La actitud asumida por las compañías 
petroleras negándose a obedecer el mandato de la Justicia Nacional que 
por conducto de la Suprema Corte las condenó en todas sus partes a pagar
 a sus obreros el monto de la demanda económica que las propias empresas
 llevaron a los tribunales judiciales por inconformidad con las 
resoluciones de los Tribunales del Trabajo, impone al Ejecutivo de la 
Unión el deber de buscar en los recursos de nuestra legislación un medio
 eficaz que evite definitivamente, para el presente y para el futuro, el
 que los fallos de la justicia se nulifiquen o pretendan nulificarse por
 la sola voluntad de las partes o de alguna de ellas mediante una simple
 declaratoria de insolvencia como se pretende hacerlo en el presente 
caso, no haciendo más que incidir con ello en la tesis misma de la 
cuestión que ha sido fallada. Hay que considerar que un acto semejante 
destruiría las normas sociales que regulan el equilibrio de todos los 
habitantes de una nación, así como el de sus actividades propias, y 
establecería las bases de procedimientos posteriores a que apelarían las
 industrias de cualquier índole establecidas en México y que se vieran 
en conflictos con sus trabajadores o con la sociedad en que actúan; si 
pudieran maniobrar impunemente para no cumplir con sus obligaciones ni 
reparar los daños que ocacionaran con sus procedimientos y con su 
obstinación.
Por otra parte, las compañías petroleras, no
 obstante la actitud de serenidad del Gobierno y las consideraciones que
 les ha venido guardando, se han obstinado en hacer, fuera y dentro del 
país, una campaña sorda y hábil que el Ejecutivo Federal hizo conocer 
hace dos meses a uno de los gerentes de las propias compañías, y que ese
 no negó, y que han dado el resultado que las mismas compañías buscaron:
 lesionar seriamente los intereses económicos de la nación, pretendiendo
 por este medio hacer nulas las determinaciones legales dictadas por las
 autoridades mexicanas.
Ya en estas condiciones no será suficiente, 
en el presente caso, conseguir los procedimientos de ejecución de 
sentencia que señalan nuestras leyes para someter a la obediencia a las 
compañías petroleras, pues la substracción de fondos verificada por 
ellas con antelación al fallo del Alto Tribunal que las juzgó, impide 
que el procedimiento sea viable y eficaz; y por otra parte, el embargo 
sobre la producción o el de las propias instalaciones y aun el de los 
fondos petroleros implicarían minuciosas diligencias que alargarían una 
situación que por decoro debe resolverse desde luego, e implicarían 
también, la necesidad de solucionar los obstáculos que pondrían las 
mismas empresas, seguramente, para la marcha normal de la producción 
para la colocación inmediata de ésta y para poder coexistir la parte 
afectada con la que indudablemente quedaría libre y en las propias manos
 de las empresas.
Y en esta situación de suyo delicada, el 
Poder Público se vería asediado por los intereses sociales de la nación 
que sería la más afectada, pues una producción insuficiente de 
combustible para las diversas actividades del país, entre las cuales se 
encuentran algunas tan importantes como las de transporte, o una 
producción nula o simplemente encarecida por las dificultades, tendría 
que ocasionar, en breve tiempo, una situación de crisis incompatible no 
sólo con nuestro progreso, sino con la paz misma de la nación; 
paralizaría la vida bancaria; la vida comercial en muchísimos de sus 
principales aspectos; las obras públicas que son de interés general se 
harían poco menos que imposibles y la existencia del propio Gobierno se 
pondría en grave peligro, pues perdido el poder económico por parte del 
Estado, se perdería asimismo el poder político produciéndose el caos.
Es evidente que el problema que las 
compañías petroleras plantean al Poder Ejecutivo de la nación con su 
negativa a cumplir la sentencia que les impuso el más Alto Tribunal 
Judicial, no es un simple caso de ejecución de sentencia, sino una 
situación definitiva que debe resolverse con urgencia. Es el interés 
social de la clase laborante en todas la industrias del país la que lo 
exige. Es el interés público de los mexicanos y aun de los extranjeros 
que viven en la República y que necesitan de la paz y de la dinámica de 
los combustibles para el trabajo. Es la misma soberanía de la nación, 
que quedaría expuesta a simples maniobras del capital extranjero, que 
olvidando que previamente se ha constituido en empresas mexicanas, bajo 
leyes mexicanas, pretende eludir los mandatos y las obligaciones que les
 imponen autoridades del propio país.
