No nos ahorra los muertos; sí las explicaciones.
No nos ahorra el dolor; sí la justicia
El lunes pasado apareció en Cuernavaca el cadáver de Juan Francisco Sicilia, hijo de Javier. Junto al suyo, otros seis cuerpos. Una nota en la camioneta donde los hallaron amenaza a militares y policías…
Matar civiles para amedrentar soldados es señal de una cobardía histerizada. Pero ¿sólo de los narcos? No. También del gobierno... Manotazos entre dos, que desgarran la piel de todos… Pero uno de esos dos es elección nuestra, y podemos pedirle cuentas... El Estado siempre nos debe cuentas… ¿O no le hemos dado nosotros a él, sólo a él, el uso legítimo de la violencia? ¿Y no se lo hemos dado justo para que evite la violencia? Pero la violencia del Estado ¿es legítima esta vez?... Elecciones fraudulentas, policías plagiarios, políticos corruptos, soldados comprados, jueces del cochupo, periodistas del embute, empresarios coludidos, sindicatos charros, guardias blancas, paidófilos impunes, clero de vista gorda… Una justicia ojo de hormiga… Y ningún poder intacto… El que les dimos alimenta al otro: son el mismo…
Los periódicos llevan cuenta diaria de los muertos. Más que en Irak –dicen–, más que en Afganistán. Muchos más, sin duda, que en Egipto, que en Túnez… Pero el presidente manda más metralla, manda más muertos, mientras se ovilla en su rincón y trata de olvidar… Si tuviera algún carácter (si el país fuera de verdad independiente) legalizaría las drogas… Eso sería tomar partido por los ciudadanos; y los ciudadanos lo apoyaríamos, como apoyamos a Cárdenas cuando expropió el petróleo –contra viento y marea, contra Estados Unidos, contra Inglaterra…
Los ciudadanos no necesitamos armas. No necesitamos estar de parte del gobierno. Los ciudadanos necesitamos que el gobierno esté de nuestra parte. O darnos otro gobierno…
Yo no tengo esperanzas en Calderón (nunca las tuve). Pero soy pesimista, no cínico, y su fracaso no me consuela… Ni triunfando en su guerra podría el Estado consolarnos de la muerte de todos estos muertos. Pero debió evitar la muerte de todos estos muertos. Debió desoír la arenga que los gringos hacen frente a tirios y troyanos al entregarles sus armas: “Para que puedas hundir tu pie en la sangre,/ y en los enemigos tenga su parte la lengua de tus perros.” (Salmo 68)... Calderón tiene el pie hundido en sangre; la lengua de sus perros lame en el suelo el dolor de todos...
Ha muerto Juan Francisco Sicilia; a su lado, otras seis personas; junto a ellas, los setenta y dos inmigrantes ejecutados en Tamaulipas; los quince jóvenes masacrados en Ciudad Juárez; las incontables (incontadas) mujeres de la misma ciudad; los niños que la negligencia libró a las llamas del ABC… La cuenta diaria de los diarios es muy larga, pero se queda corta, muy corta, y no se acaba… Si el presidente despertara de su sueño artificial, si mirara en la vigilia cómo se hunde el país en su violencia, entonces no podría dormir. Y si no pudiera dormir, renunciaría. Si estuviera en sus cabales… Pero prefiere dormir el sueño muelle del impune –ah, dormir como Mario Marín, como Ulises Ruiz... Si no renuncia, es que le da igual ser igual a ellos... Él y su gobierno son impulsivos, pero pusilánimes; berrinchudos, pero sonámbulos… No nos ahorran los muertos; sí las explicaciones. No nos ahorran el dolor; sí la justicia…
Un gobierno debe servir a sus ciudadanos. Éste no nos sirve…
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