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Carta abierta a Barack Obama
Carta abierta a Barack Obama
Epigmenio Ibarra
Sé perfectamente que es muy difícil que esta carta llegue a sus
manos. No puedo, sin embargo, callar. Soy uno más de los muchos
ciudadanos que, en este país, consideramos que es la hora de decir “Ya
basta” a esta guerra sangrienta que ustedes, presidente Obama, nos han
impuesto.
Durante muchos años, con mi cámara al hombro, viví y registré los
desastrosos efectos de la doctrina de seguridad nacional de Estados
Unidos. Seguí el rastro de sangre que los estrategas, diplomáticos y
asesores militares estadunidenses dejaron en El Salvador, Nicaragua,
Colombia e Irak.
Vi también cómo las oligarquías criollas, los ejércitos, los
gobiernos locales asumían, sin pudor alguno, el trabajo sucio que
Washington les asignaba y cómo se manchaban las manos con la sangre de
esas decenas de miles de personas que, para las agencias de inteligencia
y seguridad norteamericanas, eran un “peligro para la democracia”.
Seguí las huellas de sanguinarios escuadrones de la muerte integrados
por oficiales de los ejércitos y cuerpos policiacos, de asesinos
profesionales que mataban a arzobispos, curas, monjas, luchadores de los
derechos civiles, dirigentes democráticos, periodistas.
Vi también, es justo reconocerlo, intervenir a legisladores
estadunidenses en defensa de los derechos humanos y fui testigo de un
inédito proceso de negociación entre la guerrilla salvadoreña y el
Departamento de Estado. Una negociación que condujo al final de la
guerra.
Nunca quise para mi patria lo que viví en otros países. Documentar
esos infiernos tenía y tiene, para mí, el propósito de exorcizar al
demonio de la guerra para que nunca se instalara entre nosotros. Pero la
guerra llegó a México y 100 mil muertos después le escribo esta carta.
Fue un hombre indigno y enfermo, Felipe Calderón, quien por cierto
disfruta impunemente de un exilio dorado en Boston, el que en México
asumió la tarea de hacer para ustedes el trabajo sucio, de librar una
guerra por encargo y sin perspectiva alguna de victoria.
Luego de usurpar la Presidencia de la República, Calderón se puso al
servicio del gobierno de Estados Unidos, se compró las mentiras que tan
frecuentemente inventan las agencias de seguridad estadunidenses y
asumió la tarea, tan mesiánica como imposible, de exterminar —por eso
declaró la guerra— a los cárteles mexicanos de la droga.
Se necesita ser muy ingenuo o muy perverso para pensar que el gran
negocio de la droga en Estados Unidos está en manos de los capos
mexicanos. Se necesita ser muy inepto o estar muy enfermo, como
Calderón, para creer que sin abatir el consumo en EU puede
desarticularse al crimen organizado en México.
Menos si las distintas agencias estadunidenses, tan celosas para
exigir resultados al ejército y la policía en México, cierran,
convenientemente, los ojos ante lo evidente y se rehúsan a combatir con
energía y eficacia al crimen organizado en su territorio.
Esta guerra, que tanta sangre nos ha costado, es de ustedes, señor
Obama. Es en su territorio donde ha de combatirse a criminales
estadunidenses, de tez blanca y apellido sajón. Esos que surten a los
millones de adictos y oxigenan a la economía norteamericana con miles de
millones de dólares producto del tráfico de droga.
¿Dónde están esos capos? ¿Dónde los policías corruptos, los jueces y
funcionarios venales que los protegen? ¿Qué me dice de que no se
produzcan jamás decomisos importantes y de que su policía solo capture
traficantes menores, la inmensa mayoría de ellos pertenecientes a las
minorías raciales?
¿Quién vende la droga a los ejecutivos de Wall Street? ¿Quién toca la
puerta de las mansiones de Hollywood con las dosis de cocaína para las
estrellas? ¿Quién surte a los políticos en Washington? ¿A los ricos en
Chicago, Houston o San Francisco? ¿Inmigrantes mexicanos?
Que Hollywood y la tv se compren esa versión, que construyan villanos
mexicanos a la medida de la paranoia y el racismo, a los cuales es tan
afecto el ciudadano medio en su país, es indigno pero comprensible. Que
un gobierno, como el suyo, comparta esa visión simplista y se cruce de
manos ante sus cárteles locales es, permítame decirlo, una acto de
guerra, como el de la operación Rápido y furioso contra nuestro país, del que se dicen ustedes tan amigos.
Dice usted, presidente Obama, que redoblará esfuerzos para controlar
el tráfico de armas y de dólares del norte hacia el sur. Lo siento, pero
su promesa no es suficiente y tampoco traerá la paz a este país herido.
Cierre usted, señor Obama, la frontera a la droga. Hágalo en su
territorio. Persiga a sus criminales, esos que son, a fin de cuentas,
los verdaderos patrones. Corte sus finanzas. Prescinda de ese dinero sin
el cual la economía estadunidense sufrirá un duro golpe.
Ataque radicalmente el problema del consumo y no use la droga como
paliativo para mantener sosegados y en paz a los millones de pandilleros
que, armados hasta los dientes, viven de y por la droga.
Antes de hablar de competitividad, de modernización, de reformas, de
amistad entre nuestros pueblos, devuélvanos la paz. El país se nos
deshace entre las manos y, señor Obama, eso sí que es una amenaza para
la seguridad de Estados Unidos.
Libre su guerra con decisión y valentía, hágalo ya, en su territorio
para que los capos mexicanos, verdugos sanguinarios pero solo verdugos,
no sigan cumpliendo las sentencias de muerte que los capos
estadunidenses dictan impunemente.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com
www.twitter.com/epigmenioibarra
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2 comentarios:
¿Nada nuevo? Incendios en Zapópan y San Luis como anuncio del cielo a lo que la visita le siguió: a los 8 días desembarco de tropas israelíes en Chiapas. Y, ¿nada nuevo?
¿Nada nuevo? Incendios en Zapópan y San Luis como anuncio del cielo a lo que la visita le siguió: a los 8 días desembarco de tropas israelíes en Chiapas. Y, ¿nada nuevo?
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