Se trata de un caso evidente y claro que 
obliga al Gobierno a aplicar la Ley de Expropiación en vigor, no sólo 
para someter a las empresas petroleras a la obediencia y a la sumisión, 
sino porque habiendo quedado roto los contratos de trabajo entre las 
compañías y sus trabajadores, por haberlo así resuelto las autoridades 
del trabajo, de no ocupar el Gobierno las instituciones de las 
compañías, vendría la paralización inmediata de la industria petrolera, 
ocasionando esto males incalculables al resto de la industria y a la 
economía general del país.
En tal virtud se ha expedido el decreto que 
corresponde y se han mandado ejecutar sus conclusiones, dando cuenta en 
este manifiesto al pueblo de mi país, de las razones que se han tenido 
para proceder así y demandar de la nación entera el apoyo moral y 
material necesarios para afrontar las consecuencias de una determinación
 que no hubiéramos deseado ni buscado por nuestro propio criterio.
La historia del conflicto del trabajo que culminará con este acto de emancipación económica, es la siguiente:
El año de 1934 en relación con la huelga 
planteada por los diversos sindicatos de trabajadores al servicio de la 
compañía de petróleo El Águila, S.A., el Ejecutivo de mi cargo aceptó 
intervenir con el carácter de arbitro a fin de procurar un advenimiento 
conciliatorio entre las partes.
En junio de 1934 se pronunció el laudo 
relativo y en octubre del mismo año, una sentencia aclaratoria fijando 
el procedimiento adecuado para revisar aquellas resoluciones que no 
hubiesen obtenido oportunamente la debida conformidad.
A finales de 1935 y principios de 1936 el C.
 [ciudadano] Jefe del Departamento del Trabajo, por delegación que le 
conferí, dictó diversos laudos sobre nivelación, uniformidad de salarios
 y casos de contratación, tomando como base el principio constitucional 
de la igualdad de salarios ante igualdad de trabajo.
Con objeto de hacer desaparecer algunas 
anomalías, citó el propio Departamento, a una conferencia, a los 
representantes de las diversas agrupaciones sindicales, y en ellas se 
llegó a un acuerdo sobre numerosos casos que se hallaban pendientes y 
reservándose otros por estar sujetos a investigaciones y análisis 
posteriores encomendados a comisiones integradas por representantes de 
trabajadores y patrones.
El Sindicato de Trabajadores Petroleros 
convocó entonces a una asamblea extraordinaria en la que se fijaron los 
términos de un contrato colectivo que fue rechazado por las compañías 
petroleras una vez que les fue propuesto.
En atención a los deseos de las empresas y 
con el fin de evitar que la huelga estallara, se dieron instrucciones al
 Jefe del Departamento del Trabajo, para que, con la aquiescencia de las
 partes, procuraran la celebración de una convención obrero patronal 
encargada de fijar de común acuerdo los términos del contrato colectivo y
 mediante un convenio que se firmó el 27 de noviembre de 1936. En tal 
convención, las empresas presentaron sus contraposiciones y en vista de 
la lentitud de los trabajos, se acordó modificar el estudio dividiendo 
las cláusulas en económicas, sociales y administrativas para iniciar 
desde luego el examen de las primeras.
Las contingencias de la discusión revelaron 
las dificultades existentes para lograr un acuerdo entre los 
trabajadores y las empresas cuyos puntos de vista se alejaban 
considerablemente, juzgando las compañías que las proposiciones de los 
obreros eran exageradas y señalando a su vez los trabajadores la falta 
de comprensión de las necesidades sociales y la intransigencia de las 
compañías por lo que la huelga estalló, en mayo de 1937.
Las compañías ofrecieron, entonces y en 
respuesta a mis exhortaciones, aumentar los salarios y mejorar ciertas 
prestaciones y el Sindicato de Trabajadores, a su vez, resolvió plantear
 ante la Junta de Conciliación el conflicto económico y levantó la 
huelga el 9 de junio.
En virtud de lo anterior, la Junta de 
Conciliación y Arbitraje tomó conocimiento de ello y de acuerdo con las 
disposiciones legales relativas fue designada con el fin indicado, por 
el Presidente de la Junta, una comisión de peritos constituida por 
personas de alta calidad moral y preparación adecuada.
La comisión rindió su dictamen encontrando 
que las empresas podían pagar por las prestaciones que en el mismo se 
señalan, la cantidad de $26 332 756,00 contra la oferta que hicieron las
 17 compañías petroleras durante la huelga de mayo de 1937. Los peritos 
declararon, de manera especial, que las prestaciones consideradas en el 
dictamen quedarían satisfechas totalmente con la suma propuesta, pero 
las empresas argumentaron que la cantidad señalada era excesiva y podría
 significar una erogación mucho mayor que conceptuaron en un monto de 
$41 000 000,00. Ante tales aspectos de la cuestión el Ejecutivo de mi 
cargo auspició la posibilidad de que el sindicato de trabajadores de la 
industria petrolera y las empresas debidamente representadas para tratar
 sobre el conflicto, llegaran a un arreglo, lo que no fue posible 
obtener en vista de la actitud negativa de las compañías.
