lunes, 17 de mayo de 2010

Veracruz - Adolfo Sánchez, asesinato impune...





Autor: Ana Lilia Pérez
Sección: Ocho Columnas
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16 Mayo 2010

Secuestrado, torturado y acribillado, así murió Adolfo Sánchez Guzmán, el joven corresponsal de Televisa en la zona centro de Veracruz. Después de su muerte, fue vilipendiado por su medio de comunicación y por las autoridades: en cuanto el caso dejó de publicarse en la prensa, liberaron a los supuestos autores intelectuales

Ana Lilia Pérez / David Cilia, fotos / enviados

Nogales, Veracruz. “Adolfo Sánchez Guzmán fue un joven periodista con una meteórica carrera que lo colocó como corresponsal de la televisora más importante del país. En diciembre de 2006 murió en un accidente automovilístico y la cadena de televisión pagó con honores su dedicación y rindió culto a su memoria”. Ésa es la idea que Adylen Sánchez guarda de la vida y muerte de su padre, la versión que le construyeron los tíos y abuelos, verdades a medias para mitigar las llagas en su pequeño corazón herido.

Así que la tarde en que la dulce Adylen, envuelta en su uniforme de colegiala, sorprende a los reporteros en la sala de la casa charlando con su tío Alfredo, la abuela Juana y la bisabuela Teresa, rápidamente son ocultadas grabadoras y cámaras y de súbito se cambia la conversación.

Naturalmente le inquieta la presencia de extraños: los mira con duda y un gesto de recelo, preguntándose quizá por qué observan con tal atención el collage que devela la corta línea de la vida de su padre –desde su nacimiento hasta la graduación–, en un conjunto de fotografías bañadas con acrílico. Pero Adylen no pide ni da explicaciones, sólo mira y calla, con un temple poco usual para sus 12 años, el mismo que demostró el día en que con una seriedad absoluta le preguntó a su tío Alfredo “¿qué se siente tener un balazo en la cabeza?”; a él en cambio se le heló la sangre. A medida que se acerca a la adolescencia, las mentiras piadosas para Adylen parecen perder sentido.

El 30 de noviembre de 2006, Adolfo Sánchez Guzmán, joven periodista de 31 años de edad, corresponsal de Televisa en la región centro de Veracruz (cubría los municipios de Orizaba, Córdoba, Río Blanco, Nogales y Ciudad Mendoza), reportero de Xhora Stereo y colaborador de las páginas de internet www.enlaceveracruz212.com.mx y Orizaba en Vivo, fue encontrado muerto en los márgenes del Río Blanco, en el municipio de Nogales. Su cadáver yacía boca abajo vestido de jeans color azul, playera roja, cinturón negro, zapatos cafés y calcetas blancas; tenía la mano izquierda extendida, el brazo derecho doblado y la mano en la frente. Huellas de tortura y dos balazos, uno de ellos en la cabeza.

A 100 metros yacía otro cuerpo: robusto, vestido también con jeans de mezclilla, playera azul a cuadros, zapatos negros; hematomas y sangre en el rostro, identificado posteriormente César Martínez López, alias el Pollo, la última persona con quien se le vió a Adolfo antes de su desaparición. El dictamen forense indica que, cuando su cuerpo fue encontrado, Adolfo tenía entre 15 y 18 horas sin vida, es decir, que permaneció más de 30 horas en poder de sus captores, a merced de sus torturas físicas.

El impetuoso reportero investigaba a las bandas dedicadas a los robos de camiones de carga y tráileres en la región de Córdoba y Orizaba, áreas clave para el trasiego de mercancías entre el sureste, el Golfo y la zona centro del país; ruta de traslado para todo tipo de mercancías, y particularmente, para el transporte de diésel, gasolina y combustóleo extraídos de manera legal, y, también, los ordeñados ilegalmente a los ductos de Petróleos Mexicanos. Desde hace años, dicha zona se convirtió en un punto de asaltos frecuentes a cualquier hora del día a manos de la delincuencia organizada, la que durante meses Adolfo tuvo en la mira de sus indagatorias periodísticas.

Horas de angustia

Antes de las siete de la mañana, ya estaba de pie. La mañana del martes 28 de noviembre, Adolfo siguió la misma rutina al igual que todos los días desde que su hija Adylen ingresó a la escuela primaria. Como padre soltero, se repartía su tiempo entre el reporteo diario y el cuidado de la niña. Hacia la una de la tarde estaba de regreso por la chiquilla y juntos recogieron a la abuela Juanita en la escuela donde daba clases. Comieron juntos. Adolfo salió a las 17:30 horas. Ni su mamá ni Adylen volverían a verlo.

El 29 de noviembre, su padre, Adolfo Sánchez Hernández, denunció ante las autoridades judiciales la desaparición de su hijo Adolfo. Hacía una semana que en el puerto habían asesinado al periodista Roberto Marcos García (Contralínea 180), de manera que el que Adolfo no llegara a casa en toda la noche y tampoco contestara su celular alarmó a sus padres. La desaparición fue ampliamente difundida por medios de comunicación y organizaciones de defensa de periodistas nacionales e internacionales.

Desde su sede en Francia, la organización Reporteros Sin Fronteras lanzó una alerta donde subrayaba su “alarma” por el tercer comunicador desaparecido en México en 2006, año en que, según Reporteros Sin Fronteras, el país se convirtió en el más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. Los dos periodistas desaparecidos eran Rafael Ortiz Martínez, del diario Zócalo de Monclova, el 8 de julio de 2006, y Guevara Guevara Domínguez, editor del semanario Siglo 21, con sede en Oxnar, California, Estados Unidos, el 8 de octubre de 2006, entre Durango y Chihuahua.

