Lástima, en vez de presidentes caricaturistas a Latinoamérica y el Caribe le han tocado puros personajes caricaturescos; desde el Doctor Francia hasta Juan Vicente Gómez, desde Trujillo hasta Somoza, desde Porfirio Díaz hasta Duvalier, desde Gustavo Díaz Ordaz hasta Vicente Fox. A través de Naranjo los mexicanos pueden reconstruir la magnificencia irrisoria
, como la llama Marco Antonio Campos, “de los gobiernos priístas y de sus presidentes megalómanos que cavan el abismo del país (…) Seguramente la tarea desacralizadora de la figura presidencial empezó entre los ‘moneros’ con Rogelio Naranjo, pero nadie, en los últimos, ha hecho una labor tan sistemática de piqueta”.
Los dibujos de Naranjo, tan maravillosamente acabados y precisos, actúan como relámpagos y son un ábrete sésamo
. Son una enseñanza implacable que nos vuelve menos torpes en el andar. Si el inglés John Berger nos enseña a ver con ojos nuevos en su Ways of seeing, Rogelio Naranjo nos abre la puerta del entendimiento más fino. Nada en él es vulgar o fácil y todo detalle se vuelve portentoso. Portentosos los rostros hambrientos bajo el sombrero de paja y el rebozo, portentosos nuestros ex presidentes que sólo pasarán a la historia por ser caricaturizables; portentosos los múltiples retratos de Carlos Monsiváis, Tina Modotti, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Renato Leduc, Juan Rulfo, Efraín Huerta, Rosario Castellanos, Tito Monterroso y Carlos Pellicer.
Sin el dibujo político, nuestra capacidad crítica y de protesta flotaría sin lograr concretarse. Sin el dibujo político no tendríamos la posibilidad de sonreír y reír, sin el dibujo político el humor del pueblo de México se perdería y hasta perderíamos los rasgos del carácter que finalmente nos salvan. Sin el dibujo político no estaríamos protegidos bajo las miles de finísimas rayitas que distinguen los dibujos meticulosos, pulcros, de Rogelio Naranjo, que tal parece oficiar en un altar, sobre un papel como hostia de primera comunión.
Acólito michoacano, la Universidad Nicolaíta dio a Naranjo una disciplina admirable y lo hizo leer historia, que lo apasionó a muy temprana edad. También le enseñó a reflexionar, a tolerar, a no inmutarse y a venerar la mesa de trabajo.
Naranjo causa asombro porque, además de elevar la caricatura a nivel de Arte Mayor, sus cartones
son dramáticos. Hacen llorar. Sus personajes consentidos, el campesino y el obrero, con sus ojos hundidos, su piel que apenas alcanza a forrar los huesos, inspiran tristeza. El propio Naranjo es muy dramático. Él mismo ha dicho que le sale el coraje cuando ve la diferencia entre ricos y pobres en México. Hay ricos y pobres en todas partes, pero en México son sumamente ricos contra sumamente pobres.
se acerca mucho al toro, apuesta su corazón en cada una de la infinidad de rayitas que condenan los abusos del poder. Alguna vez el padre de la autonomía universitaria, don Alejandro Gómez Arias, dijo:
A este hombre lo van a matar. Gómez Arias no podía prever que en su país, México, asesinarían a más de 50 periodistas mexicanos en un sexenio. Naranjo siempre supo que su profesión era peligrosa, pero las estadísticas de México rebasan con mucho las de otros países. Por eso queremos reiterarle que nosotros, como las millones de rayitas con las que nos ha cubierto, somos su valla protectora, somos escudos y también escuderos para que él siga con sus más de 10 mil cartones abofeteando la faz de gobernadores, caciques, empresarios, latifundistas, guaruras y cortesanos.
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