Sin embargo de ello, deseando el Poder 
Público una vez más lograr un convenio extrajudicial entre las partes en
 conflicto, ordenó a las autoridades del trabajo que hicieran saber a 
las compañías petroleras su disposición de intervenir para que los 
sindicatos de trabajadores aceptaran las aclaraciones que habían de 
hacerse en algunos puntos oscuros del laudo, y que más tarde podrían 
prestarse a interpretaciones indebidas y asegurándoles que las 
prestaciones señaladas no rebasarían de manera alguna los $26 332 756,00
 no habiéndose logrado a pesar de la intervención directa del Ejecutivo 
el resultado que se perseguía.
En todas y cada una de estas diversas 
gestiones del Ejecutivo para llegar a una final conclusión del asunto 
dentro de términos conciliatorios y que abarcan períodos anteriores y 
posteriores al juicio de amparo que produjo este estado de cosas, quedó 
establecida la intransigencia de las compañías demandadas.
Es por tanto preconcebida su actitud y bien 
meditada su resolución para que la dignidad del Gobierno pudiera 
encontrar medios menos definitivos, y actitudes menos severas que lo 
llevaran a la resolución del caso sin tener que apelar a la aplicación 
de la Ley de Expropiación.
Para mayor justificación del acto que se 
anuncia, hagamos breve historia del proceso creador de las compañías 
petroleras en México y de los elementos con que se han desarrollado sus 
actividades.
Se ha dicho hasta el cansancio que la industria petrolera ha traído al país cuantiosos capitales para su fomento y desarrollo.
Esta afirmación es exagerada. Las compañías 
petroleras han gozado durante muchos años, los más de su existencia, de 
grandes privilegios para su desarrollo y expansión; de franquicias 
aduanales; de exenciones fiscales y de prerrogativas innumerables, y 
cuyos factores de privilegio, unidos a la prodigiosa potencialidad de 
los mantos petrolíferos que la nación les concesionó, muchas veces 
contra su voluntad y contra el derecho público, significan casi la 
totalidad del verdadero capital de que se habla.
Riqueza potencial de la nación; trabajo 
nativo pagado con exiguos salarios; exención de impuestos; privilegios 
económicos y tolerancia gubernamental, son los factores del auge de la 
industria del petróleo en México.
Examinemos la obra social de las empresas: 
¿En cuántos de los pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay 
un hospital, una escuela o un centro social, o una obra de 
aprovisionamiento o saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una 
planta de luz, aunque fuera a base de los muchos millones de metros 
cúbicos del gas que desperdician las explotaciones?
¿En cuál centro de actividad petrolífera, en
 cambio, no existe una policía privada destinada a salvaguardar 
intereses particulares, egoístas y algunas veces ilegales? De estas 
agrupaciones, autorizadas o no por el Gobierno, hay muchas historias de 
atropellos, de abusos y de asesinatos siempre en beneficio de la 
empresas.
¿Quién no sabe o no conoce la diferencia 
irritante que norma la construcción de los campamentos de las compañías?
 Confort para el personal extranjero; mediocridad, miseria e 
insalubridad para los nacionales. Refrigeración y protección contra 
insectos para los primeros; indiferencia y abandono, médico y medicinas 
siempre regateadas para los segundos; salarios inferiores y trabajos 
rudos y agotantes para los nuestros. Abuso de una tolerancia que se creó
 al amparo de la ignorancia, de la prevaricación y de la debilidad de 
los dirigentes del país, es cierto, pero cuya urdimbre pusieron en juego
 los inversionistas que no supieron encontrar suficientes recursos 
morales que dar en pago de la riqueza que han venido disfrutando.
Otra contingencia, forzosa del arraigo de la
 industria petrolera, fuertemente caracterizada por sus tendencias 
antisociales, y más dañosa que todas las enumeradas anteriormente, ha 
sido la persistente, aunque indebida intervención de las empresas en la 
política nacional.
