Marcos Hernández.
Guitarrero del Trío Los Camperos de Valles.
PORTADA: Aideé Balderas Medina
PORTADA: Aideé Balderas Medina
Andrés Bernardo Moreno Nájera
Director de Casa de Cultura de San Andrés Tuxtla, Veracruz
Jaranero. FOTO: Amira Moreno |
Hoy el son jarocho se circunscribe a un número muy reducido de sones del viejo repertorio, la mayoría ha sido sustituida por nuevas creaciones, que son aceptadas con júbilo entre los soneros urbanos (entre los viejos campesinos hay resistencia), contribuyendo así a dejar en el olvido las viejas piezas. Con ello también se olvidan estilos, afinaciones, formas de instrumentación, versada, la memoria histórica, tradición oral, etcétera.
El son tradicional campesino es ejecutado con instrumentos de diversos tamaños y formas, guitarras de son y violines, con afinaciones diversas, pues el viejo campesino considera firmemente que cada instrumento tiene su propia voz, esto es, una particular sonoridad, razón por la que requiere una afinación acorde con su tamaño, con la encordadura y con la naturaleza de la madera, y en ese sentido las afinaciones más comunes son por cuatro, por dos, variación, chinalteco, bandola, media bandola y mayor obligado, entre otras. Mientras, el son jarocho urbano vive momentos de estandarización, tanto en la instrumentación como en la afinación, canto y baile. Se trata de dos espacios socioculturales distintos.
Existe una brecha amplia y profunda entre los jóvenes músicos urbanos y los viejos músicos campesinos y hasta hoy ninguna institución cultural ha podido reducirla, más bien han contribuido a abrirla más cada vez.
Hay sones que requieren cierta coordinación en su ejecución y en su baile, y por no darse esa coordinación por desconocimiento, dejan de tocarse en los fandangos. Estos viejos sones inician pausaditos y marcaditos; al canto del estribillo aumenta la velocidad de la música para permitir el zapateo fuerte de los bailadores, y terminando el estribillo se le dan dos o tres vueltas más, aumentando la velocidad de la música, y se para el son, para volver a iniciar pausado y para indicar la remuda en la tarima. Esto se hace sin dejar pasar el tiempo. Son los casos del Jarabe y El Fandanguito, que son sones de cuadrilla, así como El Borracho, La Bruja, El Sapo y Los Panaderos.
Otros sones dejaron de ejecutarse por la alteración del entorno sociocultural o la intromisión de nuevos patrones socioculturales producto del fenómeno migratorio.
El Huerfanito y El Trompito fueron sones que tuvieron presencia en el deceso de los niños. Era una obligación moral de los músicos de la comunidad estar presentes con la música cuando un niño moría, al cual se le tocaba toda la noche, con la idea de que si no se le tocaba su alma perdía el camino y venía a penar entre los hombres.
La Indita se escuchaba en las bodas. Era costumbre que en la mesa de banquetes se sentaran los recién casados acompañados de los embajadores, los padres y los padrinos, y hasta allí acudían los músicos y el versero para echar coplas de consejos en la lengua materna (náhuatlpípil) a los recién casados.
El Fandanguito se tocaba por encargo. Cuando alguna pareja de novios o esposos andaban disgustados se acudía al versero y se le exponía las razones y éste seleccionaba o componía lo que se cantaría esa noche en el fandango, especialmente en el son de El Fandanguito. Tanto las coplas como la décima estaban encaminadas a encontrar la reconciliación de la pareja en cuestión. Al echar la primera décima se le ponía el sombrero a la aludida en la cabeza para indicar que ese son tenía destinatario. Entre las coplas que se podían escuchar:
Dame una sola sonrisa
no me niegues tu mirar.
Si no me quieres hablar
escucha atenta, sin prisa
a quien te va a desenojar.
Fandango. FOTO: Amira Moreno |
Es mi sana pretensiónOtros sones que corren la misma suerte de no ser escuchados en el fandango son El Sapo, El Valedor, El Capotín, El Torero, El Borracho, La María Cirila, Los Enanos, El Conejo, El Zopilote y Las Poblanas, entre otros.
de decirte aquí negrita
y que sepas desde ahorita
que estás en mi corazón
y con mi firme intención.
He de servirte veloz
yo te lo juro por Dios
no querer a otras mujeres
pero negra si me quieres
escucha mi triste voz.
