Las amenazas de un alcalde y sus hermanos, una decena de testigos, un fugitivo y el arma homicida constituyen las pruebas en torno al asesinato del periodista Luis Daniel Méndez Hernández, reportero de la fuente legislativa y política de radio La Poderosa, de Tuxpan, Veracruz, ocurrido el 24 de febrero de 2009. Otro crimen que, pese a las evidencias, tampoco está resuelto
Ana Lilia Pérez / David Cilia, fotos / enviados
Huayacocotla, Veracruz. A esas horas, el salón estaba completamente lleno. Era el baile principal, el del domingo de carnaval, donde lugareños y fuereños se reúnen para lucir sus mejores trajes: máscaras, capotes, penachos y toda la indumentaria concebida durante un año, justo para ese día, el más grande de Huayacocotla, cuando la pandilla de cada barrio se afana en destacar en la fiesta religiosa y carnestolendas más popular de la Huasteca.
Al ritmo de los acordes de la banda de viento, hombres, mujeres y niños cabrioleaban en el Club Social Barrio Los Pinos, un galerón de paredes pintadas de azul con blanco y verde tierno, y los logotipos de Corona, “la cerveza de México y el mundo”. En medio de la música, el alcalde Mario Jorge Pérez Martínez tomó el micrófono: “¡Luis Daniel, ven, sube!”, conminó al joven que en medio del salón departía con sus amigos.
Animado, el muchacho, que cubría su rostro con una máscara de madera rojiza narigona –de viejo de carnaval– y sombrero con penacho, se abrió paso entre la multitud, subió al estrado y se plantó junto al alcalde. “¡Aquí tenemos a Luis Daniel Méndez, nuestro amigo de La Poderosa!… ¡Él es Luis Daniel Méndez!”, insistió antes de quitarle la máscara, levantar el sombrero y dejar al descubierto el rostro sonriente, henchido de orgullo, el orgullo de ser un profesionista en un pueblo con mayoría indígena y analfabeta y trazarse un futuro promisorio en el periodismo y la política. Aplausos y cumplidos; descendió y regresó con sus amigos.
En medio del jolgorio, recordó que le había prometido a Teresa que la llevaría a ella y al pequeño Jesús Daniel a la feria. Pasaban de las 10 de la noche. A sus 16 meses de edad, el niño ya estaría dormido, ¡pero ultimadamente eran días de fiesta y había que trasnochar!
Desde su infancia fue asiduo participante de las fiestas del pueblo; aún en los años que vivió en la ciudad de Puebla cursando la carrera de Ciencia Política en la Universidad Iberoamericana, cada febrero llegaba puntual para danzar con su pandilla. Ese último carnaval fue particular. Durante meses se esmeró en conseguir las telas para el atuendo que Teresa le diseñó: capote verde con blanco de terciopelo, sedas y lentejuela.
Según la versión de los amigos que lo acompañaban aquella noche, pasadas las 10 se despidió de ellos. Cruzo el salón camino a la salida; entre el gentío se topó con un grupo de hombres que peleaban a golpes. Se abrió paso y siguió de filo.
A sus espaldas, el hombre levantó el brazo y apunto: el revolver Smith & Wesson Mágnum 357 soltó el primer disparo. Con la puerta delante de sus ojos, Luis Daniel sintió un dolor agudo en la espalda, el calor incesante y un ligero olor a chamuscado de su propia carne. Se le avisparon los sentidos, apretó el paso y alcanzó el portón de herrería color verde del salón.
Apenas cruzó el umbral, ¡pum!, otro impacto que le abrió el lóbulo de la oreja izquierda, le desgarró la región molar y le estalló en el ojo derecho. ¡Pum!, un impacto más en el hombro derecho que le desgarró el omóplato. Y luego otro que le perforó el riñón izquierdo. Cayó de bruces sobre el piso sin asfaltar de la calle Niño Perdido.
