica masiva del maíz mexicano: después de negar varios permisos para siembra en fase piloto (la segunda que marca la Ley) en Sinaloa, otorgó el 8 de marzo pasado un permiso para fase piloto en Tamaulipas, en localidades cercanas a donde hay diversidad de maíz nativo, según la información de la Conabio.
Con base en los datos científicos disponibles, nosotros inferimos que los dictámenes de las instancias responsables debieron ser negativos. ¿Dónde están esos dictámenes? ¿Son negativos y el gobierno decidió conceder los permisos incurriendo en una nueva ilegalidad?, o ¿las instancias competentes han hecho caso omiso de la evidencia científica que ellas mismas han generado, y han emitido dictámenes aprobatorios? ¡Urge conocer y revisar rigurosamente los dictámenes!
Es claro que las corporaciones están teniendo un papel fundamental en las decisiones que amenazan la soberanía alimentaria de México, al margen de la insuficiente Ley de Bioseguridad, de la evidencia científica y del interés público. ¡Esto es sumamente grave!
La única forma efectiva de emprender la protección del maíz nativo de México sería mediante un decreto presidencial que prohibiera de manera permanente la liberación al ambiente de líneas transgénicas de maíz. Esto debería extenderse a cualquier otro cultivo para el cual México es centro de origen y diversidad.
FOTO: CEJ |
A la par, el gobierno debería reforzar las medidas de bioseguridad en la frontera, como lo hace Japón con el arroz, para asegurar que no penetren a la cadena productiva o lleguen a la mesa de los mexicanos los alimentos transgénicos. Entremezcladas y ocultas con las semillas de las líneas transgénicas para uso agrícola, pueden venir semillas de maíz bio-reactor, las cuales expresan fármacos y sustancias industriales no comestibles.
El maíz está en el centro de un complejo entramado socio-agrícola que a su vez le da vida al maíz mismo, es el centro de un tejido territorial, pluricultural, de una forma civilizatoria que tiene elementos nodales probados durante miles de años para una forma sustentable de producir alimentos y vida digna para todos. Es un modelo que podría hacer frente a las múltiples crisis ambientales, económicas, sociales y culturales derivadas de una dinámica civilizatoria que agoniza frente a los límites de la naturaleza. A pesar de los embates, esta forma alternativa se mantiene viva en los pueblos indígenas, agricultores y urbanos de México, y por ello un gobierno realmente comprometido con el interés social debería emitir un decreto irrevocable de protección de su maíz libre de transgénicos, así como de todas las especies y territorios imprescindibles para la reproducción de este modo de producción.
Desde el Programa de Agricultura y Alimentación de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, invitamos a todos los sectores y organizaciones conscientes de lo que está en juego a informarse y actuar con responsabilidad; para seguir reflexionando, estudiando, investigando, integrando, profundizando y así evitar que se libere a escala comercial la producción de maíz transgénico en México. ¡Es ahora o nunca!
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