domingo, 9 de septiembre de 2012

Peña Nieto, Naranjo y ejércitos de paramilitares...

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En todos los periódicos mexicanos --otrora llamados “de circulación nacional”-- que leí ayer, detecté síntomas de esquizofrenia. Aunque en sus páginas interiores publicaron testimonios de ciudadanos comunes y corrientes, que escucharon disparos y vieron a individuos anónimos pero también a patrullas policiacas azuzando a la gente para que se metiera en sus casas, todos culparon a los usuarios de Twitter y Facebook de la psicosis colectiva que afectó al estado de México y a las delegaciones de Iztapalapa y Tlahuac y de alguna manera al resto del Distrito Federal.
   
 La forma en que se condujo en sus ediciones papeleras y electrónicas del viernes la “gran prensa” es lamentable, explicable y preocupante. Lamentable porque revela,en unos casos más claramente que otros, la sintonía de los empresarios de las noticias con el “nuevo” PRI y Enrique Peña Nieto, que por medio de Antorcha Campesina, crearon el pánico en una amplia extensión geográfica.
    
Explicable porque entre esos empresarios hay periodistas que antaño ejercieron su oficio con vocación crítica y que, por desgracia, hoy se muestran incapaces e indispuestos para comprender la irrupción de los usuarios de Twitter como nuevos actores políticos, en un sistema de control social que si bien se ha endurecido tras el fraude que encumbrará al poder a Peña Nieto, al mismo tiempo se ha debilitado por el monumental descrédito de la televisión y de sus “líderes de opinión pública”, hoy rebajados por motu proprio a la categoría de vendedores de tónicos contra la calvicie. 
   
 Preocupante es, por lo anterior, el futuro inmediato que nos aguarda. Si la televisión con sus culebrones, sus inmisericordes sobredosis de intoxicación futbolística, sus piadosas colectas a favor de los pobres para que los ricos no paguen impuestos y su derecho divino para extenderle certificados de autenticidad a ciertos aspectos de la realidad y negárselos a otros –por el sencillo procedimiento de transmitirlos o ignorarlos por completo--, si la televisión, resumiendo, nos mantenía tranquilos en casa, tragando papitas y cerveza y opinando sin ideas propias, hoy nos indigna y nos repugna.
    
Sin el auxilio de la televisión, ¿qué le queda al sistema? La violencia directa. Y los hechos que desestabilizaron miércoles y jueves a millones de personas en el estado de México y el Distrito Federal, parecerían eso, la aplicación de la violencia directa contra la violencia simbólica –de la que tanto hemos hablado aquí últimamente-- desarrollada por las diversas expresiones de rechazo al fraude electoral del primero de julio.
   
 Los que hacen las primeras planas de los periódicos pero no leen las páginas de adentro, deberían recordar que en 2011, el engendro salinista llamado Antorcha Campesina reunió a 130 mil de sus aguerridos militantes en el Estadio Azteca para celebrar sus primeros 35 años de vida y tuvo como orador central a Peña Nieto. Hoy, Peña Nieto trabaja codo a codo con el general colombiano Oscar Naranjo, para poner en marcha una política similar a la que el presidente Alvaro Uribe impuso con saldo de decenas de miles de muertos en sus país –la creación de ejércitos de paramilitares-- y los antorchistas aparecen pero que ni mandados a hacer, por su inserción en el medio rural, para desempeñar esas funciones. 
 
    Antorcha Campesina, el gobierno del estado de México, el PRI y antes y después de todos ellos Peña Nieto, realizaron el experimento del miércoles y el jueves, para avisarnos que si queremos jugar a la revolución con los performances de #YoSoy132, ellos tienen usos y costumbres menos poéticos y llevan inscrita en la frente la consiga que el anciano Fidel Velázquez –el para mucho ya olvidado líder máximo de los sindicatos domeñados por el PRI-- musitó cuando estaba ya tan chocho que no se le entendía casi media palabra: “A balazos llegamos al poder, y sólo a balazos podrán sacarnos”. Hablaba, obvio, de la Revolución Mexicana de 1910. 
 
    Quienes no fuimos capaces de arrebatarle el poder pacíficamente a la olinarquía en julio, insisto, tampoco lograremos nada por la fuerza en estos momentos. Ya lo dijo en su cuenta de Twitter el miércoles Andrés Manuel López Obrador: “La decadencia continuará y debemos seguir luchando para proteger al pueblo”. De esta afirmación no cabe esperar que mañana, ante un Zócalo que volverá a llenarse a tope, el máximo dirigente opositor del país convoque a acciones espectaculares.
 
    ¿Qué sigue?, preguntan los carteles en los muros, los desplegados en los diarios y los mensajes en las redes sociales, así como en los autobuses que ya se acercan al DF por todas las carreteras del país. ¿Qué sigue? ¿Qué creen ustedes qué sigue? ¿Un nuevo plantón en el Zócalo? Yo no apostaría a esa carta. ¿Un llamado a la huelga general hasta que renuncie Peña Nieto? Tampoco. ¿Medidas como el no pago de impuestos y tarifas de gas, electricidad y etcétera? Lo dudo. ¿Otro boicot a los productos de las empresas que favorecieron a Peña Nieto? No sirvió de gran cosa cuando lo intentamos en 2006 contra Calderón. 
 
    ¿Un repliegue táctico? Imposible. Andrés Manuel no puede pedirle al pueblo que se resigne, como lo hizo Cuauhtémoc Cárdenas tras el fraude de 1988, porque dejaría solo a #YoSoy32. ¡Vaya pregunta! ¿Qué sigue? Mañana en el Zócalo, o desde el Zócalo, lo sabremos. Hoy, para no variar, también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, por si ocupan, y nos volveremos a leer aquí el lunes.
 

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