América Latina no ha
dejado de vivir de las materias primas. Los únicos cambios hacen
referencia a los rubros exportados. Durante el imperio español, oro,
plata y azúcar. En los siglos XIX y principios del XX, café, caucho,
tabaco, cacao, banano, trigo, piedras preciosas y minerales como cobre,
estaño, salitre o hierro. A medida que la revolución industrial,
científico-técnica, fue dominando el proceso productivo, la demanda de
materias primas creció exponencialmente, dejando en evidencia el
carácter desigual y predador del capitalismo. Nada parece haber
cambiado. En el siglo XXI, el tan cacareado milagro chileno del
neoliberalismo se reduce a exportar uvas, manzanas, peras, melocotones,
salmón, celulosa de papel, y el sempiterno cobre, junto a nuevos
minerales para la nanotecnología. Brasil, que goza de cierto
Caso especial son los países exportadores de petróleo, objeto de
deseo de las trasnacionales del sector: la crisis energética de los años
70 del siglo XX les otorgó un valor geoestratégico a medio y largo
plazos. La necesidad de asegurarse la posesión de las reservas ha
generado guerras espurias, golpes de Estado y bloqueo a los países con
políticas nacionalistas y antimperialistas. De allí los conflictos entre
las compañías o el patrocinio de la guerra de Irak, sin ir más lejos.
Hoy debemos añadir al petróleo y el gas natural el valor que poseen las
reservas acuíferas, la flora y la fauna selváticas y cuanto pueda ser
transformado en mercancía y huela a negocio. Los recursos naturales son
codiciados y representan un plus de poder para quienes logren adueñarse
de sus nichos.desarrollo industrial, es un exportador neto de combustibles, minerales, carne, alimentos, productos químicos, metales, bebidas, derivados de la madera, etcétera, es decir, con poco valor agregado. A la zaga están México, Venezuela y Argentina. Por citar aquellos de mayor extensión territorial.
Pero esto es sólo una parte del problema. A finales del siglo XX, Gonzalo Martner, ex ministro de Planeación del gobierno de Salvador Allende, publicó un estudio evidenciando el costo de vivir de las materias primas. En uno de sus apartados subraya: “en muchos productos básicos, desde la fase de producción, pasando por la distribución, el transporte y la comercialización, destaca la presencia de empresas multinacionales que articulan todos estos procesos como transacciones ‘intrafirma’ entre subsidiarias y la matriz. El comercio de productos básicos está controlado por empresas multinacionales entre 70 y 75 por ciento en los casos de banano, arroz, caucho y petróleo crudo; entre 75 y 80 por ciento en el de estaño; entre 85 y 90 por ciento para cacao, tabaco, trigo, algodón, yute, maderas y cobre; y entre 90 y 95 por ciento en los casos del hiero y la bauxita. El comercio intrafirma se hace con precios de ‘transferencia’ que no reflejan los precios de mercado, con lo que se evitan así los controles de cambio, se evaden impuestos y se trasfieren utilidades”.
del precio de venta al consumidor en un país industrial, el país productor recibe 11 por ciento en el caso del banano, 14 en el caso del café, 15 por ciento en el cacao, 30 por ciento en los cítricos y 10 por ciento en el mineral de hierro. Sin olvidar el deterioro de los términos de intercambio que se produce entre la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. Sólo en este concepto, según el Sela, en los años 80 del siglo XX se dejaron de percibir más de 50 mil millones de dólares.
Señeramente, Cuba patrocinó, siendo ministro de Industria Ernesto Che Guevara, entre los años 1963 y 1965, un encuentro para debatir las condiciones que enfrentaba Cuba y el tipo de sociedad que surgiría del capitalismo, tras la ruptura revolucionaria. En él intervinieron diferentes ministros e invitados internacionales como Charles Bettelheim y Ernest Mandel. Conocido como
el gran debate, hoy su relectura se vuelve imprescindible para repensar el costo que supone vivir de las materias primas cuando se inicia un proceso de transición al socialismo y soberanía política.
El capitalismo no presenta soluciones para un planeta que se ve abocado al colapso. Sus formas de explotación ahondan la política de tierra arrasada, exterminio y reinstauración de la esclavitud. Un ejemplo lo tenemos en el actual litigio que enfrenta a Ecuador con la trasnacional Chevron. Durante décadas, antes Texaco, depositó residuos tóxicos en zonas protegidas de la Amazonia, generando un daño medioambiental cuasi irreversible, y un desplazamiento de los pueblos originarios que la habitaban. Hoy desconoce el daño generado y demanda al gobierno de Rafael Correa pidiendo indemnización por su expropiación al Banco Mundial y el CIADE.
El problema sigue y sólo se resolverá en la medida que nuestros países logren articular un proyecto de soberanía productiva y controlen el proceso de producción, comercialización y distribución de las materias primas. El quid no es sólo vivir de las materias primas, sino la estructura del comercio internacional implantada por el capitalismo que impide el retorno de los beneficios mediante el intercambio y el desarrollo desigual. Sólo generando políticas emancipatorias y anticapitalistas superándolo se podrá conseguir la independencia política y económica al tiempo que dar lugar a los anhelos de justicia social, dignidad y democracia.
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