sábado, 23 de octubre de 2010

Xantolo


Xantolo es el nombre del Día de Muertos en la Huasteca. Es un término que deriva de sanctórum, asimilado sobre todo por la lengua náhuatl, aunque también se le conoce como xantola, o santorom –como en el caso de los tének–, pero indica precisamente Todos Santos, designación dada a la festividad huasteca en su conjunto. Existen otras voces, más antiguas, como mihkailwitl (fiesta de los muertos), que nos hablan de una forma muy particular de recordar a las almas de los ancestros en las comunidades rurales. Con el tiempo, el Xantolo y toda la tradición de muertos logró equilibrar los elementos propios derivados de las culturas indígenas y aquellos traídos por la conquista española, expresados hoy en estos ceremoniales tan significativos para los huastecos del 31 de octubre al 3 de noviembre, fecha en que las almas están en casa.

Actualmente, el huasteco vive y siente el Xantolo como algo muy suyo, como un elemento fundamental de su identidad, además de ser la tradición más esperada de su ciclo festivo. Esta celebración significa, asimismo, un largo periodo de ahorro y de constancia. Todo implica trabajo y esfuerzo cotidianos. Se tiene que ahorrar, de manera especial en los últimos tiempos, para comprar la flor, el chocolate, el pan y todo lo que la ofrenda requiere. Es también un periodo de tres o cuatro días de asueto, pues no se puede hacer ninguna clase de trabajos ya que lo que está en riesgo siempre será la salud. Según la creencia, trastocar este principio conlleva a una serie de lamentables sucesos.

El Xantolo cobra fuerza, además de lo antes señalado, porque en el pensamiento del pueblo están presentes, entre muchas otras, las siguientes cuestiones: De la ofrenda, consistente en distintas viandas, especialmente tamales, pan y chocolate, las ánimas o almas únicamente toman el sabor y el aroma. En los días próximos a la celebración se sueña con los difuntos y aparecen moretones en el cuerpo, sobre todo en brazos y manos (aunque en Ahuateno-Chicontepec, Veracruz, se diga que esto sucede porque no se debe comer limas antes de ofrendarlas); si no se ofrenda lo prometido, o simplemente no se ofrenda, puede suceder una desgracia familiar. Y las almas que no fueron llamadas a la ofrenda, en especial la de parientes cercanos, retornan tristes al panteón. Por otra parte, si muere alguien en las fechas próximas al Xantolo o durante la celebración, se va “de cargador” de las demás almas. Todo esto vigoriza y le otorga sentido a la tradición y unifica a las familias y vecinos; hay intercambio de ofrendas y el 2 de noviembre se realiza la visita a los padrinos, a quienes se les lleva ofrendas en morrales y canastas.

El 2 ó 3 de noviembre se visita el cementerio. Ya se han limpiado y adornado las tumbas con sempoalxóchitl o flor de muerto; ya se ha prendido el aromático copal; se ha ofrendado y compartido la comida ritual (el maíz es la semilla que significa la vida. Por eso a la fiesta también se le nombra “día de los chihchiquilis”, por la abundancia de tamales, alimento que representa a las cosechas), y se han escuchado los vinuetes y los mihkasonas (sones de muerto); finalmente, se han hecho alabanzas y se ha rezado el rosario para recordar y visitar a los muertos.

EL XANTOLO EN LA HUASTECA VERACRUZANA

La Huasteca abarca porciones considerables de los actuales estados de Veracruz, Hidalgo y San Luis Potosí, y minoritariamente de Tamaulipas, Querétaro y Puebla, lo que le confiere gran riqueza humana y cultural. Ahí se asientan, además de las comunidades mestizas, las etnias originales: huastecos o tének, nahuas (masewalmeh), otomíes n’yuhú o hñahñú, masihpihní o tepehuas, totonacas (tutunakú) y los pames o xi’iuy, que no obstante compartir rasgos culturales comunes, poseen su propia lengua y cultura. De estas seis etnias, cinco están presentes en la Huasteca Veracruzana.