Don Heraclio Alvarado Téllez. FOTO: Aideé Balderas Medina |
Don Heraclio Alvarado y
los sones para la tierra
Aideé Balderas Medina Conaculta / DGCP
En el barrio de Terrero, en Colatlán, Ixhuatlán de Madero, Veracruz, en la Huasteca, vive don Heraclio Alvarado Téllez, Don Laco, campesino y músico tradicional. Cuando tenía ocho años sintió el llamado de la música y quiso aprender a tocar el violín con un pedazo de carrizo que él mismo confeccionó. Su padre, que también era violinista, lo dejo huérfano a la edad de doce años. El pequeño Laco era el hermano mayor, así que tuvo que dejar los juegos y aprender a ensillar una bestia mular para ir a vender piloncillo y de esa manera poder ayudar a su madre y a sus hermanos. Pese a la dura jornada laboral, su ardiente deseo de ser músico no se apagó, al contrario, cada que llegaba la fiesta del Carnaval, una semana antes del Miércoles de Ceniza, él se apuraba para tener leña cortada y mazorcas desgranadas a fin de que su madre le permitiera ir a bailar con los disfrazados y así estar cerca de la música, para aprender, así como aprenden los músicos líricos, “a las pegadas”.
En los años 40’s aún no llegaba a Colatlán la electricidad, ni las carreteras. Se hacían bailes iluminados con candiles hechos con latas de metal, mechas y petróleo. El repertorio de esos bailes eran sones que permitían que los bailadores pudieran platicar y “echar novio”. Sones como El Chicle, El Apareado, El Tolico, El Caballito, El Becerro, etcétera, están ahora casi extintos, ya casi no se tocan.
Don Heraclio es un hombre nahua que siente un profundo respeto por la tierra, por los ríos, los árboles y los animales que viven en la sierra que rodea su casa. Ha participado, como músico, innumerables veces en rituales de lluvia y elotes.
El ritual de elotes se hace cada año en septiembre u octubre. Durante tres días la gente que desea ofrendar se reúne en la casa del curandero. Entre los meses de mayo y junio, se sube al cerro para realizar el ritual de lluvia, también son tres días en vela y uno de ayuno. Se camina todo el día por empinadas laderas para ir a ofrendar a la tierra, al sol y al viento, y se pide lluvia para que crezca la milpa.
Músicos en el cerro en pleno ritual de lluvia. FOTO: Aideé Balderas Medina |
Aún falta por registrar parte del repertorio que conoce Don Laco. Urge hacer ese registro porque cuando él no esté se perderá todo el conocimiento que posee. Desafortunadamente no hay jóvenes que sepan tocar la gran cantidad de sones que él conoce.
Es necesario hacer el registro de los sones de elotes y de petición de lluvia. Sí, es necesario pero no suficiente, la música es un proceso que no se da aislado. Este repertorio tiene sentido en tanto se realizan las fiestas de elotes y de petición de lluvia, no es una pieza de museo. Es importante hacer grabaciones de campo pero también trabajar en otros niveles. Si se quiere salvaguardar la música tradicional, también se deben tomar medidas para salvaguardar las fiestas y rituales donde se interpreta este repertorio. Ello implica un trabajo integral donde las políticas públicas generen las condiciones de posibilidad que garanticen el cultivo de la tierra y el comercio justo.
Actualmente cada vez se realizan menos fiestas de elotes y de petición de lluvia. Las fiestas son sumamente costosas, ya que se ofrenda una gran cantidad de alimentos (gallinas, guajolotes, refrescos, aguardiente, galletas, pan, etcétera); se tejen miles de adornos de palma con flor y se recortan cientos de deidades en papel. Cuando se trata de ofrecer, los huastecos ofrendan en serio y más sí se trata de dar a la tierra. Los campesinos cada vez están sembrando menos. No hay relevos generacionales que continúen con las prácticas rituales. Las fiestas de elotes en Colatlán, son realizadas por personas que oscilan entre 50 y 80 años. Los jóvenes no están sembrando la tierra, están trabajando en las principales capitales de los estados o migraron a Estados Unidos por falta de mejores oportunidades. Aunado a todo lo anterior los ritualistas nahuas son discriminados por la población mestiza y por las diferentes religiones, ya que los acusan de practicar actos de brujería.
Aún falta mucho por repensar y por hacer y en materia de salvaguarda de la música tradicional y de sus portadores. Don Heraclio, a sus 83 años, sigue sembrando en su potrero, desgranando maíz y asistiendo, eventualmente, a los encuentros de huapango. Ve pasar la vida con la alegría y la fuerza que lo caracterizan. Mientras tanto, la música y las costumbres se transforman, se resisten a perecer, siguen vivas.
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