Una de las balas que tenía como destino el cuerpo de Luis Daniel, se desvió rozando en su camino la cabeza de Fernando Felipe Fernández –un niño de 14 años que, al amparo de la noche, justo en esos momentos orinaba afuera del salón–, para terminar impactándose en la pared de la miscelánea Jessy.
Luis Daniel quedó tendido boca abajo. Domingo Felipe Tolentino, uno de los parroquianos, se agachó y tomó la cabeza entre sus manos, le limpió el rostro que sangraba profusamente. Minutos antes de que el hombre le disparara, a su paso entre la muchedumbre, Luis Daniel fue desenmascarado, de manera que el gatillero sabía perfectamente a quién masacró por la espalda.
No hubo ambulancia. Otro parroquiano, a quien en Huayacocotla todos conocen como el Ñunga, lo subió a su camioneta y lo llevó al Hospital General de Salubridad, en la calle Deportivo Lázaro Cárdenas; lo ingresaron al área de urgencias.
Pese a la emoción cotidiana que le provocaban aquellas fiestas, los últimos días Luis Daniel dudó en viajar a Huayacocotla. Su jefe Nicanor Badillo, exdirector de noticieros en La Poderosa, dice que a los dos les parecía extraña la insistencia del alcalde Mario Jorge Pérez para que ellos dos estuvieran en el baile de aquel domingo. “Durante varios meses, estuvo insistiendo, y hasta nos llamaba al noticiero y al aire hacía pública la invitación. Yo le prometí que también iría, porque ya hasta parecía desesperado, pero a la mera hora le dije a Luis Daniel que me quedaba en Tuxpan; así que de algo estoy seguro, si el alcalde tuvo algo que ver en ese crimen, también pensaban matarme a mí”.
El canto de la cigarra
Entre la espesura de la sierra, incesantes, las cigarras entonaban su chirrido copular. A las cero horas con 30 minutos, del lunes 23 de febrero, el perito médico José Roberto Fernández Leyva y la agente del Ministerio Público Angélica Jiménez San Martín se apersonaron en el cuarterón que comprende el área de “urgencias” del hospital rural para certificar que el bulto que yacía sobre una camilla cubierto con una sábana blanca era el cuerpo de quien en vida llevó el nombre de Luis Daniel Méndez Hernández.
Estaba en posición de cubito dorsal con la cabeza orientada al noreste y los pies al sureste, los brazos paralelos al cuerpo. Vestía pantalón de gabardina color caqui, el cual quedó cubierto con múltiples manchas hemáticas, boxer de algodón azul marino con rayas delgadas blancas y rojas, calcetines de algodón de color café oscuro, zapatos de media bota color negro Flexi número 25; desnudo del tórax y abdomen (blanco de los impactos); de complexión robusta, tez blanca, cabello lacio y negro, frente amplia, cara redonda; 24 años de edad, de profesión periodista.
El dictamen forense indica que murió a las 23:30 horas por shock hipovolémico secundario a heridas penetrantes de tórax y abdomen por arma de fuego. Trece heridas externas e internas provocadas por el plomo incrustado en sus 166 centímetros de estatura; quemados los pulmones, perforados los intestinos.
A las seis de la mañana, Herlinda Hernández Hernández, maestra de ciencias naturales en la primaria y telesecundaria de Huaya, se presentó ante la Agencia del Ministerio Público a exigir que se indagaran las amenazas de muerte que Luis Daniel recibió y que se castigara a sus asesinos. Ahogado el llanto, la maestra rural, que junto con su esposo Mariano, también docente, sacrificó media vida para sufragar la educación del primogénito, pidió “que se me haga la entrega formal del cadáver de mi hijo para velarlo y hacer los trámites para su inhumación, porque será inhumado y enterrado en el panteón municipal”.