Aunque el día de muertos, con un trasfondo común, sea una celebración de alcances nacionales, existen regiones donde posee matices propios que, lejos de diversificarla, la enriquecen. Tal es el caso de la Huasteca Veracruzana, que comprende la parte septentrional y la meridional, es decir, norte y sur. En el sur, la manera de celebrar el Xantolo se diferencia sólo por la aparición de la danza de muertos. En el norte bailan las cuadrillas o comparsas de enmascarados conocidos como kolimeh, viejos o viejada, mientras que en el sur no bailan ésta, sino los kwanegros (cabezas negras), llamados “pañuelitos” entre los tének, cuya danza se efectúa el 30 de noviembre, día de San Andrés. En el norte, el día de San Andrés marca la hora del destape (ixtlapus para los nahuas) de las cuadrillas o comparsas de la viejada, en el cual se realiza una gran fiesta. En otras comunidades, los mekohmeh también tienen su destape (quitarse ritualmente la máscara) y le llaman tlaxolewa (desbaratar).

Sin embargo, en el sur la misma danza de kolimeh o viejada aparece en el carnaval con el nombre de mekohmeh o los mecos, a quienes en algunos lugares también llaman viejos; estos mekohmeh conforman dos segmentos: los disfrazados y los tiznados, también llamados Negros. Como si se tratara de un estira y afloja cultural, el norte (sólo en algunos pueblos y comunidades), para la celebración del carnaval, también cuenta con mekohmeh o mecos, pero éstos son una agrupación de personas que se tiznan y embarran arcilla en el cuerpo y hacen malabares. Todos estos danzantes, kolimeh o viejada y mekohmeh, bailan de casa en casa a cambio de una paga en dinero o en especie. Y tanto en los kolimeh como en los mekohmeh, en un momento especial de su baile, salen los comanches, que son tres personajes: dos de ellos vestidos con pantalón y enagüillas, penachos, arco y flecha; y el tercero, llamado perrero, carga una ardilla disecada.

Los dos grupos, pero sobre todo los mekohmeh, curan (limpian con hiervas, huevos y velas) tanto a humanos como a animales, aunque sólo los mekohmeh tienen rituales para las máscaras y las diferentes deidades tradicionales. No obstante, la caballería (un sinfín de jinetes) está presente en las dos celebraciones: el 2 de noviembre en Xantolo y el martes de carnaval. Ambas tradiciones están relacionadas porque celebran a los ancestros y son inicio y terminación de los dos ciclos agrícolas huastecos: el carnaval festeja a los ancestros negativos (representados por los mekohmeh y los diferentes diablos) y marca el inicio de la siembra de Tonalmili o milpa de sol o calores; mientras que el Xantolo tributa a los ancestros buenos (representados por los kolimeh o viejada y el caporal) y recibe los frutos de Xopanmili o milpa de lluvias o temporal. Son celebraciones cuyo contenido se acerca y se vincula, pero no se mezcla. Cada una de ellas tiene su propia época y su proceso.

Antes del 31 de octubre, o aún en este día, se realiza la Plaza Grande de Xantolo para suministrarse de todo lo necesario para la fiesta. La plaza se hace en la fecha acostumbrada, y se llama “grande” porque cubre más espacio y cuenta con más mercancía de la habitual. En ella se adquieren los productos de los que no abastece la milpa. Los pobladores se surten de cacao, azúcar y canela para la elaboración del chocolate; velas suficientes para las ánimas que se esperan, veladoras, papel de china, copal, nueces, cacahuates, cerámica ceremonial (potrillos, porrones, sahumerios, ocarinas y floreros, todo esto traído de Chililihco, Hidalgo), morrales, ropa, zapatos, sombreros, cohetes y fruta, entre otras cosas. En ocasiones, cuando las aguas no han llegado a tiempo, se compra maíz, frijol chichimequetl (caxtilán o zarabanda), la propia flor de muerto (sempoalxóchitl) y hasta las hojas para los tamales. Así, es en esta plaza o mercado donde se invierte casi todo lo ahorrado durante el año.

Una vez adquirida la mercancía, se procede a moler el cacao y a la elaboración de las tablillas que se irán guardando en un recipiente con tapa o envolviendo en papel de china, que servirán para la elaboración del chocolate. Ya para el 31 de octubre, muy de madrugada, comienza la matanza de cerdos, gallinas y guajolotes, cuya carne hará más apetitosos los chihchiquilis, tlapepecholes y demás tamales de Xantolo.

Pasada la fiesta se realizaba la plaza muerta, es decir, una plaza triste, con pocos puestos, sola y con pocos compradores. La gente se gastó sus recursos económicos en el Xantolo y todavía le han quedado algunos tamales y algo de chocolate. Es hasta la siguiente semana cuando las cosas se normalizan. Pero la celebración sigue: habrá ochavarios o chicontis; vendrá San Andrés y, en algunas comunidades, el Xantolo culmina pasado el 24 de diciembre.

