Había una vez un hombre que se sentaba en la banqueta a ver rodar las ruedas.
Sonreía a menudo en contestación a los destellos sobre los rayos metálicos de las ruedas de las bicicletas, el crisol que corona la centella: un rayo de sol sobre una gota de agua sobre una hoja enorme, color verde sapo, en el Central Park.
Solía caminar un tanto encorvado en su eterna juventud, las manos en los bolsillos, delanteros por lo regular, lo que hacía que sus hombros parecieran gibas, inclinación turgente por los trajes blancos, la melena rugiente en la cabeza y en la barba como león en pleno desierto africano.
Aunque no tuviera un chicle entre las muelas su gesto siempre era un rumiar de irreverencia.
Para hablar de él, los célebres músicos argentinos que integran Les Luthiers lo distinguían de su mancuerna con un simple mohín pleno de jiribilla: Lennin y McCartney.
La jiribilla es una manera sencilla de nombrar lo que los sapientes denominarían metáfora, parábola, hipérbole, o cualquier esdrújulo que pareciera elegante para decir simplemente que el trabajo que vino a cumplir a este plano temporal John Lennon es devastadoramente peligroso, provocador, revolucionario, liberador, subversivo. Porque era un mensaje de amor incondicional, como dirían los sabios budistas.
Por eso, por su talante insurgente, insubordinado, provocador, gestor, dinamogénico, profundamente irreverente y encausador, los cronopios llamamos John Lennin al autor de “Watching the Wheels.”
Había una vez un hombre que escribió algo así pero en inglés: dicen que estoy loco por lo que hago, me miran como a un ser raro de seguro porque no juego el mismo juego que todos juegan. Y me dicen perezoso porque hago de mi vida un tejido de sueños, y entonces me aplican consejos y altos designios que me conduzcan a la iluminación. Y lo que pasa es que solamente estoy sentado viendo cómo ruedan las ruedas. Deveras que me gusta verlas cómo ruedan. Y para dejar de montar su alegre ronda, sé que lo único que tengo que hacer es dejar fluir. Y dejé fluir. Solamente dejé que fluyera. Tuve que dejarlo ir.
Había una vez un hombre a quien, en irónico vuelco de la fábula kafkiana, una pinche cucaracha le disparó en la cabeza.
Había una vez un hombre que este día 10 del año 10 del milenio que vivimos en peligro está mirando rodar las ruedas y enumera los rayos de una bicicleta en su reflejo de sol dorado: ayer sábado 9 de octubre, hace setenta años gritó por vez primera y su gemido duró esas siete décadas. Los románticos quieren traducir ese grito como “mamá”, pero él se encargó de rendir, años después en una canción, la crónica de aquel momento: madre, me tuviste, pero no fue recíproco. Te quise pero tú no me quisiste a mí. Así que adiós.
Había una vez un hombre que cumplió setenta años sin estar aquí, porque dentro de poco, el 8 de diciembre, una pinche cucaracha va a disparar sobre la cabeza de un humanista que cumple setenta de haber nacido y treinta de haber muerto de la misma manera que Charlie Parker vivió más de sesenta años, porque así lo dictaminaron los médicos que observaron su cadáver: un hombre de más de sesenta años, cuando en realidad tenía apenas treinta y cuatro y días cuando antes en el estudio de grabación dejó de soplar el instrumento, se llevó las manos a la cabeza y exclamó, mientras los demás músicos cesaban sus sonidos como una locomotora que tarda en frenar sobre los rieles: ¡esto ya lo toqué mañana!
Había una vez un hombre que murió a consecuencia de un crimen de Estado.
Porque en los treinta años que han transcurrido desde su muerte han aparecido testimonios, evidencias, notas periodísticas, biografías, pero sobre todo sonado sus canciones en la conciencia de los otros, contaminados ya por la insurgencia, la insurrección que armó aquel hombre nada más con sus canciones, con su actitud ante la vida, con sus manifestaciones políticas, con su peligrosísima capacidad de convocatoria, masiva, multitudinaria, aplastante, de esas revoluciones que deveras cambian para bien al mundo entero.
Había una vez un hombre a quien los cronopios llaman John Lennin, los famas John Lennon y los esperanzas simplemente Lennon.
El 2 de mayo de 1969, John Ono Lennon y Yoko Ono publican Life With the Lions-Unfinished Music No. 2. Planean un bed in en Estados Unidos, pero le es negada la visa a Lennon y optan por Bermudas y Canadá, donde graban, desde una cama, Give peace a chance. El 26 de noviembre, Lennon regresa a la reina británica la condecoración de hace tres años en protesta por los crímenes ingleses en Biafra y el apoyo a los gringos en Vietnam.
El 10 de abril de 1970, Paul McCartney anuncia que deja The Beatles “por motivos personales y diferencias musicales”. El 8 de mayo culmina el proceso de edición de “Let it Be”, álbum póstumo del cuarteto liverpúlico. En agosto Lennon termina su primer álbum solista, John Lennon/ Plastic Ono Band. En diciembre visita, con Yoko, Nueva York.
