¿Qué entendemos por amor? Quizá haya pocas palabras con tal cantidad de posibles interpretaciones. El concepto de amor es tan contradictorio que se puede referir a algo inmaterial, puro y casto, como el amor espiritual; o a algo físico, apasionado y lúbrico, como el amor motivado por el erotismo. Cuando alguien nombra el amor, a veces no sabemos con certeza a qué se está refiriendo. Es normal, pues a menudo no tenemos una idea clara de lo que significa el amor para nosotros mismos.
El amor no es algo único, hay muchos tipos de amor y muchas maneras de amar. Entonces, ¿ese sentimiento que nos invade en situaciones tan diferentes no es siempre el mismo? Quizá no…, o tal vez el amor sí, es el mismo, pero se mezcla con emociones, deseos y pasiones que lo hacen diferente en cada ocasión. Posiblemente existe el Amor con mayúscula, puro, sin contaminar, pero lo que determina el tipo de amor es el sujeto-objeto hacia el que enfocamos ese sentimiento. Por eso, para entendernos, casi siempre tenemos que ponerle un apellido: amor filial o paterno, amor propio, amor carnal, amor al dinero, a la naturaleza, a Dios, a nuestros semejantes, etcétera.
En el diccionario oficial de la academia de la lengua, nos encontramos que la palabra amor (del latín, amor, –oris) tiene doce definiciones directas y no menos de veinte acepciones de uso. La primera definición dice que es un sentimiento que mueve a desear el bien a “la realidad amada”; la segunda se refiere a la atracción sexual; la tercera al “apetito sexual de los animales”; y el resto contempla otras posibilidades diferentes. En el diccionario de María Moliner la definición es más precisa, trata sobre el uso de la palabra amor en diferentes sentidos: concreto o abstracto, corriente o cuando se refiere a conceptos elevados. También indica que se sustituye familiarmente por “querer” o “cariño”.
Las fuentes: mitología, filosofía y literatura
El amor tiene, en la tradición grecolatina, su propia diosa: Afrodita/Venus. Según la mitología griega, Afrodita, diosa del amor y la belleza, es hija de Zeus –rey de todos los dioses concebido por Cronos y Rea–, y de Dione –nacida de Océano y Gea. Según otra versión, Afrodita surgió del mar. La narración mítica cuenta que Cronos, dios del tiempo, para destronar a su padre Urano –personificación del cielo como elemento masculino primigenio–, lo castra con una hoz gigantesca y después arroja sus genitales al mar que, al ser fecundado, engendra a Afrodita; por eso también se la conoce como “la diosa nacida de las olas”.
Foto: Justin Hill |
En la mitología Afrodita se presenta como esposa de Hefesto, dios del fuego, pero siempre aparece cortejada por numerosos amantes divinos y humanos. Se dice que de la unión de Afrodita con Ares, dios de la guerra, nació Eros, el dios del amor. También existen diferentes versiones sobre el origen de Eros. Parménides dice que es el primer dios concebido y, según nos relata Hesíodo en su Teogonía, Eros emergió del Caos primordial a la vez que Gea (la Tierra) y Tártaro (el Inframundo). En cambio, el poeta Aristófanes, en su obra Las aves, relata que Eros nació de un huevo incubado por Nix (la Noche), que había fecundado Érebo (la Oscuridad).
Eros representa la atracción sexual de los seres vivos y también la fertilidad. Se le conoce como un ser ambivalente, voluble y caprichoso que siempre consigue el objeto de su deseo. Eros es el ayudante de su madre Afrodita y encauza la fuerza esencial del amor hacia los seres humanos. Según la tradición griega, madre e hijo se reparten el trabajo, mientras Afrodita rige el amor entre mujeres y hombres, Eros sería el mentor del amor entre hombres. En la tradición romana (Cupido), se representa alado y ciego, portando un arco, y se dice que las heridas causadas por sus flechas inspiran amor.