Mostraremos, de un modo muy general, la manera en cómo se vive el Xantolo en algunos lugares de la Huasteca Veracruzana.

XANTOLO EN TEMPOAL

Tempoal se encuentra ubicado en la zona norte del estado de Veracruz, en la Huasteca, y se ha caracterizado siempre por mantener la tradición viva y genuina del Xantolo para fortalecer su identidad a ritmo de los sones interpretados por el trío huasteco, compuesto por un violín, una jarana huasteca y una guitarra quinta huapanguera. Este Tempoal, donde el queso de bola tiene su cuna, ya tenía desde antes fama de bailador en día de muertos, y ha logrado mantenerse fuera del alcance de otras celebraciones ajenas a la idiosincrasia huasteca, además de instituir en los últimos años el Festival Xantolo, Tempoal, cuyo lema es “Ríe, baila y llora con los muertos”.

Es a partir del 1 de noviembre que en los patios de las casas se ensayan las comparsas de la viejada. Los participantes se congregan en la casa del empresario. Este personaje sabe todo cuanto se necesita para estar al frente de esta misión: conoce los sones, es depositario de las coreografías, cuenta con un patio o, en su caso, hace suya la calle; también tiene algunos ahorros para los refrescos y el pago de los músicos, además de poseer el carisma suficiente como para aglutinar en torno a una máscara a los jóvenes y adultos de su colonia. Aquí se reúnen ahora para danzar un poco mientras la discada está lista. Algunas personas ayudan al empresario. Se reparten las cervezas, los refrescos, el agua embotellada y, unos sones después, se disfruta la comida. Posteriormente se visten, y ya con los disfraces bailan son tras son, hasta que el empresario se convence de que su comparsa hará bien las cosas.

De esta forma, los danzantes esperan un poco para luego salir a la calle. Bailan tres o cuatro sones en cada casa. Se les retribuye con algunas monedas; ellos saben que están en su colonia, cerca de sus familiares que les aplauden y los animan. Por otra calle, más allá abajo, viene don Lino Sánchez, viejo entre la viejada, vaquero de sus últimos gozos porque ahora, dice, ya está cansado. Más allá, en otra calle y distinta casa, la familia entera baila los sones de Xantolo. No es un error decir que todos saben bailar cada uno de los sones de muerto. Mujeres, jóvenes, adultos y niños participan de la fiesta. El Xantolo tiene una singular importancia: el ambiente eminentemente familiar en que se celebra a los ancestros. Al menos por cuatro días, que además son de asueto, se salta a la fiesta comunitaria donde las máscaras, disfraces y la música ritual colman de vida las calles y los patios.

EL XANTOLO TEMPOALENSE

Un domingo antes del 31 de octubre se lleva a cabo la Plaza Grande. La gente acude a realizar las compras de todo lo que, por tradición, sabe que va requerir para preparar la ofrenda. La festividad inicia el 31 octubre con la aparición de las comparsas y la viejada, y concluye el 3 de noviembre, aunque periódicamente, a lo largo del mes, se van realizando ceremonias ligadas con la fiesta, tales como los ochavarios, que son la ofrenda –y renovación de las flores del altar– que se efectúa a los ocho días del término del 1 y 2 de noviembre; es decir, ochavario para las ánimas los niños y el correspondiente a los adultos. Actualmente se ha ido marginando esta costumbre y se considera propia “de los ranchos”

En el Día de Muertos o de Todos Santos, se cree que llegan las ánimas de los muertos desde el lugar en que se encuentran a comer lo que los vivos les vayan a ofrendar; se les pone comida y con esa ofrenda se les espera. El ofrecerles a las ánimas se explica a través de un mito, que por el espacio no es posible narrar, pero se tiene la certidumbre de que los animales que con anterioridad se destinan para estos días como ofrenda a las ánimas tienen por fuerza que sacrificarse, porque se piensa que de todas maneras ese animal se morirá, porque ya está ofrecido, “está dado”, y si no se mata las ánimas de todos modos “hacen que se muera”.