A propósito del negro panorama que enfrentaba la prensa en México, Reporteros Sin Fronteras envió una carta al presidente Felipe Calderón, recién llegado a Los Pinos, en la cual le advertía que su mandato “se inicia con un balance de la libertad de prensa nunca igualado en un país del continente latinoamericano, aparte de Colombia que está en guerra. Aunque todavía no está comprobado que la desaparición de Adolfo Sánchez Guzmán esté relacionada con sus actividades periodísticas, su familia teme que haya sido víctima del crimen organizado, que acostumbra a secuestrar. Ahora más que nunca, la defensa de la libertad de prensa pasa por la lucha contra la criminalidad organizada.

Desde que su padre denunció la desaparición, se subrayó la profesión de Adolfo, sin embargo, la Fiscalía Especial de Delitos contra Periodistas de la Procuraduría General de la República no hizo gestión alguna para su localización, ni lo haría posteriormente en las indagatorias judiciales, pese a los señalamientos de organizaciones internacionales de defensa de periodistas que conminaban al gobierno a actuar de manera pronta para salvaguardar la integridad de los periodistas y, con ello, la libertad de expresión.

A propósito del caso de Adolfo Sánchez Guzmán, Gonzalo Marroquín, presidente de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), expresó la preocupación de la SIP de que “en México los periodistas estén a merced de la violencia que despliega el crimen organizado y cuya impunidad aumenta los niveles de autocensura de los medios en detrimento del público a la información”. Agregó que las autoridades “deben comprender que la información y el ejercicio periodístico son eslabones esenciales de la democracia”.

En sólo 11 meses habían sido asesinados siete periodistas y uno más había desaparecido: Roberto Marcos García (21 de noviembre), José Manuel Nava Sánchez (16 de noviembre), Misael Tamayo Hernández (10 de noviembre), Bradley Roland Will (27 de octubre), Enrique Perea Quintanilla (9 de agosto), Ramiro Téllez Contreras (10 de marzo) y Jaime Arturo Olvera Bravo (9 de marzo), y la desaparición de Rafael Ortiz Martínez el 8 de julio de 2006.

Con mucha influencia en el gabinete de Fidel Herrera Beltrán, cuando la familia reportó la desaparición de Adolfo, el gobierno del estado coordinó un amplio operativo que involucró a diversas corporaciones policiacas, numerosos elementos y la búsqueda de la policía montada, y otras, por aire. La familia debió sujetarse a las recomendaciones de la policía: seguir la rutina como si no pasara nada. Si era secuestro, les dijeron, pronto pedirían rescate. Pero no hubo llamadas.

El miércoles 29 de noviembre, durante la búsqueda, elementos de la Policía Ministerial localizaron el automóvil Volkswagen Sedan verde con la matrícula XYJ6514, el mismo que Alfredo regaló a Adolfo para su uso personal. Estaba con las puertas abiertas y con las llaves puestas en el dispositivo de encendido. No había rastros de violencia, salvo que las puertas estaban de par en par. De Fito, dijeron las autoridades, no había ni huella.

El jueves, a las 15:30 horas, Jesús Arturo Fernández del Campo, titular de la Delegación Regional de Seguridad Pública, con base en Ciudad Mendoza, recibió la llamada de un niño que le informaba que a orillas del Río Blanco, en los Viveros Forestales de la Colonia El Águila, había un cuerpo tirado. Un grupo de la Secretaría de Seguridad Pública llegó al lugar y encontró el cadáver de César Martínez López. Más al fondo, entre los matorrales, yacía el de Adolfo.

En un santiamén, aquel paraje se llenó de funcionarios: el subprocurador de Justicia en la zona centro, Miguel Mina Rodríguez; el coordinador Regional de la Policía Ministerial, Normando Bustos Bertheau; el comandante de la Ministerial, Norberto Portilla; los comandantes de las policías preventivas de Ciudad Mendoza y Nogales. Luego llegaron Alfredo y Felipe. Una valla humana les impidió acercarse.

—¡Déjenme verlo, sólo déjenme verlo y ya me voy! ?suplicó Alfredo.

—Mejor no –le dijo una voz.

—¿Por qué?

—No vas a querer ver cómo quedó, mejor así, guárdate la imagen de tu hermano.

—¡Déjenme, sólo lo veo y ya!

La valla abrió paso. Alfredo se acercó hasta donde yacía su hermano mayor, el más querido, el orgullo de la familia, quien se codeaba con políticos y funcionarios: ¡con el mismísimo gobernador! Alfredo pensó en las travesuras de niños, las correrías de adolescentes, los sueños de Adolfo, la necedad de ser periodista y entregarse en vida al oficio; todo él reducido a un cuerpo inflado por los primeros rasgos de la descomposición y las evidentes huellas de horas a merced de sus verdugos.

—¡Ya estuvo!, hagan su trabajo para que podamos enterrarlo –musitó Alfredo. Dio la vuelta y apretó el paso. Recordó que apenas el lunes habían cenado juntos en una taquería de Tierra Blanca, y que infructuosamente le insistió a Adolfo que lo acompañara a Jalapa. En busca de una explicación, Alfredo hacía 1 mil conjeturas; relacionó incluso que de regreso de Jalapa intempestivamente su camioneta se detuvo enmedio de la carretera, y que debió esperar 20 minutos para continuar su camino; hizo cálculos, era la misma hora en que Adolfo recibió el tiro de gracia.....ver completo

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