Pero la historia del crimen de Luis Daniel quizá deba comenzar a contarse desde la tarde del viernes 20 de febrero de 2009, cuando llegó a Huaya con su esposa e hijo desde Veracruz, donde radicaba desde hacía poco más de dos años, cuando ingresó como encargado del área de prensa de la Comisión Estatal de Arbitraje Médico, labor que combinaba con su actividad como reportero. O quizá comience en 2007, cuando el alcalde Martín Monroy y su sucesor Mario Jorge Pérez le advirtieron que lo matarían “por ponerse con los perros grandes”, y una vez en funciones, tanto Pérez como sus hermanos le refrendaron tales amenazas.
Aunque las autoridades locales consideran que este caso es cosa juzgada, la familia piensa lo contrario. Mariano Méndez Corona, padre de Luis Daniel, explica a Contralínea que en tanto no se detenga al autor material y se aclare el móvil, él seguirá demandando justicia. La voz de familiares, amigos y testigos del crimen permite vislumbrar de forma más nítida lo que ocurrió la noche del 22 de febrero, cuando el reportero de La Poderosa fue acribillado en una fiesta de carnaval.
El ejecutor
Alejandro Rodríguez Hernández nació el 11 de agosto de 1975. Ahora tiene 35 años de edad. Es de complexión mediana, moreno, cabello negro, lacio, cejas finas rectas, nariz mediana puntiaguda, boca regular. Usa bigote delgado y ocasionalmente barba cerrada. Al igual que sus hermanos, se dedica a la albañilería. El día en que asesinó al periodista Luis Daniel Méndez, vestía chamarra negra con letras verdes, pantalón café y camisa clara, calzaba botas negras.
Para la Procuraduría General de Justicia del Estado de Veracruz y para la Comisión Estatal para la Defensa de los Periodistas, el asesinato del periodista Luis Daniel Méndez está oficialmente resuelto, pero Alejandro Rodríguez, el autor material, no ha sido detenido, y la Procuraduría nunca indagó las amenazas de los ediles contra el periodista, según pudo comprobar Contralínea al tener acceso al expediente del caso.
Las llamadas telefónicas, mensajes vía correo electrónico, anónimos o amenazas directas son algunas de las vías mediante las cuales algunos periodistas y trabajadores de los medios de comunicación han sido intimidados previo a sufrir una agresión, a ser levantados o asesinados. En la lógica, las autoridades ministeriales debían considerarlas como parte de la indagatoria, aunque por absurdo que parezca en su mayoría no es así; el de Luis Daniel Méndez es uno de estos casos.
El 25 de febrero, la Comisión Estatal para la Defensa de los Periodistas emitió un comunicado en el cual asegura que “ha sido debidamente aclarado el homicidio del periodista Méndez Hernández”, y que “esta agresión es ajena a una acción en contra del libre ejercicio del periodismo”.
Sin embargo, en la indagatoria judicial ni siquiera se citó a declarar al alcalde o sus hermanos, identificados como responsables directos de las amenazas públicas contra el periodista. Tampoco se indagó el origen del arma homicida y nunca se tuvo la declaración del autor material.
El comunicador Nicanor Badillo descarta que la muerte de Luis Daniel se haya tratado “de un pleito de borrachos”, versión oficial de la Procuraduría General de Justicia de Veracruz y de la Comisión Estatal que encabeza Gerardo Perdomo. “Para mí, es un asunto político que el culpable aún no ha sido detenido para que se le interrogue y diga quién le dio el arma o quién lo mandó matar a Luis Daniel”, explica en entrevista.
Destaca también que las diferencias entre los ediles de Huayacocotla derivaron de las aspiraciones políticas de Luis Daniel Méndez, quien a pesar de su corta edad, tenía mucha aceptación entre el pueblo para convertirse en alcalde. “En este proceso electoral, él sería el candidato, y seguro ganaría porque tenía el apoyo de muchísima gente y grupos políticos”, agrega Badillo.
El comunicador apunta un detalle: “Cuando la policía hacía las primeras investigaciones, el alcalde dijo que él sabía dónde estaba el arma, y él mismo prestó su bomba para que ésta fuera extraída del pozo. Nadie lo cuestionó”.