Para que las ánimas lleguen a la tierra y se introduzcan a los hogares de sus familiares, se les hacen caminos de pétalos de flor de muerto o sempoalxóchitl. Se forman largas hileras de pétalos, partiendo de la entrada principal de la casa hacia diferentes rumbos, “para que las ánimas vean que en la casa ya hay entradas y no se pierdan… Para que sepan que entran con permiso. Son caminos por donde llegan y por donde se van”.

Los arcos y altares se construyen el 30 de octubre por la tarde. Se detonan cohetes y hay convivencia familiar. En ocasiones viene un arquero a ayudar a confeccionarlo. Antes, hace unos 10 años, todavía se cortaban las varas para el arco en los solares; ahora ya las venden en la plaza, traídas por campesinos, quienes las ofertan en las banquetas. El altar y el arco son considerados el sitio sagrado donde permanecen las ánimas durante esta sentida y profunda convivencia.

En el altar habrá tantas velas como muertos en la familia. Por eso es común ver los altares repletos de velas adornadas con papel oropel de colores y con incisiones. A todos los difuntos se les destina una vela en el altar, la cual muere con la festividad. También hay velas destinadas para los muertos en general. Si queda un cabo de alguna vela, es de buena suerte. “Sirve para hacer limpias y es como bendita”. Actualmente las veladoras están destituyendo a las velas.

Los arcos son estructuras de madera flexible, esto es, de varas. A este tipo de varas se le conoce como vara sol (rama de cocuite), que se cubre con hojas de un árbol llamado rama iglesia, aunque en algunas ocasiones se forra con heno. Los arcos se adornan con flor de sempoalxóchitl y mano de león y bojolito o bojolillo (sempiterna) carmesí, que se confecciona en el lugar que ocupa el altar que permanentemente está en la casa. Aquí se cuelgan frutas diversas (naranjas y mandarinas, así como pequeñas canastas de barro en las que se colocan nueces, dulces, cacahuates y galletas). Este arco está ofrecido a los ancestros mayores. Junto a este arco, en un rincón, se hace un arco pequeño dedicado a las ánimas de los niños, a los angelitos. Aquí se les ofrenda a los muertos pequeños. Se ponen velas pequeñas y muchos dulces y juguetes. Con la elaboración de este altar, de manera tácita se está entrenando a los menores para continuar y sustentar a esta tradición de honda raíz prehispánica.

El arco, como lo indica el término, es redondo, no muy alto ni muy ancho, que ocupa el espacio de una mesa para cuatro personas. El altar en conjunto representa al cosmos: la parte correspondiente al arco florido es la bóveda celeste; la parte de en medio (la mesa con las ofrendas y las velas) es el plano terrenal donde vivimos, y la parte inferior señala al inframundo. En los tres niveles se pone ofrenda. La parte baja es considerada el mundo de los ancestros nefastos, por lo que las ofrendas se colocan al revés, casi enterradas, para mantener el necesario equilibrio y no perturben la fiesta.

La ofrenda que se les coloca a los muertos en el altar es como una muestra de cariño y de recuerdo. Se ofrenda porque “vienen a ver qué les da uno”. Hay que atenderlos bien para que se vayan con gusto y sientan que uno se acuerda de ellos. De esta forma se llama al ánima y se prende una vela que para ella está dedicada. Esta ofrenda puede ser algo en especial que alguno de los muertos le haya gustado en vida. Así, en el altar se ponen los tamales de carne de puerco, de picadillo, de calabaza y palmito, de pollo y de dulce; dulce de papaya, de cuahuayote, yuca enmielada, dulce de pipián, frutas diversas (manzanas, naranjas, mandarinas y plátanos), pan, pemoles, alfajores, café y chocolate, así como aguardiente, cigarros, cerveza y refrescos.

La ofrenda se sahúma con copal. Existe la creencia de que las ánimas toman de los alimentos ofrendados únicamente el sabor. La gente comenta que el chocolate o cualquier otro alimento que ya se haya ofrendado, al momento en que uno lo ingiere, ya no tiene el mismo gusto. Y se piensa que los líquidos, además de perder su sabor, reducen su volumen. Terminando de incensar la ofrenda, y una vez que los vivos comieron de ella, se apagan las velas con dos flores de sempoalxóchitl y se vuelven a encender a la hora siguiente. No se debe apagar las velas con el aliento “porque se van las ánimas”.