Platón, uno de los principales teóricos del sentimiento amoroso, dedica dos de sus célebres diálogos a tratar este tema: “Fedro o del amor” y “Symposio (Banquete) o de la erótica.” En contra de lo que entendemos por “amor platónico”, el carácter del amor que expresa Platón en sus obras no es la renuncia al ser amado sino su relación con los ideales de la vida; el amor es un estímulo para crear la “vida ascendente”.
En el “Banquete”, Platón reflexiona, a través del discurso de sus personajes, sobre la naturaleza de Eros y el papel que juega en la vida humana. Fedro, el primero en tomar la palabra, entiende por Eros la pasión sexual y apoya la teoría del dios primigenio: “De entre los dioses, Eros es el más antiguo, el más venerable y el más eficaz para asistir a los hombres en la adquisición de virtud y felicidad.” Pausanias, dice que no todo amor es hermoso ni digno de ser alabado y sostiene que “no hay Afrodita sin Eros”, y que como hay dos Afroditas, “una más antigua y sin madre, es hija de Urano y la llamamos Urania; la otra, más joven, es hija de Zeus y Dione y se llama Pandemo”, también hay dos Eros. El de Urania infunde un amor elevado y “obliga al amante y al amado a dedicar mucha atención a sí mismos con respecto a la virtud”; en cambio, el Eros de Pandemo atrae el amor con el que aman los hombres vulgares, que desean más los cuerpos que sus almas. El siguiente comensal, el médico Erixímaco, opina sobre este doble Eros y dice: “Uno es el amor que reside en lo que está sano y el otro reside en lo que está enfermo, son el amor bello y el amor vergonzoso.” Es decir, un Eros hermoso, celeste, y otro vulgar, terrenal, “que debe aplicarse con cautela para cosechar el placer sin que provoque ningún exceso”. Con cada nuevo discurso las alabanzas a Eros se incrementan; Aristófanes piensa que los hombres no se han percatado del poder de Eros porque no han erigido en su honor grandes templos, y Agatón ve en el dios del amor la personificación de todo lo bello.
Por fin, llegamos al discurso de Sócrates, quien revela que Eros es un gran demon –genio o espíritu intermedio entre los dioses y los hombres–, que interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a éstos lo relativo a las divinidades, “al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo”. Sócrates sostiene una nueva teoría sobre el origen de Eros y afirma que el dios del amor fue engendrado por Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza), durante la celebración del nacimiento de Afrodita. Como consecuencia de ser concebido ese día, Eros siempre será ayudante de Afrodita y, por naturaleza, amante de lo bello. Según Sócrates, sus progenitores marcaron las características de Eros: “Es siempre pobre y, lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es flaco, desaseado, sin calzado y sin domicilio, sin más lecho que la tierra se acuesta a la intemperie, en las puertas y al borde de los caminos, lo mismo que su madre está siempre peleando con la miseria. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente y activo, perseverante y hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, amante del conocimiento, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal. Todo lo que adquiere lo disipa, de suerte que Eros nunca es rico ni pobre, y está, además, en medio de la sabiduría y la ignorancia.” Con estas palabras de Sócrates, Platón describe las cualidades del amor humano y sus contrastes.
Afrodita, British Museum |
Siguiendo el hilo de las fuentes filosóficas llegamos a Aristóteles, discípulo de Platón, que abarcó en sus escritos todo el conocimiento de la época. Cuando trata sobre el amor, el pensador macedonio considera que el hombre no ha de amar cualquier cosa, “sino aquella que es digna de amor”. En su libro La gran moral nos dice que el verdadero objeto del amor debe ser el bien, e insiste en que lo que se ama, a pesar de que nos parece bueno, a veces no lo es: “La mayor parte del amor procede de afecto y deleite, y por esto aman, y fácilmente desisten.” También trata sobre el placer y, al considerar que no siempre es un bien, concluye que no debe ser, en sí mismo, el objetivo del amor.
