miércoles, 29 de agosto de 2012

Assange, Wikileaks y la censura en el siglo XXI

El autor de ‘Historia de la Destrucción de Libros’ y ‘El saqueo cultural de América Latina’ hace una reseña de la compleja relación entre Estados Unidos y la libertad de información, hoy aniquilada por las doctrinas de seguridad nacional. Fernando Báez además recuerda al héroe de esta historia, el joven Bradley E. Manning, quien hoy está apresado por haber entregado para su difusión los cables que revelan en parte la trama oculta del imperio norteamericano. Hoy Báez prepara su próximo libro:  ‘Las maravillas perdidas del mundo’.

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En la portada de la revista Life del 29 de mayo de 1944, Nro. 97, aparece una imagen que siempre me ha perturbado. Me refiero a esa escena frecuente en la Segunda Guerra Mundial: dos oficiales, uno de ellos cabizbajo, acaso sonriente, junto a un fajo de hojas en llamas y el otro, que confunde el deber con el desinterés, echando un vistazo a un expediente. Ambos calcinan información secreta en un pequeño horno y la leyenda de la imagen establece de forma expresiva: “Oficiales de la Sección de Inteligencia que vigilan la inteligencia del enemigo queman papeles confidenciales”.
Hablo de 1944, un año de acciones terribles que probablemente obligaron a borrar los datos de operaciones crueles contra los nazis; lo increíble es que han pasado casi siete décadas y los gobiernos de EEUU siguen en guerra y ocultando datos, sin que importe el Acta de Libertad de la información, que es de 1966, ni la Freedom of Information Clearing House, organismo que protege a los ciudadanos que indaguen información pública denegada. Lugares como la prisión de Guantánamo son bóvedas de verdades ocultas, aunque los ciudadanos entusiastas y activos confían en que el fenómeno de Wikileaks retome sus antecedentes y tumbe las aspiraciones de los manipuladores del mundo.
El primer golpe duro contra  los agentes de la desinformación ocurrió en 1971, cuando el periodista Neil Sheeban del New York Times tuvo acceso a 7.000 páginas clasificadas como secreto de estado máximo sobre la guerra de Vietnam y comenzó una sucesión de reportajes sobre los costos de una tragedia nacional, lo que provocó renuncias y reacciones violentas sobre los Papeles del Pentágono y, pese a la oposición política, el Tribunal Supremo sentenció que la seguridad nacional no estaba por encima del derecho a la información en todas las ocasiones, porque podía ser una excusa más que una realidad.
En ese momento, el autor intelectual de la filtración de documentos fue el analista militar Daniel Ellsberg, que destruyó su carrera por un asunto de conciencia al entregar el informe Relaciones Estados Unidos-Vietnam, 1945-1967: Un estudio preparado por el Departamento de Defensa a 18 diarios, entre los que estaba el poderoso The Washington Post. El oficial, que laboraba en la Rand Corporation fue espiado, difamado e incluso le inventaron cargos de espionaje para los soviéticos e incluso una mujer advirtió que él la había violado. Un consumado asesino impune como Henry Kissinger, advirtió que Ellsberg era “el hombre más peligroso de Estados Unidos y debe ser detenido a cualquier costo”. El mundo era entonces tan absurdo como el actual y Kisinger, en lugar de pagar sus delitos, fue premiado con el Nóbel de la Paz.
El segundo caso fue el Watergate, que expuso las mentiras del Presidente Richard Nixon y lo obligó a su salida el día 8 de agosto de 1974: la historia puede leerse en Todos los hombres del Presidente, un memorable recuento de Bob Woodward y Carl Bernstein donde una fuente identificada como Garganta Profunda y que hoy sabemos que se llamaba W. Mark Felt, director adjunto del FBI, expuso la verdad sobre las escuchas ilegales y pagos de soborno del equipo más cercano al primer mandatario. Cómo pudo mantenerse al margen de la polémica, es difícil de imaginar salvo por el excelente trabajo de los reporteros.
251.287 CABLES
En los recientes años se ha formado un nuevo alboroto conocido el tema de Wikileaks, cuyo liderazgo lo tiene el misterioso y polémico australiano Julian Assange, hoy peleado con sus antiguos compañeros de ruta. La hiperinflación de archivos que ha acelerado la era digital puede explicar que hayan sido difundidos 251.287 cables entre noviembre y diciembre de 2010, unos menos importantes que otros, pero fundamentales para conocer la actividad de 274 embajadas de EEUU en el mundo.
Algunos documentos son tediosos, archisabidos; apenas 15.000 documentos tienen relevancia y es justificable que las cadenas de medios globales se interesaran repentinamente por divulgar su contenido en medio de una crisis como la fracasada ocupación de Iraq, el desastre de Afganistán y la hecatombe económica que tiene en su contra el Presidente Barak Hussein Obama, de origen tan hawaiano como el propio vocablo Wiki.