El 31 de octubre, día de los chiquitos, en el altar pequeño se pone comida propia para niños, es decir, que no contenga chile, sino que sea comida dulce. A partir del 1 de noviembre se ofrendan tamales y comida con chile, porque ya los niños se fueron y es día de los grandes. El 3 de noviembre todas las personas asisten al cementerio a llevarles flores a los difuntos. Allí se reza, se hace ofrenda de tamales, chocolate y bebidas alcohólicas, y llega también la viejada y bailan en el panteón. También llevan tríos de huapangueros, que cantan en las tumbas a solicitud de los deudos.

Por la noche del 3 de noviembre, se pone a la orilla del camino una pequeña ofrenda en una silla y se enciende una vela; la ofrenda está dedicada para el ánima sola, que en el mundo terrenal, “por un pecado cometido”, mereció el castigo de penar; se dice también que es el ánima de los que fueron solos y ahora no tienen quien les ofrende. La ofrenda que se coloca a esta ánima deberá ser recogida por cualquier transeúnte, pensándose que a través de éste el ánima sola se lleva la ofrenda.

La viejada, a pesar de que la fiesta es para los muertos, es el centro de atención en estos días. Cada colonia organiza su comparsa de danzantes o la viejada a fin de darse a notar en dicha celebración. Todas las personas del pueblo que quieran disfrazarse pueden hacerlo, aunque lo correcto es integrarse a la comparsa correspondiente, participando en los ensayos que se realizan diariamente durante los quince días anteriores a la fiesta.

El 31 de octubre es el primer día en que sale la viejada. A veces cada una de las comparsas alcanza más de cien integrantes. Todas las colonias participan en la fiesta. De las comunidades cercanas a Tempoal también vienen comparsas a bailar al pueblo: de El Ranchito, Tancheche, Buenavista, etcétera.

A los danzantes se les llama los viejitos o los viejos. A la comparsa en general se le denomina la viejada, integrada por músicos de violín, guitarra huapanguera y jarana, el empresario y el caporal, así como los disfrazados mismos. A los danzantes, es decir, a los viejos, los acompañan individuos que se han disfrazado de mujer y que forman un sinnúmero de parejas. El empresario es el encargado de velar por el orden dentro de la comparsa, y cada una de ellas tiene su propio empresario, quien además es el responsable de dirigir los ensayos, de guardar el dinero recabado y, por último, de organizar el baile de destape de la comparsa.

Son diversos los disfraces que para esta ocasión se utilizan, aunque la mayoría están relacionados con personajes como el diablo, el duende, el vaquero o caporal, la ranchera, los payasos, el toro, los inditos, los comanches, las boconas, entre otros, surgidos del ingenio de los participantes. Pero lo más común es el uso de la máscara tradicional de madera de cedro o de madera de pemuche.

En el baile, el caporal va al frente de la comparsa vestido de vaquero; trae reata de lazar, sombrero ribeteado, chaparreras, espuelas, chirrión y máscara con bigotes. Va tocando un cuerno de buey. La explicación que se le da al hecho de llevar puesta una máscara con motivos monstruosos o de otro género, es que ésta “sirve para espantar a las ánimas que vienen a ver a quién se llevan”, o también “se baila con máscara para alegrar a las ánimas y hacerles ver que uno está viviendo contento”. En las comunidades indígenas la persona disfrazada no debe ser identificada por ningún individuo, “ya que no es bueno porque le puede suceder alguna desgracia al bailador”. Para evitar ser identificados intercambian entre sí las ropas o se las ponen al revés.

La danza se inicia bailando “El son del pajarito verde”, que es algo así como un saludo a los dueños de una casa, mientras que al finalizar la bailada se interpreta “El son de la salida”. Así, el caporal dice que viene “de muy lejos” y pide trabajo “para él y sus compañeros”. Cuando toca el cuerno es señal de que en la casa han aceptado que la viejada baile. Al terminar de bailar reciben de la familia, a través del caporal, una determinada cantidad de dinero, tamales, pan, u otro alimento. El dinero se guardará para organizar el baile de destape y los tamales son comidos por los danzantes. Todo lo que dan en la casa en donde se baila es como un pago por los trabajos realizados.

Es costumbre que la persona que se inicia en la viejada lo haga durante siete años consecutivos; si los termina y quiere continuar deberá completar catorce años. Pero en ambos casos, el no cumplir implica contraer una serie de supuestos males en su vida “por no haber respetado la costumbre”.

