viernes, 27 de marzo de 2015

Algo peor que el ministro



Hay males que usan máscara. Hay máscaras que asustan al mismo tiempo que embozan cosas peores. Es el caso del ministro Medina Mora. Nada sabía de inteligencia y asumió el cargo de director del Cisen, no sabía nada de policía y fue secretario, nada de procuración de justicia y fue procurador, nada de relaciones internacionales y fue dos veces embajador, nada de administración de justicia y hoy es juez supremo. Qué lección queda: se trata de un hombre sin integridad. Pero hay algo peor, que es lo que estuvo atrás; sí hay algo peor.
Algo que debiera tener en estado de alerta a los mexicanos son las arenas movedizas del autoritarismo en que estamos. Son muchos los casos recientes y son augures de que vendrán más: el caso extremo por hoy fue el del ministro Medina Mora, por el irrespeto a todo que arrastró en su desprestigio al Senado de la República, y remató con otro caso, la caída de Carmen Aristegui.
Peña es así un caudillo arcaico. Admira la forma de gobierno autoritaria e inescrupulosa de Álvaro Obregón, como lo demostró en su tesis de recepción como abogado. Admira a su paisano Adolfo López Mateos, el sonriente represor. Admira la fuerza y su aplicación, admira los resultados y no para en los medios. Es hombre efectista, no de principios. ¡¡Aquí sólo mis chicharrones truenan!!
Si la llamada transición mexicana fue aceptada como la introducción a la democracia, y si ciertamente se iniciaron cambios, hoy vamos en una vuelta en U, de regreso hacia lo abjurado. Estamos involucionando. En el discurso se aplica cualquier esfuerzo por pintar a México como una democracia surgente, en los hechos estamos de rebote al absolutismo.
Absolutismo y sus consecuencias: la corrupción, la impunidad, la protección al clan, la promoción y tolerancia indiscriminada a los sumisos, la intolerancia a la crítica, y con mucho es también la ambición de perpetuarse por la vía de la sangre, la del clan. Un modelo de gobierno cuya fuerza viene de Dios y a nadie más debe dar cuentas.
El absolutismo históricamente ha sido una respuesta con muchas ediciones a ciertas crisis de gobierno, pero se ha dado en versiones extremas: las órdenes ejecutivas de los presidentes de Estados Unidos que surgieron con Roosevelt en la Segunda Guerra Mundial, que son decretos promulgados por el Ejecutivo con el mismo peso que una ley. La otra cara de este recurso es Nicolás Maduro y sus pantomimas demoledoras de una mínima confiabilidad.
En México somos más sutiles. No necesitamos acudir a recursos constitucionales para ampliar la fuerza del Presidente. Somos sutiles, sabemos hacerlo, suavecito, corrompiendo o reprimiendo. El Presidente habla todos los días de un país inexistente mientras pasa por encima del espíritu de las leyes, habla de vencer la corrupción y protege a corruptos: Montiel, Moreira, Genaro García Luna y 100 más.
Quiere gobernar a sus vasallos a capricho imponiendo ocurrencias que hace pasar por trascendentes proyectos. Compromete el futuro del país y su propio registro histórico, pero eso… al tiempo. Esta es la situación hoy, pero para amarrar el futuro nos viene el plebiscito presidencial.
El calculado plebiscito presidencial del 7 de junio será la confirmación de que el pueblo ama a Peña Nieto, de que gobierna exitosa y acertadamente y que ese pueblo quiere más de lo mismo. Para lograrlo, ese día el obsceno PRI/Verde pondrá en juego todas sus habilidades, virtuosas y viciosas, tradicionales y novedosas. Mandará toda la carne al asador, dinero, dinero y más dinero, por aquí y por allá. Otro Monex, Sedesol o embutes, lo que se requiera para ganar.
Si esto sucede hoy y aceptando las leyes de la inercia, habría que pensar en los próximos tres años y medio. Nada cambiará aunque así lo haya anunciado el Presidente a través de The Economist. No cambiará el genio, ni su ánima ni estilo, aunque sería imposible predecir qué ocurrencia lo instigará, cuándo y con qué terribles consecuencias gobernará. La autocracia es así.
Se hará lo que sea para demostrar que México se mueve y se moverá a su capricho, para eso ganará el control de la Cámara de Diputados y, por ende, del Congreso de la Unión. De ello que el caso Medina Mora, con toda su gravedad, sea sólo un botón. Hay algo peor.
El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición.
Cicerón

Jorge Carrillo Olea

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