Permanecer algunas horas con los dedos de los pies helados y la nariz como ciruela roja recién sacada del refrigerador valía la pena. No siempre se tiene la oportunidad de observar a través de un telescopio de un metro de diámetro las franjas de gas de Júpiter, el trapecio de la nebulosa de Orión, o a Urano, que se veía como una esferita azulosa, con un fondo musical a cargo de Supertramp en primer plano, y en quinto, salsas y cumbias de alguna fiesta de barrio cholulteca. Estaba de visita en el Observatorio Astronómico Nacional (OAN) en su sede de Tonantzintla, Puebla, sitio que, aún cuando ya casi no se usa con fines de investigación, se ha convertido en un laboratorio de instrumentos astronómicos, en escuela de invierno para futuros astrofísicos, y en donde varios niños de primaria y secundaria deciden lo que van a estudiar después de deslizarse entre los anillos de Saturno.
La historia de este espacio de la UNAM inició en 1951, cuando instalaron el telescopio Carta del cielo y un fotoheliógrafo, anteriormente ubicados en el Observatorio de Tacubaya. Precisamente en el edificio que alberga al Carta del cielo comenzó el recorrido; antes de entrar, el operador del telescopio con un nombre ad hoc al trabajo que desempeña, Atanasio Pani Cielo, dirigió su apuntador láser hacia una estrella (¡qué maravilla!, parecía que tocaba el manto celeste) y comentó con el investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM (IAUNAM), Fernando Garfias, la existencia de polvo en el ambiente. Lo dedujeron porque la línea de luz láser no se veía limpia, sino con alteraciones.
Atanasio o Nacho, como le dicen, me explicó que el objetivo principal del citado telescopio “de vanguardia para la época, perfectamente balanceado y construido en 1872 por la Casa Grubb sin fresadoras ni tornos, fue cartografiar el seis por ciento de la bóveda celeste, como parte de un proyecto internacional en el cual participaron varios países”. México fue de las pocas naciones que cumplió la encomienda y nuestros especialistas hasta publicaron resultados en revistas científicas, lo cual es digno subrayar.
La visita continuó en el ya mencionado telescopio de un metro, inaugurado oficialmente en 1961, utilizado principalmente para hacer fotometría de estrellas individuales antes de que la contaminación lumínica de la ciudad de Puebla apagara en buena medida las luces de la bóveda cósmica.
Actualmente está remotizado, esto quiere decir que desde cualquier parte del mundo, un astrónomo o persona interesada en observar, “si le damos acceso puede hacerlo desde su computadora. Es la tendencia de los telescopios modernos”, aseguró Fernando Garfias. Lo ejemplificó con el Gran Telescopio de Canarias, en donde están instalados dos instrumentos astronómicos cuyo diseño y construcción fue liderada por especialistas mexicanos. “Hay un staff de planta, conformado por los técnicos que apuntan el telescopio en las coordenadas solicitadas por quien va a observar, montan los detectores o espectrógrafos a utilizar y almacenan los datos obtenidos; así, el astrónomo, sin necesidad de ir al observatorio, toma los datos desde su propia computadora.
“No están robotizados como los dedicados a monitorear la entrada de meteoritos o de cualquier objeto no catalogado –ejemplo, el All-Sky Astronomical Survey III, ubicado en el Observatorio Las Campanas, en Los Andes. “En ellos no hay técnicos; se encienden y se mueven solos y, cuando detectan algo fuera de lo esperado, su computadora se conecta al teléfono del especialista”, aclaró Garfias.
¿Por qué remotizar el telescopio de Tonantzintla, si ya no se usa continuamente para fines de investigación astrofísica?
Porque este sitio se ha convertido en un útil laboratorio en donde se desarrollan y prueban sistemas –entre ellos, la remotización–, e instrumentos antes de instalarlos en el de 2.12 metros de diámetro ubicado en la sierra de San Pedro Mártir, en Baja California. Entrevistado días después de la visita, Abel Bernal, investigador del IAUNAM, y quien junto con Leonel Gutiérrez programó en una PC la consola de mando del telescopio de Tonantzintla, indicó que aun cuando el sistema de remotización ya está probado en ese lugar, no se ha podido instalar en el OAN San Pedro Mártir “por temor a que un hacker se meta en la red y tire los datos, pero pronto se tendrá que hacer”.
Entre los aparatos astronómicos modificados y actualizados en Puebla, Bernal mencionó al puma, diseñado y construido por expertos del IAUNAM para obtener información acerca de la dinámica de objetos cósmicos, la energía despedida y la distancia a la que se encuentran. “Pasó la etapa de pruebas y ya está utilizándose nuevamente en el OAN San Pedro Mártir.”
En Tonantzintla también se llevan a cabo cursos de astronomía dirigidos a estudiantes de la licenciatura en física provenientes de Nicaragua, Honduras y el Salvador, países donde no se tiene la infraestructura de un observatorio. Durante el break, entre grandes mordidas de pizza y tragos de café, Fernando Garfias explicó que “en estas escuelas de invierno organizadas por José Peña, investigador del IAUNAM, se les imparten materias teóricas y prácticas, como el guiado del telescopio, la detección de objetos celestes con éste y ‘a ojo’, y a hacer mediciones, entre otros aspectos. Nacho les suelta el telescopio y se están hasta el amanecer”. Estos cursos marcan la vida de los estudiantes: quedan prendados de las noches oscuras, frías, con puntos titilantes atravesados por la leche de Hera.
“Hay mucha humedad”, dijo Ignacio Cielo, y como eso es dañino para el espejo del telescopio, a las dos y media de la mañana el especialista Garfias le dio instrucciones para cerrar la cúpula, apagar las computadoras y cerrar el edificio. Dejar de observar es semejante a despertar de un sueño donde se está con quien se quiere estar. No puedo quejarme; la magia estuvo presente.
Norma Ávila JiméNorma Ávila Jiméneznez
Norma Ávila Jiménez
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