Luis Velázquez /Expediente 2014
Veracruz. 20 de Marzo de 2014.-Hay días y noches cuando el ciudadano está agobiado. Las balaceras a lo lejos, que parecen a la vuelta de la esquina. El ulular de la sirena policiaca como una estampida de búfalos. Un muerto más. Dos, quizá.
Tres, acaso. El miedo a caminar cada día
por una bala perdida. Un motociclista que se aparee en el alto, dispara
y huye como nauyaca retorciéndose en medio de los coches.
Termina el día y el ciudadano se siente abatido como una jornada laboral en el campo antes de la salida del sol y cuando la luna alumbra el surco.
De pronto, sentiría que es el cansancio de la chamba; pero la fatiga espiritual va más allá. Es la lectura del periódico. Un Veracruz, de norte a sur, con noticias malas. El sórdido mundo de la delincuencia. La organizada y la común. Los carteles y los cartelitos. Los ladrones. Los asaltantes.
Cierto. Se dirá que antes, hará unos cuatro años, estábamos peor. Pero es tanto como decir antes éramos felices e indocumentados. O decir, el tiempo pasado fue mejor. O decir, mi abuelita se ha vuelto nostálgica, cuando en las tardes se mecía en el sillón tlacoltapeño en la banqueta de su casa platicando y sonriendo con la familia, saludando al peatón, al vecino.
Y es que cada momento tiene su espacio. Y cada quien en su tiempo. Antes como antes. Ahora como ahora. Antes, otros gobernaban. Ahora, otros.
Y hoy, los días y las noches acalambran.
Cierto. Los restaurantes, los antros, la plaza comercial, los cines, están llenos. O medio llenos. Pero súmense los comensales y paseantes con los pueblos donde los carteles han convertido la vida en un Estado de Sitio. Súmense los habitantes de las colonias populares. Y de los pueblos rurales. Y de las regiones indígenas.
Un solo dato: el restaurante está lleno. Pero si se mira alrededor la mayoría de comensales son jóvenes y gente madura. Uno que otro anciano por ahí, y eso que Veracruz está poblado por 800 mil personas de la tercera edad, la mayoría, quizá, acaso, con una pensión miserable apenas para llevar una vida modesta y sencilla.
Además, claro, del sobresalto en el diario vivir.
Termina el día y el ciudadano se siente abatido como una jornada laboral en el campo antes de la salida del sol y cuando la luna alumbra el surco.
De pronto, sentiría que es el cansancio de la chamba; pero la fatiga espiritual va más allá. Es la lectura del periódico. Un Veracruz, de norte a sur, con noticias malas. El sórdido mundo de la delincuencia. La organizada y la común. Los carteles y los cartelitos. Los ladrones. Los asaltantes.
Cierto. Se dirá que antes, hará unos cuatro años, estábamos peor. Pero es tanto como decir antes éramos felices e indocumentados. O decir, el tiempo pasado fue mejor. O decir, mi abuelita se ha vuelto nostálgica, cuando en las tardes se mecía en el sillón tlacoltapeño en la banqueta de su casa platicando y sonriendo con la familia, saludando al peatón, al vecino.
Y es que cada momento tiene su espacio. Y cada quien en su tiempo. Antes como antes. Ahora como ahora. Antes, otros gobernaban. Ahora, otros.
Y hoy, los días y las noches acalambran.
Cierto. Los restaurantes, los antros, la plaza comercial, los cines, están llenos. O medio llenos. Pero súmense los comensales y paseantes con los pueblos donde los carteles han convertido la vida en un Estado de Sitio. Súmense los habitantes de las colonias populares. Y de los pueblos rurales. Y de las regiones indígenas.
Un solo dato: el restaurante está lleno. Pero si se mira alrededor la mayoría de comensales son jóvenes y gente madura. Uno que otro anciano por ahí, y eso que Veracruz está poblado por 800 mil personas de la tercera edad, la mayoría, quizá, acaso, con una pensión miserable apenas para llevar una vida modesta y sencilla.
Además, claro, del sobresalto en el diario vivir.
TODO MUNDO ESTÁ ADOLORIDO
Revísese la prensa. Las redes sociales.
Los periódicos digitales. Los correos de los amigos y conocidos.
Escúchese la voz vecinal. Todo mundo está adolorido. Todos tienen un
muerto, un secuestrado, un desaparecido, un extorsionado. Incluso, hasta
los ricos con todo y guaruras. Y veladores día y noche. Y como los
políticos, carros escolta.
Por eso el agotamiento del alma y del corazón en cada nuevo amanecer, cuando uno despierta y siente, siente en la piel, como una noche en vela, sin haber dormido en años.
Lo decía Albert Camus: la vida es un absurdo. Pero al mismo tiempo, necesita vivirse. Ahí está el encanto. Sísifo trepando la roca en la espalda a la cima, y cuando va llegando, la roca resbala. Y otra vez pa’arriba. Y otra vez. Y otra vez. Sólo se vive en pie de lucha.
Por eso, cada ciudadano de Veracruz va renovando la esperanza. Confía, claro, no queda otra, en que pronto la seguridad sea reinstaurada.
Sabrá el astrólogo, quizá, el momento cuando Veracruz se pudrió. Acaso, como el Zavalita y el Perú de Mario Vargas Llosa, Veracruz se está pudriendo todos los días.
Pero tampoco puede el ciudadano caminar sin la utopía. El sueño. La ilusión de que los niños, los hijos, las mujeres, los ancianos, vuelvan a tener la certidumbre de vivir en el paraíso terrenal.
Claro, nos queda el sol. La luna. La playa. La arena para jugar fútbol. El mar. El vuelo de una gaviota. El barco fondeado en la bahía. Los niños levantando un castillo de arena. La pareja furtiva.
Pero la vida, igual que la bamba, también es otra cosita. Lo dice la Biblia: “No sólo de pan vive el hombre”. Tampoco de sueños. Tampoco de ilusiones. Menos del discurso oficial, la palabra ofrecida. La borrachera es maravillosa. La cruda, terrible.
Por eso el agotamiento del alma y del corazón en cada nuevo amanecer, cuando uno despierta y siente, siente en la piel, como una noche en vela, sin haber dormido en años.
Lo decía Albert Camus: la vida es un absurdo. Pero al mismo tiempo, necesita vivirse. Ahí está el encanto. Sísifo trepando la roca en la espalda a la cima, y cuando va llegando, la roca resbala. Y otra vez pa’arriba. Y otra vez. Y otra vez. Sólo se vive en pie de lucha.
Por eso, cada ciudadano de Veracruz va renovando la esperanza. Confía, claro, no queda otra, en que pronto la seguridad sea reinstaurada.
Sabrá el astrólogo, quizá, el momento cuando Veracruz se pudrió. Acaso, como el Zavalita y el Perú de Mario Vargas Llosa, Veracruz se está pudriendo todos los días.
Pero tampoco puede el ciudadano caminar sin la utopía. El sueño. La ilusión de que los niños, los hijos, las mujeres, los ancianos, vuelvan a tener la certidumbre de vivir en el paraíso terrenal.
Claro, nos queda el sol. La luna. La playa. La arena para jugar fútbol. El mar. El vuelo de una gaviota. El barco fondeado en la bahía. Los niños levantando un castillo de arena. La pareja furtiva.
Pero la vida, igual que la bamba, también es otra cosita. Lo dice la Biblia: “No sólo de pan vive el hombre”. Tampoco de sueños. Tampoco de ilusiones. Menos del discurso oficial, la palabra ofrecida. La borrachera es maravillosa. La cruda, terrible.