El asesinato de Luis Daniel Méndez colocó a Veracruz como un foco rojo para la libertad de expresión, a ojos de las organizaciones Artículo 19 y del Centro de Comunicación Social, que para esa fecha había registrado el creciente número de agresiones a periodistas y medios de comunicación en esta entidad.
Los detenidos Marcelo Hernández Escalante, Rogelio Hernández López e Israel Rodríguez Hernández fueron liberados el 25 de febrero de 2009
El 26 de febrero se ordenó mantener encarcelado a Pedro Mérida Rodríguez en el reclusorio de Huayacocotla, por el delito de encubrimiento por favorecimiento. El 4 de marzo se le dictó auto de formal prisión
El 5 de marzo de 2009 se giró orden de aprehensión en contra de Alejandro Rodríguez Hernández, por homicidio doloso en contra de Luis Daniel Méndez, dentro de la causa penal número 6/2009. Hasta hoy, sigue prófugo
El padre de Daniel al igual que Nicanor Badillo, su exjefe en La Poderosa, dudan que Rodríguez haya actuado por cuenta propia y sin ningún móvil aparente; sin embargo, explican, habrá que esperar a que la Procuraduría lo detenga para que esclarezca el móvil
Un dolor indescriptible
Hace un año que Mariano Méndez vive muerto en vida. La ley de la vida le jugó una jugarreta: murió el hijo antes que el padre. El vacío de su ausencia, dice don Mariano, “es indescriptible”.
Los ojos se le humedecen, la voz se le quiebra. “Definitivamente no puedo explicarlo porque aún no lo creo”, señala frente a la mesa del pequeño restaurantito donde el profesor se reúne con Contralínea para compartir las numerosas dudas en torno al asesinato de su hijo.
“Este dolor no se lo deseo a nadie. La ley de la vida es que muera el padre, no el hijo, pero lo peor es vivir con la incertidumbre del móvil de su muerte, así que, aunque detuvieran al que le disparó y no se aclara, su muerte seguirá impune y seguirá viva la indignación, el coraje, la reclamación.” (ALP)
La esposa
“Me llamo Teresa Benítez Escalante. Esa mañana, como a las 11, Luis Daniel salió con sus amigos Gilberto, Rafael y Gaspar. Todos iban disfrazados. Luis Daniel, con una capa de color blanco con bordados en color verde de lentejuela y penacho en el mismo color. Como a la media hora, regresó con la pandilla de la Cinco de Mayo; bailaron tres o cuatro piezas en nuestro domicilio y luego se fueron. A las 15 horas llegó con la pandilla de Potrero Seco, bailaron y él les obsequió 500 pesos.
“Entramos a la casa, estábamos todos menos mi cuñada Linda Mariana, que se quedó en un ensayo porque esa tarde iba a bailar huapango. Luis Daniel nos comentó que estaba muy feliz porque le habían halagado su traje, que desde el momento en que entró a bailar lo mandaron traer al foro y que el presidente municipal Mario Jorge le dijo que estaba muy bonita su capa; le preguntó que quién se le había diseñado y él le dijo que yo.
“Se fue otra vez y regresó. Como a las 17:30 se quitó su capote porque no quería que se lo maltrataran, pues el día estaba lluvioso. Se vistió con camisa y pantalón caqui y una máscara de madera roja, narizona, y se puso un sombrero. Le dio un beso a su hijo y a mí, y nos dijo que pronto regresaba para llevarnos a la feria.
“Mi suegra se fue a ver bailar a mi cuñada. Regresaron a las nueve de la noche, ella se puso a lavar los trastes y yo a arreglarle las uñas a mi cuñada. Eran casi la 11 cuando escuchamos los gritos de Francisco, al que le apodan el Listo, llamando a mi suegra. Le dije que no saliera, pero luego gritó más fuerte. Corrimos a la puerta. Nos dijo que a mi esposo le habían disparado. Agarré a mi suegra de la mano y nos fuimos corriendo hacia el salón donde era el baile.