Algunos sones (sones de muerto) que se tocan en estas fechas son: “El pajarito verde”, “El palomo”, “Son de cuatro vueltas”, “El zopilote”, “El paseadito”, “La piececita”, “Cada quien la suya”, “La polla pinta”, “La banca”, “El caballito”, “La patita (este son lleva un recitado en décima, octava o sexteta, y en ocasiones los danzantes gritan porras), “El pececito”, “Los enanos”, “El agachadito”, “El tapado”, “El toro negro (aquí el empresario baila con cada uno de los integrantes de la comparsa de manera muy similar a como los sotaventinos ejecutan ‛El son del toro zacamandú’)”, “El brincadito”, “El venado”, “El burro”, “La media naranja”, “El volteadito”, “La mexicanita”, “El santo patrón”, “El sombrero concho”, “El jabalí”, “El gallo”, “La pulga”, “El guajolote”, “El coyote”, “La salida”, entre otros.

El 3 de noviembre, como ya se comentó, la viejada asiste al cementerio. Este día es conocido como tlamakauali, “despedida”, “conmemoración” o “responso”. Al llegar las distintas comparsas bailan en el descanso del panteón como una señal de “saludo a todos los muertos”. Después las comparsas se diseminan por todo el cementerio para ser contratadas por los deudos y bailen en las tumbas sobre las lozas o en el interior de los mausoleos. Todo a zapatazo limpio, con reverencia, aunque parezca lo contrario. Los deudos que llaman a determinada comparsa para que baile sobre la tumba le van indicando al caporal qué sones tienen que bailar. Generalmente en cada tumba se bailan los sones que más agradaban al difunto, y si éste en vida participó en alguna comparsa, “se le baila por más tiempo, en señal de pena y de respeto”.

El 30 de noviembre, día de San Andrés, se ofrenda de nuevo a las ánimas y la viejada hace también acto de presencia en el pueblo. En las comunidades se bendicen las semillas y las mazorcas que se utilizarán para las siembras del año. Este día también se efectúa la fiesta de destape, donde cada comparsa hace su propio baile con los fondos económicos colectados. El baile de destape es un cumplimiento del empresario, pues “es su obligación organizarlo después de pasar Todos Santos”, a decir de los pobladores. Así, todos los danzantes vuelven a ponerse su disfraz y el ceremonial comienza cuando la comparsa se inicia a bailar. Bailan durante una hora aproximadamente y los bailadores se quitan la máscara y se la colocan a un lado del rostro, “como anunciando que ya se destapó, que ya está limpio y ya es la persona de antes…” En ocasiones cada uno de los bailadores lleva una madrina y ésta tendrá que darle algún obsequio al momento de destaparse, algún perfume, un pañuelo o cigarros.

En las comunidades indígenas el baile del destape se hace dependiendo de la cantidad de dinero, aguardiente o semillas que lograron recabarse. Si el dinero es suficiente como para hacer un baile, éste se realiza; si no, se llevará a cabo únicamente un brindis, pero en ambos casos vuelve a bailar la comparsa. Para destaparse preparan el baile; ejecutan la viejada, y después los participantes se van al monte a quitarse las máscaras, se pone cada uno su respectiva ropa y regresan al baile. Las máscaras las guarda el empresario para la próxima fiesta. Los nahuas llaman a esta ceremonia o baile de destape ixtlapus, que significa “abrir los ojos, abrir o destapar nuestro delante”, y para ello arrojan con la boca aguardiente a los ojos del disfrazado al momento de apartarse la máscara de la cara.

Se piensa que quien no se destapa anda siempre con máscara y que por tal motivo no puede ser él en realidad, pues es un “desconocido” por tener otra cara, siendo presa fácil “de algún mal que le cause la muerte”, mal enviado por las ánimas. Al morir no será aceptado (por su cara de palo) en el cielo y se irá derecho al infierno. El destape también es señal de respeto a las ánimas. “Es señal de que ya se quitó la cara con que uno animó un poquito la fiesta y para que las ánimas queden invitadas a venir año con año”.

Con la fiesta de destape se da por terminada toda la celebración del Día de Muertos o Todos Santos, Xantolo, Xantola, o Santoro. Quedan santificadas –allá en Alto del Ojite– las semillas de maíz que se destinarán para la siembra… ”Después se pone una mazorca en la entrada de la casa; ahí se cuelga, para que se dé con mayor fuerza la milpa”.


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