Una visión más hedonista y apasionada del amor la encontramos en el poeta romano Ovidio. En su época, el autor de El arte de amar fue considerado el maestro del amor erótico: “Si alguien en la ciudad de Roma ignora el arte de amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus versos.” Ovidio fue un enamorado totalmente convencido y entregado (“yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas encendidas”) que no dudaba que el placer era algo inherente al amor. Ovidio trató sin rubor las pasiones que se mueven en los diferentes tipos de relaciones amorosas. Su obra magna, Metamorfosis, compendia en quince volúmenes la mitología grecorromana y es una crónica de los amores entre dioses y héroes. A pesar de ser un escritor famoso y reconocido en Roma, el emperador César Augusto lo desterró por razones imprecisas ‒los motivos fueron, según el propio Ovidio, “un poema y un error”, y pasó sus últimos años de vida en el exilio, desde donde compuso Las Tristes, una obra doliente y resentida que buscaba el perdón del César.
Sin noticias de Afrodita
Gradualmente se produce la masculinización del tema amoroso y el tándem divino que manejaba los asuntos del amor (Eros y Afrodita) se va disgregando. Durante el imperio romano, Eros, en su molde de Cupido, dispara las flechas que trasmiten el amor a los mortales mientras que Venus/Afrodita, se desvanece en un plano más etéreo. Posteriormente, con el nacimiento e institucionalización de las religiones monoteístas ‒de dios único y masculino‒, comienza un largo período de fanatismo religioso que rechaza el carácter erótico del amor hasta sumirlo en la condena y el olvido. El sentimiento amoroso pasa a estar dominado por el amor sublime hacia un dios paternal. Los grandes místicos, como santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, experimentan en sus obras profundos éxtasis amorosos enfocados en lo divino y Dios aparece como el único ente digno de ser amado.
Para volver a encontrar alguna referencia a Eros, aquel dios primigenio, tuvieron que pasar cientos de años. En los albores del siglo xx, Eros reaparece en la obra del pensador austríaco Sigmund Freud. En su libro Metapsicología (1905), el creador del psicoanálisis resucita al olvidado dios helénico y lo utiliza de manera renovada, convierte a Eros en “el principio del ser” y lo identifica como el instinto de la vida. Para Freud, la existencia es la fusión de este Eros con Tánatos, el instinto de la muerte. Así, Eros retoma el lugar principal que la mitología y los antiguos filósofos le habían dado. Pero, ¿qué fue del amor? No hay noticias de Afrodita.
Con el último cambio de siglo, la tendencia parece enfocada hacia otro tipo de sentimiento amoroso: el amor por uno mismo. En la actualidad, época de individualismo feroz y culto al ego, todo parece tender a que permanezcamos mirándonos en la computadora, enamorados de la imagen virtual que proyectamos de nosotros mismos. Mientras tanto, el mundo real se desmorona.
Las nuevas tecnologías, la comunicación extrema y la red digital que envuelve al planeta, contribuyen a extender ese narcisismo virtual, regido por un dios personal, benévolo y consentidor con uno mismo, pero estricto e implacable para condenar a los demás. Esta tendencia se integra en la sociedad y se filtra en la cultura. Ese yoísmo de masas se hace presente en blogs y redes sociales que aspiran a convertirse en sectas globales, en ellas cualquiera puede tener diariamente su “minuto filosófico” como aporte circunstancial dirigido al mundo añadido.
Para intervenir en ese juego, aquí queda esta reflexión de Aristóteles (Moral a Eudemo, capítulo VI: “Del Amor Propio”): “Sobre el amor propio se ha discutido mucho si el hombre puede o no amarse a sí mismo. Hay personas que creen que lo primero de todo es amarse a sí mismo, y que, convirtiendo en regla el amor propio miden por él todas sus amistades para juzgarlas.”
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