sábado, 12 de febrero de 2011

Tepehuanos, en la misma línea de fuego...


México: la invasión de los sicarios. “En los primeros días de enero un comando de 60 hombres armados atacó Tierras Coloradas. Destruyó y quemó 40 viviendas, 27 vehículos y una escuela, por lo que la comunidad tepehuana de la región, conformada por 20 mil comuneros, podría emigrar a Nayarit”, dijo el alcalde de El Mezquital, Durango, y suena como dicho casi de pasada. Sin embargo, “el segundo escenario es que los indígenas defiendan su territorio y se enfrenten contra los comandos delincuenciales como ya sucedió en dos ocasiones”, una en San Francisco Ocotán y otra en Tierras Coloradas.

Según información de La Jornada, “el pasado 28 de diciembre, los más de 200 pobladores tepehuanos de esa comunidad expulsaron a un grupo de pistoleros que asesinó a balazos a dos integrantes de una familia del lugar y dejaron mal herido a otro”. Al enterarse que los criminales regresaban para vengarse, los pobladores de Tierras Coloradas se escondieron en la serranía o con familiares de poblados cercanos. Al no encontrar a nadie, la pandilla arrasó el pueblo.

Estos hechos forman parte del espejo de reacomodos que ya ocurren (y se ocultan) y que ocurrirán más conforme los tejidos delincuenciales crezcan y se afiancen como poderes de facto en todo nivel, a la sombra de la “guerra al narcotráfico”, en realidad un programa de expansión de las maquinarias bélicas con fines de lucro y control social que deja obsoletos los antiguos supuestos de la guerra de baja intensidad. Hechos como los narrados, con sicarios como los que arrasaron Tierras Coloradas, se repiten ya en las regiones indígenas más combativas de resistencia: en el corazón del territorio triqui de San Juan Copala y otros municipios oaxaqueños, en la Costa nahua de Michoacán, en las Huastecas, en lugares diversos de la Sierra Tarahumara y la Sierra Huichola y ahora, de manera atropellada, en Durango donde en 2003 los tepehuanos defendieron su territorio de ejidatarios zacatecanos, por un enredo de esos que sólo el infame Ernesto Zedillo pudo provocar. ¿Qué significan todos esos oscuros sicarios, al servicio de quién sabe quién, incrustados en las zonas de resistencia legítima, promoviendo una violencia contra cualquiera que levante la cabeza?

Ojarasca

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