En general, la publicación de la organización Wikileaks apareció y ha seguido apareciendo, no sin conflictos crecientes, en prestigiosos medios internacionales como El País, Le Monde, Der Spiegel, The Guardian y The New York Times. Entre la difusión de material más controversial acaso está un vídeo del 12 de julio de 2007 donde se logra distinguir cómo las tropas de EEUU asesinaron con desprecio al reportero de Reuters Namir Noor-Eldeen, y para no dejar testigos mataron a otras diez personas. Una conspiración de silencio que también ha acompañado el crimen del periodista José Couso, sentenciado a ser un símbolo sin significado por las corporaciones de medios.
“Assange es un terrorista de alta tecnología”, ha señalado el oscuro vicepresidente Joseph Biden, un burócrata al servicio de clubes y asociaciones favorables a las industrias militares. El bloqueo a WikiLeaks, por supuesto, ha pasado por una cibercensura violenta: La bondadosa Biblioteca del Congreso, un bastión conservador en manos de James Billington –experto de la era Reagan que todavía está vigente– niega a cualquier usuario acceso a los cables y este incidente ha causado problemas porque la consulta de base de datos del propio Congreso no ha podido ejecutarse.
El escepticismo y la sorpresa no deben impedir que el lector tenga presente que dentro de EEUU hay un pequeño grupo de poder cuyos privilegios son intocables como en cualquier otro lugar del mundo, sea China, Rusia o Suiza. No hay medio de comunicación, no hay institución o espacio que no estén bajo su control sobre todo a partir del fortalecimiento de los grupos post-guerra fría y el colapso posterior de la Unión Soviética. El Pentágono posee una Unidad para la ciberguerra capaz de asediar y detener información sobre datos de seguridad nacional, pero extrañamente no pudo impedir el flujo de datos de Wikileaks.
EL SOLDADO BRADLEY E. MANNING
No tiene sentido perder de vista dónde comienza esta historia. La fuente principal de la filtración fue Bradley E. Manning, un joven defensor de los derechos homosexuales nacido en 1987, criado en Oklahoma, la ciudad donde el veterano Timothy McVeigh causó el mayor atentado terrorista en 1995. De Manning, entrenado en Fort Huachuca, un centro militar de Arizona, sabemos que tenía acceso a la red secreta de documentos, y que estaba especializado en determinar las vulnerabilidades del adversario, analizar y preparar emboscadas. En Iraq, estuvo en Contingency Operating Station Hammer, donde además del amor por el golf de sus oficiales se conocen las operaciones de guerra sucia que han llevado a cabo.
Un buen día, el enojo reprimido o la sensación de poder que da la información, o ambas cosas, llevaron a que Manning preparara un CD al que puso en su etiqueta el nombre de la extravagante cantante Lady Gaga y descargó los datos que tenía a la mano, la punta de iceberg que podría ser la Antártida de los secretos. Posteriormente, contactó a la organización Wikileaks y su acción le costó cárcel, aislamiento y tortura, sin contar el misterioso manto de negligencia desagradecida que ha cubierto sus acciones en una era de banalidad y farándula adictiva.
Todo iba en camino de pasar a ser una noticia sin público entre 2010 y 2012 hasta que Ecuador concedió el asilo diplomático a Julian Assange en su Embajada en Reino Unido y pronto se supo que la policía ya contaba con un Plan para violar cualquier acuerdo internacional y extraditar a Assange a Suecia, donde unas mujeres lo acusan de hacer el amor sin preservativos, lo que es una excusa perfecta para que Suecia pueda cumplir con su pacto ignorado de entregar al periodista a EEUU, donde sería arrestado y eventualmente desaparecería en pocos años cuando los ciudadanos estuviesen distraídos por algún episodio de una de sus series de televisión favoritas sobre la fama, la supervivencia, o el humor inocuo.
Así funciona el mundo de hoy, igual o peor desde ese instante en que la seguridad nacional sirvió para aniquilar los derechos humanos. En la versión de El Gatopardo 2.0 todo ha sido clonado para preservar la esencia de las mentiras: Guantánamo sigue, Iraq está al borde de en guerra civil, Al Qaeda se fortalece en el África subsahariana, Bin Laden fue asesinado y arrojado al mar y esa versión debe aceptarse como única sin evidencia, Afganistán es un desastre, los banqueros corruptos de Wall Street que han creado una crisis mundial están más protegidos que nunca, y para mantener tranquilos a los medios que se quejan por sus muertos –nunca por los de los otros—se han desarrollado unos vehículos aéreos no tripulados (los drones) que aniquilan silenciosamente a centenares de personas en Paquistán y Yemen –muchos inocentes.
De no ser por Wikileaks, y el camino que ha abierto, las falsedades tendrían coartadas perfectas y por eso es que millones hemos decidido apoyar la labor de Assange y la de quienes como él nos ayuden a desenmascarar a los responsables de la crisis global que padecemos en estos inicios del siglo XXI. Pase lo que pase con nosotros, cárcel o desaparición, nuestros hijos merecen un mundo mejor, más transparente.


 Fernando Báez

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