Nadie discute ya si fue cierto o no que 
fueran sostenidas fuertes facciones de rebeldes por las empresas 
petroleras en la Huasteca Veracruzana y en el Istmo de Tehuantepec, 
durante los años 1917 a 1920 contra el Gobierno constituido. Nadie 
ignora tampoco cómo en distintas épocas a las que señalamos y aún 
contemporáneas, las compañías petroleras han alentado casi sin 
disimulos, ambiciones de descontentos contra el régimen del país, cada 
vez que ven afectados sus negocios, ya con la fijación de impuestos o 
con la rectificación de privilegios que disfrutan o con el retiro de 
tolerancias acostumbradas. Han tenido dinero para armas y municiones 
para la rebelión. Dinero para la prensa antipatriótica que las defiende.
 Dinero para enriquecer a sus incondicionales defensores. Pero para el 
progreso del país, para encontrar el equilibrio mediante una justa 
compensación del trabajo, para el fomento de la higiene en donde ellas 
mismas operan, o para salvar de la destrucción las cuantiosas riquezas 
que significan los gases naturales que están unidos con el petróleo en 
la naturaleza, no hay dinero, ni posibilidades económicas, ni voluntad 
para extraerlo del volumen mismo de sus ganancias. Tampoco lo hay para 
reconocer una responsabilidad que una sentencia les define, pues juzgan 
que su poder económico y su orgullo les escuda contra la dignidad y la 
soberanía de una nación que les ha entregado con largueza sus cuantiosos
 recursos naturales y que no puede obtener, mediante medidas legales, la
 satisfacción de las más rudimentarias obligaciones.
Es por lo tanto ineludible, como lógica 
consecuencia de este breve análisis, dictar una medida definitiva y 
legal para acabar con este estado de cosas permanente en el que el país 
se debate sintiendo frenado su progreso industrial por quienes tienen en
 sus manos el poder de todos los obstáculos y la fuerza dinámica de toda
 actividad, usando de ella no con miras altas y nobles, sino abusando 
frecuentemente de ese poderío económico hasta el grado de poner en 
riesgo la vida misma de la nación, que busca elevar a su pueblo mediante
 sus propias leyes aprovechando sus propios recursos y dirigiendo 
libremente sus destinos.
Planteada así la única solución que tiene 
este problema, pido a la nación entera un respaldo moral y material 
suficiente para llevar a cabo una resolución tan justificada, tan 
trascendente y tan indispensable.
El Gobierno ha tomado ya las medidas 
convenientes para que no disminuyan las actividades constructivas que se
 realizan en toda la República y para ello, pido al pueblo, confianza 
plena y respaldo absoluto en las disposiciones que el propio Gobierno 
tuviere que dictar.
Sin embargo, si fuere necesario, haremos el 
sacrificio de todas las actividades constructivas en las que la nación 
ha entrado durante este período de Gobierno para afrontar los 
compromisos económicos que la aplicación de la Ley de Expropiación sobre
 intereses tan vastos nos demanda y aunque el subsuelo mismo de la 
Patria nos dará cuantiosos recursos económicos para saldar el compromiso
 de indemnización que hemos contraído, debemos aceptar que nuestra 
economía individual sufra también los indispensables reajustes, 
llegándose, si el Banco de México lo juzga necesario, hasta la 
modificación del tipo actual de cambio de nuestra moneda, para que el 
país entero cuente con numerario y elementos que consoliden este acto de
 esencial y profunda liberación económica de México.
Es preciso que todos los sectores de la 
nación se revistan de un franco optimismo y que cada uno de los 
ciudadanos, ya en sus trabajos agrícolas, industriales, comerciales, de 
transporte, etc., desarrollen a partir de este momento una mayor 
actividad para crear nuevos recursos que vengan a revelar cómo el 
espíritu de nuestro pueblo, es capaz de salvar la economía del país por 
el propio esfuerzo de sus ciudadanos.
Y como pudiera ser que los intereses que se 
debaten en forma acalorada en el ambiente internacional, pudieran tener 
de este acto de exclusiva soberanía y dignidad nacional que consumamos, 
una desviación de materia primas, primordiales para la lucha en que 
están empeñadas las más poderosas naciones, queremos decir que nuestra 
explotación petrolífera no se apartará un sólo ápice de la solidaridad 
moral que nuestro país mantiene con las naciones de tendencia 
democrática y a quienes deseamos asegurar que la expropiación decretada 
sólo se dirige a eliminar obstáculos de grupos que no sienten la 
necesidad evolucionista de los pueblos, ni les dolería ser ellos mismos 
quienes entregaran el petróleo mexicano al mejor postor, sin tomar en 
cuenta las consecuencias que tienen que reportar las masa populares y 
las naciones en conflicto.
El Presidente de la República, Lázaro Cárdenas. Palacio Nacional, a 18 de marzo de 1938.Presidente Lázaro Cardenas del Río
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