“Afuera del salón estaban sus amigos. Les pregunté que qué había pasado y dijeron que afuera estaban peleándose unos individuos, que mi esposo nada tenía que ver con la bronca, pero que cuando salió le dispararon.
“Si hubiese sido una bala perdida, únicamente una le hubiera dado, pero fueron cuatro balazos los que le dieron por la espalda; además mi esposo andaba disfrazado, pero cuando lo mataron, estaba sin máscara; por ello es que pienso que la persona que lo hizo fue con la intensión de matarlo, porque además mi esposo recibió amenazas de muerte, una por el señor Martín Monroy, en el cual mi esposo vino a solicitarle ayuda al presidente y él se negó a dársela y hasta lo insultó: le dijo que cómo un escuincle se ponía con los perros más grandes; que le fuera bajando o que si no le podía pasar algo peor.
“Otra amenaza fue de Armando Pérez Martínez, hermano del presidente municipal, fue en junio del año 2008 cuando andaba en lo de las campañas. Mi esposo estaba conmigo en la papelería que teníamos frente a la escuela preparatoria, cuando llegaron dos o tres hermanos del alcalde; le hablaron y en la esquina le empezaron a reclamar lo que hablaba en el radio. Como mi esposo era reportero de La Poderosa, él daba reportes diarios desde el Congreso del Estado y ellos pensaban que todas las cosas que informaba eran sobre ellos. Se lo tomaron personal.
“Mi esposo les contestó que, si les quedaba el saco, que se lo pusieran, pero que analizaran bien las cosas y se fijaran bien en lo que grababa. Armando le dijo que se andaba buscando problemas ajenos y que la verdad estaba muy cría para andar en la grilla; que cómo se ponía con los perros grandes, que no los conocía como eran, le dijo que se anduviera con cuidado que porque ellos sabía a qué hora viajaba, cuándo y dónde, que algo le podía ocurrir. Discutieron durante casi una hora. Luego le dijeron que ya estaba informado de lo que le podía pasar y se fueron.
“Escuché todo claramente porque ellos le hablaban en voz alta a mi esposo. ‘¿Cómo vez hija?’, me dijo, y yo le contesté que tuviera más cuidado. Él se puso triste y me dijo que sí, que iba a cuidarse.”
La madre
“Mi hijo no tenía problemas con los vecinos de la colonia, pero en la época de campaña para presidente municipal de Mario Jorge Pérez, aproximadamente en el año 2007, me enteré que tuvo problemas con él, con su hermano el señor Armando Pérez y con el señor Martín Monroy Cuenca, el expresidente municipal, ya que mi hijo trabajaba en La Poderosa y, por los comentarios que hacía, pensaban que esos comentarios eran contra ellos. Mi hijo me comentó que el señor Martín lo pendejeó y lo amenazó; que se anduviera con cuidado porque podría ocurrirle algo.
“Aquel domingo 22 de febrero vi a mi hijo a las tres de la tarde; estaba en el patio de mi casa bailando con la pandilla de viejos de carnaval de la comunidad Potrero Seco. Le pregunté que si les daría de comer; me dijo que él no se había comprometido. Estaba muy contento porque todos le alababan su capote. Media hora después, salió de la casa. Dijo a dónde iba, pero como yo estaba haciendo la comida, no le puse mucha atención.
“Eran entre 10 y media y 11 de la noche. Yo estaba con mi nuera Teresa y mi hija Linda, cuando un muchachito llamado Francisco, del que no recuerdo sus apellidos pero sé que le dicen el Listo, llegó gritando ‘¡maestra, maestra, a su hijo Luis le dieron de balazos, yo no sé si esté muerto o no!”.
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Fuente: Contralínea 181 / 9 de mayo de 2010
Autor: Ana Lilia Pérez
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