domingo, 6 de septiembre de 2015

El Niño Fidencio, el taumaturgo del fanático Pepe Cadena...




El Niño Fidencio comenzó a hacerse conocido muchos años después de la santa de Cabora. Ya había transcurrido la revolución; eran los tiempos de la posrevolución y la persecución religiosa. Aunque desde pequeño el Niño dio muestras de ser vidente, fue hacia 1925 cuando Fidencio, instalado como peón en la hacienda El Espinazo, Nuevo León, empezó a curar ovejas, a recetar, secretamente, a las familias del rancho infusiones con hierbas de la región y a atender partos. Todo había comenzado, señala Laura Riley, cuando el Niño, en una ocasión en que fue corrido de la hacienda, después de llorar mucho “oyó una voz que le dijo: Fidencio, no llores, que vas a recibir el don que mi padre celestial te ha dado; tú serás el doctor de los doctores y todas las enfermedades que mi padre ha mandado tú las curarás con puras hierbitas del campo que a ti te gusten, las cocerás y esa será la medicina para todas las enfermedades. Desde entonces, el Niño estaba convencido de que curaba por mandato divino.
Cuando se hizo realmente conocido fue cuando curó a los mineros mutilados por un accidente de trabajo. En 1927 logró sanar de un dolor al dueño de la hacienda que le prometió regalar(le) una propaganda en todo el mundo (para) que sepan lo que tú eres. Para ello mandó sacarle una fotografía que reprodujo y distribuyó por miles. Ahí nació también la afición del Niño por ser fotografiado y por preparar de manera cuidadosa las escenas y poses cuando era retratado.
El Niño también era espiritista, al parecer por influencia del dueño de la hacienda. Pero era sobre todo un curandero milagroso y tenía poderes adivinatorios. Operaba con pedazos de vidrio, extraía muelas, hacía amputaciones, daba masajes, tomaba el pulso; en sus curaciones recurría a brebajes, pomadas, cánticos, oraciones y rituales, usaba la herbolaria y, para las enfermedades de los nervios, daba golpes y sustos a sus pacientes. Ya famoso, daba todos los días la bendición a los presentes en El Espinazo, ofrecía café, empezaba a curar y a dar de comer a los enfermos; en la noche, después de cenar reiniciaba las curaciones hasta las seis de la mañana. Aunque mantenía una relación muy ambigua con las mujeres, siempre estaba rodeado de ellas.
En poco tiempo, la estación del ferrocarril se llenó de puestos de comida para los miles de peregrinos que acudían a El Espinazo en busca de curación. Ese inhóspito lugar, dice Riley, dejó de ser “un pedazo olvidado de tierra pobre y estéril (para) convertirse en ‘La Meca de los dolientes’, en verdad, había crecido una ciudad en torno al culto al Niño. Un árbol de pirul, muy cerca de la estación de ferrocarril donde Fidencio recibió una revelación, se convirtió en lugar santo, siempre lleno de exvotos y ofrendas, ritual que persiste en la actualidad”.
En 1928, a la estación de ferrocarril con que contaba la hacienda llegaban “los vagones abarrotados de personas enfermas… a quienes… no les importaba pasar penurias en aquel desértico lugar de Espinazo donde se encontraba el Niño Fidencio”. Ese mismo año fue la consagración definitiva. En medio del conflicto religioso más grave con la Iglesia católica llegó a visitarlo, también en tren, el presidente Plutarco Elías Calles, lo que catapultó aún más la fama del Niño.
De acuerdo con Berlanga, Fidencio impartía sacramentos y, en vida, empezó a tener fama de santo y él mismo se sentía santo. La fama del Niño se extendía a los indios estadunidenses que acudían a visitarlo. En el sur de Texas, en especial, acumuló infinidad de seguidores. Como la santa de Cabora, fue un taumaturgo que en vida recibió un amplio reconocimiento y logró tener dimensión no sólo fronteriza sino trasnacional.
El Niño recibió, durante años, la atención de la prensa escrita y, sobre todo, fue muy fotografiado. Le gustaba ser retratado en traje de montar o con una cruz o con los ropajes de la Virgen de Guadalupe, pero también con los pacientes a los que curaba. En la prensa se hablaba de él a favor y en contra. Las notas y fotografías de Fidencio se reproducían, de manera incesante, en periódicos de diferentes lugares de la República. Fue, dice Monsiváis, un ídolo de multitudes.
Cinco años después de la muerte del Niño, en 1938, comenzó a celebrarse la fiesta del Niño, el 17 de octubre, fecha que corresponde a su natalicio, ceremonia que ya se le hacía en vida y persiste hoy. La devoción a Fidencio, siempre rechazada por la Iglesia católica, se sigue trasmitiendo de generación en generación en poblaciones del noreste y centro de México y en Texas. Así, cada octubre, dice Laura Riley, El Espinazo se convierte en un campo de cuerpos dolientes, de peregrinos en busca de curación.
Paradójicamente los taumaturgos reciben mucha atención en vida, pero no logran el reconocimiento de santidad que les atribuye el pueblo; por el contrario, los transgresores, como Juan Soldado (Tijuana), Jesús Malverde (Sinaloa) y el Tiradito (Tucson) encuentran amplio reconocimiento y santidad en términos populares, después de muertos.

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