Asistimos a un boom
de las ideas religiosas puestas al servicio de los políticos. Ante el
precipicio insondable de los problemas que agobian a la sociedad, nada
se antoja como
Los años de zapa contra el Estado laico; la indiferencia absoluta de
la autoridad, en especial de la Secretaría de Gobernación, que se
traduce en la impunidad de quienes actúan torciendo la ley; la crisis
inocultable de la escuela para transmitir los valores cívicos de la
tolerancia y la libertad de creencias; la pretensión de instalar la
religión en la vida pública sin cuestionar la laicidad de las
instituciones, conforme a la interpretación hoy en boga, han hecho
posible la efervescencia de estas formas de religiosidad claramente
alineadas con la defensa de intereses políticos.más naturalque pedir la intervención sagrada. Y de asegurarla se trata. Las ciudades se consagran al Creador en actos de fervor masivo y munícipes y gobernadores tejen alianzas que los purifican y fortalecen. Si no fuera porque lo veo en la pantalla a todo color, me sería difícil creer que las oraciones de la alcaldesa Arellanes, de Monterrey, al igual que la fastuosa ceremonia celebrada por el chihuahuense Duarte hace varias semanas, son como la réplica actual de un viejo acto sacramental del medievo, algo así como el intento desesperado de conjurar las plagas bíblicas mediante la completa entrega a la divinidad.
No importa si los mandatarios son católicos o evangelistas, miembros del PAN, militantes del PRI (o extraviados de otras parroquias políticas), lo cierto es que estamos ante nuevas formas de la simbiosis entre politica y religión que nadie cuestionaría si no fuera porque se trata de claras infracciones al orden constitucional; es decir, porque afecta el funcionamiento del Estado.
En Monterrey, la ciudad de los grandes orgullos fundadores, la alcaldesa conjura la tragedia del casino, los colgados en los puentes, la del terror de los zetas,
reconociendo que la participación humana es indispensable, (pero) sabemos que por sí sola no tiene la capacidad de revertir las tinieblas que sólo la luz de la fe de Dios puede desvanecer. No distingue entre la esfera pública y la privada, no ve la necesaria línea divisoria entre sus creencias personales y la representación de todos que le confiere el cargo.
Sin embargo, los
infractores, digamos, gozan de cabal salud y no se arredran ante las críticas. De hecho, ni siquiera las escuchan. Más que el abuso, sorprende la soberbia con la cual se enarbola la verdad única en el nombre de todos. En ese sentido, nos hemos norteamericanizado, de modo que la religión está en todas partes, venga o no a cuento, aunque ya no sea infrecuente darle un viso espiritual a las peores supersticiones existentes en el mercado.
Lo más preocupante es que esta suerte de religiosidad administrada por los políticos fluye sin contratiempos, sin preocuparse demasiado por las quejas de todos aquellos que despectivamente clasifican como jacobinos, es decir, como irredentos libreprensadores de otras épocas. Se sienten muy seguros con su propio sentido común como para obligarse a reflexionar. No escuchan y sí, en cambio, aprovechan la relación con las iglesias para fortalecer candidaturas y cosechar silencios o complicidades; en suma, para medrar desde el poder apelando a la religión. El Estado laico está en problemas y más vale reconocerlo.
El tema, parece redundante, estará en el orden del día con la discusión sobre las leyes de Educación, pero planeará sobre cualquier intento de reforma política que se debata en el futuro.
1 comentario:
la palabra de Dios no falla,el hombre por causa de su libre albedrío ha distorsionado todo. Mateo 15:8 Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí.
15:9 Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.
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