martes, 13 de julio de 2010

Oralidad en el principio

Alrededor del fogón, disfrazados de humo llegan los cuentos. Ahí junto al piloncillo que se derrite en olla de barro y de café llegan los universos que nos dieron vida y carne y huesos. A golpe de palabra se esculpen los sueños. Detrás de los cerros, en su cima y en sus faldas, revolotea el viento que hace que el fuego nos anuncie visitas; ese fuego que a la vez es rito y llanto de árbol comienza a tiritar. No hay mucho que hacer, sólo alimentar una vez más el fuego del comal.

Vienen bajando los hijos del cerro: si usted, hijo mío, se come la tortilla por el inverso no se casará nunca; si toma la salsa directo de molcajete, cuando celebre sus bodas lloverá a raudales; si llueve mucho hija mía, agarre la ceniza del fogón y pinte con ella un sol en el lodo, viendo su sombra en la tierra, aquél saldrá otra vez. Hijo mi más pequeño y mío, si llueve mucho y tenemos suerte lloverán peces en el potrero, habrá un poco de carne, blanca pero carne. Pero sobre todo,

hijo mío, si deja que le barran los pies se casará con una viuda (procure que sea rica y que se muera antes que usted).

También ahí comienzan, alrededor del fuego, a comer la carne los gusanos del deseo. El poema añejo, ese del que después todos han escrito, comenzó a hacer cosquillas desde los primeros tiempos y quemó y quema —como en los viejos tiempos— con puntas de luz. La lengua pasó primero por ahí y fue la saliva la que se abrió paso entre las espinas del poema. Desde ahí y desde entonces cocinamos el sexo a fuerza de fogón. El deseo vuelto carne cocinado con chile y malacate

y conseja: no deje que el fogón se ponga frío, ponga brasas bajo su catre para que siempre duerma calientito, siempre lleve un itacate y un petate para que no le haga falta nunca, ni sueño, ni comida, ni cariño y así nunca tendrá hambre. Y la razón fue sal primero y sexo entre la hierba mientras la tinta soñaba con correr y corrió. Comenzó así otra historia. La imprenta soñaba aún.

En el principio hubo palabra y la palabra tomó los adornos del viento. Las primeras madres y los primeros padres lo han sabido siempre y lo han contado y lo contarán siempre. La perpetuidad de su aliento ha perpetuado todo su conocimiento. La memoria revisitada hace de la vida un círculo y corre en espiral hasta nuestros tiempos y no hay error en ello. Se transforma; como la serpiente, se quita escamas, se renueva reptando. Se hace en el camino otra serpiente y sin embargo es la misma siempre; así hasta morderse la cola otra vez.

M. Carballo

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