El 6 de junio de 1971, John y Yoko se unen a Frank Zappa y sus Mothers of Invention en un concierto en el New York’s Fillmore East. En julio, Lennon graba “Imagine.” En agosto, la pareja decide instalarse en Nueva York y renta un departamento en West Village y un taller en el Soho. El 2 de enero de 1972, personal del Subcomité de Seguridad del Senado y el Comité Judicial preparan un documento acerca de las relaciones de Lennon con los movimientos radicales de Jerry Rubin, Abbie Hoffman y Rennie Davis.
El 29 de febrero expira la visa de no inmigrante de Lennon en Estados Unidos. El 4 de febrero, el senador Strom Thurmond había declarado acerca del documento senatorial contra las actividades políticas de Lennon: “Me parece que es un asunto muy importante, y creo que sería bueno considerarlo como del más alto nivel porque en mi parecer muchos dolores de cabeza podrían evitarse si se realizan las acciones adecuadas a tiempo.”
John Lennon en One a One, concierto en beneficio de minusválidos en el Madison Square Garden, New York, 1972. Foto: Brian Hamill |
Una copia de este documento oficial envió John Mitchell a la Casa Blanca. El 6 de marzo, el director de distrito, John Lindsay, funcionario neoyorquino, pide a las autoridades federales que permitan a los Lennon residir permanentemente en Estados Unidos. Hace hincapié en pedir la anulación del proceso de deportación que ya se había iniciado.
El 24 de abril Lennon declara que es vigilado y seguido por agentes federales y su teléfono está intervenido.
En marzo de 1973 las autoridades de inmigración ordenan a Lennon abandonar Estados Unidos. El asedio no cesa. Yoko gana legalmente la custodia de su hija Kyoko, de ocho años de edad, pero el padre, Tony Cox, desaparece con la niña. En octubre, John y Yoko se separan, él viaja a Los Ángeles para huir de los problemas migratorios. El 17 de julio de 1974 recibe la orden del Departamento de Justicia estadunidense de “abandonar el país en seis días o de lo contrario será deportado”. Lennon consigue una apelación. En agosto, a partir de una canción ya concebida, retorna a Nueva York para iniciar un nuevo álbum y para comparecer en los procesos legales de inmigración que se le siguen.
El 23 de agosto, desde el techo del edificio donde vive en Nueva York, John Lennon observa un OVNI en el firmamento. Son las nueve de la mañana, apunta en su mente.
El 31 de agosto denuncia ante la corte federal que la administración Nixon intentó deportarlo debido a sospechas de que el denunciante era uno de los organizadores de la manifestación pacifista en Miami, durante la Convención Republicana de 1972. Septiembre: el Board of Inmigration Appeals ordena a Lennon abandonar Estados Unidos el 8 de ese mes o de lo contrario será deportado. Lennon consigue otra apelación.
En diciembre la revista Rolling Stone revela detalles de una conspiración, ilegal, para deportar a Lennon de Estados Unidos, mientras el músico con su secretaria, May Pang y su hijo Julian, vacaciona en Disneylandia.
En enero de 1975 culmina el proceso de disolución de The Beatles. Yoko retorna a John. Reamarídanse en su departamento de los edificios Dakota. El 2 de enero, el juez Richard Owen había concedido el permiso a Lennon y a sus abogados para tener acceso, bajo ciertas condiciones, a los archivos de Inmigración.
En junio presenta en la corte federal de Manhattan denuncias formales contra los generales John Mitchell, Richard Kleindienst y otros empleados del gobierno por maniobras ilegales para deportarlo.
Septiembre: el Inmigration and Naturalization Service otorga un temporary non priority status gracias a la preñez de Yoko Ono. El 7 de octubre triunfa definitivamente en su batalla contra las autoridades de inmigración.
Las evidencias de persecución política se desgranan. El paso del tiempo va corroborando lo que medio mundo (porque la otra mitad le cree a la prensa del corazón y a la prensa comercial) sospechaba: el asesinato de John Lennon tiene todos los visos de un crimen de Estado.
Era sumamente peligroso: llamaba al mundo entero a practicar el bien.
Escribió una canción llamada “Dios.”
Había una vez un hombre que decía que “Dios” es un concepto. Y que de esa manera los humanos creen mensurar su dolor.
Había una vez un hombre que escribió una canción que tituló “Dios” y allí dijo que no creía en la magia ni en el I-ching ni en la Biblia ni en el Tarot ni en Hitler ni en Jesús ni en Kennedy ni en Buda ni en los mantras ni en Gita ni en la yoga ni en la realeza ni en Elvis (Pelvis, jeje) ni en (Robert) Zimmerman ni en Los Bitles y dijo que solamente creía en él. Bueno, en Yoko y en él. Y que eso es la realidad y dijo señores esto se acabó.
Pero antes se sentó en la banqueta a ver rodar las ruedas. Su propio desenlace:
Había una vez un hombre que vio el reflejo de uno de los rayos del sol dorado sobre el rayo de una rueda de bicicleta y volteó a ver el calendario: es 8 de diciembre de 1980, ha caído el día y retornan él y Yoko al Dakota Building.
Bromean, se dicen palabras que sólo ellos dos entienden. Se aman. Antes de llegar al vestíbulo, una pinche cucaracha dispara contra la cabeza del humanista. John Lennon cae por tierra, fulminado, y miles, millones en el mundo sentimos, también en ese instante, que nos lleva la chingada.
Dream is over
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