domingo, 11 de diciembre de 2011

Tomás Segovia y la plenitud

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Xabier F. Coronado

Hay poetas para quienes la poesía es una cuestión estética, y otros para quienes es una cuestión vital.
Tomás Segovia

Poco queda por decir ante la merecida avalancha de artículos, comentarios y obituarios elogiosos que se desató desde el pasado 7 de noviembre cuando la noticia de la muerte del poeta Tomás Segovia se extendió por todos los medios de habla hispana. Fue su Anagnórisis final, el reconocimiento general a una actitud positiva y real ante la vida, a una forma de pensamiento que no dejó lugar a dudas.

Se fue el último eslabón de la cadena de escritores y pensadores del exilio republicano español, un drama humano consecuencia de aquel golpe de Estado involutivo que derivó en guerra civil y produjo, además de miles de muertos, una multitud de transterrados, obligados a ocupar un lugar en otra tierra para poder desarrollar sus vidas. De este hecho dramático surgieron cosas nuevas, otras oportunidades en escenarios diferentes. Nadie puede saber qué hubiese sido de todos ellos si las circunstancias traumáticas que marcaron de manera definitiva sus vidas no se hubiesen producido; lo que sí podemos saber y estudiar son las consecuencias, los resultados de ese llamado exilio intelectual. Para muchos de ellos, México se convirtió, por las circunstancias conocidas, en el nuevo hogar, en la tierra prometida donde recuperar la esperanza tras las pérdidas y la frustración sufrida.

Tomás Segovia (Valencia, 1927- México DF, 2011), después de un periplo que pasó por Francia y por Marruecos, llegó a México en la adolescencia y se forjó en su nuevo país con la serenidad del que acepta su destino: “Yo me desmarco del gueto del exilio español: lo que sea, de cada quien.”

La filosofía poética de la vida

La poesía es “vida inmediata”, vida que se expresa de la manera más directa posible
Tomás Segovia

Tomás Segovia hizo de la poesía una filosofía de vida y de su obsesión por la palabra y el lenguaje un arte, manifestado en numerosos textos que nos hechizan con su fuerza vital. Las palabras precisas que laten en el pecho de los amantes al recorrer sus cuerpos apasionados, tienen eco en el reconocimiento de lo propio, en la comprensión de una naturaleza admirada en éxtasis de consciencia, en instantes perpetuos: “El día,/ está tan bello/ que no puede mentir:/ comemos de su luz nuestro pan de verdad” (“Confesión.”)

Tomás Segovia llegó a la vejez en plenitud, con todo el poder que da la certeza de entender, de captar la filosofía de la vida, de llegar a la comprensión al trascender el diálogo con uno mismo y alcanzar la verdad de la existencia. Los sentidos lo mantenían en comunión con la naturaleza, con el ciclo de las estaciones, cuyo recuerdo le llevó de regreso a España para sentir de nuevo el vértigo de las metamorfosis y los renacimientos: “Hoy huele deliciosamente a invierno/...; El verano se adueña de la noche/…”

Porque su poesía es un canto a la vida, Segovia es un vitalista supremo y su pensamiento tiene la imperiosa necesidad de saberse y mostrarse vital, comunicar la verdad revelada es lo que lo convierte en poeta. Para Tomás Segovia la importancia de la poesía radica en ser capaz de transmitir la verdad de la belleza del mundo, de la vida.

En la obra de Tomás Segovia hay una constante búsqueda; rastrea lo vital ante la necesidad de ser libre, en sincero compromiso consigo mismo y con el mundo. Libertad y plenitud como reconciliación y aceptación del destino propio en la marea de lo colectivo para acceder al milagro de ser amado: “De pronto supe que el milagro/ No era amar tanto/ Lo milagroso es ser amado.” (Siempre todavía, 2008).

La palabra como instrumento

La paradoja ha sido siempre un arma privilegiada del pensamiento
Tomás Segovia

Para alcanzar ese propósito, que mezcla el milagro del amor con la plenitud de la naturaleza, Tomás Segovia utilizó “el suelo del lenguaje” en todas sus vertientes. La palabra traza los caminos de la vida, sendas y veredas hechas de versos, de miles de versos que permanecen como huellas y marcan una ruta de contrastes por este mundo dual que habitamos, el “paradojario” que sustenta nuestras vidas.

Quien vive y cuenta con palabras precisas la magia de lo erótico: “Un corazón puedes abrir, y si entro/ con la lengua en la entrada que me tiendes,/ puedo besar tu corazón por dentro”; no se permite dudas; elige la firmeza de la entrega, la suprema promesa de fidelidad a la vida: “Y esta promesa que le hago y que me hago/ De no desertar nunca de este puesto/ Nunca yo por mi lado/ Imprevisible mundo.” Su poesía se nutre de la observación de la vida porque se mantiene siempre atento, al acecho de las revelaciones que se desprenden de la realidad: “Pues sé…/ Que he metido la azarosa mano/ Bajo las ropas de la realidad” (Poesía, 1943-1997. FCE, 1998.)

Para poder compartir esas verdades se tiene la herramienta del lenguaje y se clavan las palabras en los versos para mostrarlas: “Yo creo que el hombre pertenece al lenguaje.” El idioma se convierte en la patria de los escritores que perdieron su tierra y por eso es en la libertad y la sabiduría del lenguaje, en el rigor de la escritura, donde encuentran su origen y su esencia. La escritura en todas sus formas –poesía, ensayo, relato, traducción, etcétera–, es el campo en donde Segovia cumple con la misión suprema de comunicar la verdad de la belleza de la vida, de despertar la conciencia de su existencia sin apropiarse el mensaje porque: “Toda tentativa de apropiárselo lleva a detener su flujo, a coagularlo, a ahogarlo, a matarlo” (“Profesión de fe”, 2008). Y lo logra al brindarnos la palabra precisa que nos permite descubrir lo que se le ha revelado.

Para Segovia la poesía es la raíz del lenguaje y “ese nivel primigenio del lenguaje, yo creo que es el nivel que se expresa en la vida cotidiana”. La palabra como instrumento para contar la realidad diaria: “Di si eran éstas las palabras/ Míralas bien/ Córtalas con cuidado/ Y vamos a guardarlas” (“Dicho a ciegas.”)

Tomás Segovia fue un pensador ubicado y comprometido con la vida, llegó a su plenitud en una vejez digna y activa que le significó el logro de la libertad tantos años perseguida: “A esta edad ya no tengo que demostrar nada. Estoy en paz con la vida. Esa es la libertad.”


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