sábado, 6 de julio de 2013

El barro...



 

El alfarero mexicano tiene una larga historia. Tres mil años antes de Hernán Cortes, sus manos convertían la arcilla en vasija o figura humana que el fuego endurecía contra el tiempo. Mucho después, explicaban los aztecas que un buen alfarero da un ser al barro y hace vivir las cosas.
La remota tradición se multiplica cada día en botellones, tinajas, vasija y sobre todo en jarros de Tonalá, peleones jarros de Metepec, jarros barrigones y lustrosos de Oaxaca, humildes jarritos de Chililico, rojizos jarros de Toluca, correosos de greda negra… El jarro de barro cocido preside las fiestas y las cocinas y acompaña al preso y al mendigo. Recoge el pulque, despreciado por la copa de cristal, y es prenda de amantes: 

Cuando muera, de mi barro
Hágase comadre, un jarro.
Si de mi sed tiene sed, beba:
Si la boca se le pega,
Serán besos de su charro.


Eduardo Galeano, Memorias de Fuego
En agradecimiento a la Maestra que me obsequió este libro.

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