LA AGENDA PÚBLICA EN MANOS DE MALANDROS
“¡Bienvenidos a la realidad!”, decía el
subcomandante. Hoy, algunos políticos se preguntan una estrategia para
desintegrar el caos.
Uno, la corrupción.
Dos, la impunidad.
Tres, la autoridad rebasada.
Cuatro, el vecino vigilante.
Cinco, fuentes de empleo.
Sexto, la educación.
Séptimo, el derecho a la salud.
Recetas sociales, pues, hay muchas. El Veracruz seguro. Los policías con maestrías y doctorados. El policía en tu colonia. El tercer director de la AVI. El tercer procurador. El mismo secretario de Seguridad, una especie de Genaro García Luna, con sus videítos en Xalapa en el centro de la ciudad.
¿Y?
Algo está fallando, pues antes Veracruz era el remanso, la paz de la provincia. Un talón de Aquiles existe por ahí. En vez de que la policía se convierta en una sombra para la delincuencia ocurre al revés. Los malandros siguen marcando la agenda pública de seguridad.
Cierto, estarían deteniendo a una banda delictiva cada semana. Cuatro al mes. 48 al año. Pero entonces, ¿cuántas son de norte a sur del llamado “estado ideal para soñar” que, como en el cuento de Tito Monterroso, “al despertar ahí siguen” y parecen multiplicarse como los peces y los panes del Jesús bíblico? ¿Estarían acaso, como decía André Malraux, que cuando se está en guerra todos tienden a exagerar la fuerza física? ¿De dónde diablos brotan tantos malandros que han perturbado por completo la vida cotidiana?
Por eso es que el ciudadano cada día y cada noche está agobiado. Y si es cierto, como se afirma, que los seres humanos venimos a la tierra para ser felices, y/o en todo caso, para ser felices los momentos, las horas que más se puedan, entonces, habría de preguntarse cuándo se jodió Veracruz (¡oh Mario Vargas Llosa!) que a partir de ahí pudiera, quizá, acaso, redescubrirse la medicina social para una enfermedad endémica que lleva más de tres años, más de un sexenio, varios incluso.
Uno, la corrupción.
Dos, la impunidad.
Tres, la autoridad rebasada.
Cuatro, el vecino vigilante.
Cinco, fuentes de empleo.
Sexto, la educación.
Séptimo, el derecho a la salud.
Recetas sociales, pues, hay muchas. El Veracruz seguro. Los policías con maestrías y doctorados. El policía en tu colonia. El tercer director de la AVI. El tercer procurador. El mismo secretario de Seguridad, una especie de Genaro García Luna, con sus videítos en Xalapa en el centro de la ciudad.
¿Y?
Algo está fallando, pues antes Veracruz era el remanso, la paz de la provincia. Un talón de Aquiles existe por ahí. En vez de que la policía se convierta en una sombra para la delincuencia ocurre al revés. Los malandros siguen marcando la agenda pública de seguridad.
Cierto, estarían deteniendo a una banda delictiva cada semana. Cuatro al mes. 48 al año. Pero entonces, ¿cuántas son de norte a sur del llamado “estado ideal para soñar” que, como en el cuento de Tito Monterroso, “al despertar ahí siguen” y parecen multiplicarse como los peces y los panes del Jesús bíblico? ¿Estarían acaso, como decía André Malraux, que cuando se está en guerra todos tienden a exagerar la fuerza física? ¿De dónde diablos brotan tantos malandros que han perturbado por completo la vida cotidiana?
Por eso es que el ciudadano cada día y cada noche está agobiado. Y si es cierto, como se afirma, que los seres humanos venimos a la tierra para ser felices, y/o en todo caso, para ser felices los momentos, las horas que más se puedan, entonces, habría de preguntarse cuándo se jodió Veracruz (¡oh Mario Vargas Llosa!) que a partir de ahí pudiera, quizá, acaso, redescubrirse la medicina social para una enfermedad endémica que lleva más de tres años, más de un sexenio, varios incluso.
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