En 
todos los periódicos mexicanos --otrora llamados “de circulación 
nacional”-- que leí ayer, detecté síntomas de esquizofrenia. Aunque en 
sus páginas interiores publicaron testimonios de ciudadanos comunes y 
corrientes, que escucharon disparos y vieron a individuos anónimos pero 
también a patrullas policiacas azuzando a la gente para que se metiera 
en sus casas, todos culparon a los usuarios de Twitter y Facebook de la 
psicosis colectiva que afectó al estado de México y a las delegaciones 
de Iztapalapa y Tlahuac y de alguna manera al resto del Distrito 
Federal.
  La 
forma en que se condujo en sus ediciones papeleras y electrónicas del 
viernes la “gran prensa” es lamentable, explicable y preocupante. 
Lamentable porque revela,en unos casos más claramente que otros, la 
sintonía de los empresarios de las noticias con el “nuevo” PRI y Enrique
 Peña Nieto, que por medio de Antorcha Campesina, crearon el pánico en 
una amplia extensión geográfica.
 Explicable
 porque entre esos empresarios hay periodistas que antaño ejercieron su 
oficio con vocación crítica y que, por desgracia, hoy se muestran 
incapaces e indispuestos para comprender la irrupción de los usuarios de
 Twitter como nuevos actores políticos, en un sistema de control social 
que si bien se ha endurecido tras el fraude que encumbrará al poder a 
Peña Nieto, al mismo tiempo se ha debilitado por el monumental 
descrédito de la televisión y de sus “líderes de opinión pública”, hoy 
rebajados por motu proprio a la categoría de vendedores de tónicos 
contra la calvicie. 
  Preocupante
 es, por lo anterior, el futuro inmediato que nos aguarda. Si la 
televisión con sus culebrones, sus inmisericordes sobredosis de 
intoxicación futbolística, sus piadosas colectas a favor de los pobres 
para que los ricos no paguen impuestos y su derecho divino para 
extenderle certificados de autenticidad a ciertos aspectos de la 
realidad y negárselos a otros –por el sencillo procedimiento de 
transmitirlos o ignorarlos por completo--, si la televisión, resumiendo,
 nos mantenía tranquilos en casa, tragando papitas y cerveza y opinando 
sin ideas propias, hoy nos indigna y nos repugna.
 Sin 
el auxilio de la televisión, ¿qué le queda al sistema? La violencia 
directa. Y los hechos que desestabilizaron miércoles y jueves a millones
 de personas en el estado de México y el Distrito Federal, parecerían 
eso, la aplicación de la violencia directa contra la violencia simbólica
 –de la que tanto hemos hablado aquí últimamente-- desarrollada por las 
diversas expresiones de rechazo al fraude electoral del primero de 
julio.
  Los 
que hacen las primeras planas de los periódicos pero no leen las páginas
 de adentro, deberían recordar que en 2011, el engendro salinista 
llamado Antorcha Campesina reunió a 130 mil de sus aguerridos militantes
 en el Estadio Azteca para celebrar sus primeros 35 años de vida y tuvo 
como orador central a Peña Nieto. Hoy, Peña Nieto trabaja codo a codo 
con el general colombiano Oscar Naranjo, para poner en marcha una 
política similar a la que el presidente Alvaro Uribe impuso con saldo de
 decenas de miles de muertos en sus país –la creación de ejércitos de 
paramilitares-- y los antorchistas aparecen pero que ni mandados a 
hacer, por su inserción en el medio rural, para desempeñar esas 
funciones. 
     
Antorcha Campesina, el gobierno del estado de México, el PRI y antes y 
después de todos ellos Peña Nieto, realizaron el experimento del 
miércoles y el jueves, para avisarnos que si queremos jugar a la 
revolución con los performances de #YoSoy132, ellos tienen usos y 
costumbres menos poéticos y llevan inscrita en la frente la consiga que 
el anciano Fidel Velázquez –el para mucho ya olvidado líder máximo de 
los sindicatos domeñados por el PRI-- musitó cuando estaba ya tan chocho
 que no se le entendía casi media palabra: “A balazos llegamos al poder,
 y sólo a balazos podrán sacarnos”. Hablaba, obvio, de la Revolución 
Mexicana de 1910. 
     
Quienes no fuimos capaces de arrebatarle el poder pacíficamente a la 
olinarquía en julio, insisto, tampoco lograremos nada por la fuerza en 
estos momentos. Ya lo dijo en su cuenta de Twitter el miércoles Andrés 
Manuel López Obrador: “La decadencia continuará y debemos seguir 
luchando para proteger al pueblo”. De esta afirmación no cabe esperar 
que mañana, ante un Zócalo que volverá a llenarse a tope, el máximo 
dirigente opositor del país convoque a acciones espectaculares.
     
¿Qué sigue?, preguntan los carteles en los muros, los desplegados en los
 diarios y los mensajes en las redes sociales, así como en los autobuses
 que ya se acercan al DF por todas las carreteras del país. ¿Qué sigue? 
¿Qué creen ustedes qué sigue? ¿Un nuevo plantón en el Zócalo? Yo no 
apostaría a esa carta. ¿Un llamado a la huelga general hasta que 
renuncie Peña Nieto? Tampoco. ¿Medidas como el no pago de impuestos y 
tarifas de gas, electricidad y etcétera? Lo dudo. ¿Otro boicot a los 
productos de las empresas que favorecieron a Peña Nieto? No sirvió de 
gran cosa cuando lo intentamos en 2006 contra Calderón. 
     
¿Un repliegue táctico? Imposible. Andrés Manuel no puede pedirle al 
pueblo que se resigne, como lo hizo Cuauhtémoc Cárdenas tras el fraude 
de 1988, porque dejaría solo a #YoSoy32. ¡Vaya pregunta! ¿Qué sigue? 
Mañana en el Zócalo, o desde el Zócalo, lo sabremos. Hoy, para no 
variar, también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, por si 
ocupan, y nos volveremos a leer aquí el lunes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario