El hombre está necesariamente loco y por otro giro de locura piensa no estarlo, habla como un matemático. En matemáticas, el término
necesariotiene un sentido preciso, indica un elemento que no puede escapar al rigor lógico. Si el hombre está necesariamente loco es porque terminará por comprender que nació para morir. Y esto es un pensamiento que puede enloquecer, es decir, volver lúcido, puesto que se llama loco a quien comprende. Hölderlin escribe: “Lange haben da shickliche wir gesuhrt” (Durante mucho tiempo hemos buscado nuestro destino). ¿Cuál es nuestro destino? Nacer y morir. Aparecer y desaparecer. ¿No es un destino de locura? Muerte sin fin, canto y eco del más alto pensamiento, dirá Gorostiza.
Un libro, un poema, una catedral, un palacio, son testimonios contra la muerte. Forjar una obra es negarse a morir. O aceptar morir dejando tras sí un recuerdo a quienes leen, miran. E, incluso, a veces, aman. El amor más fuerte que la muerte es, acaso, el único recurso terapéutico contra la locura.
Tuve la suerte, hace algunas semanas, de leer en una revista científica una sorprendente y enigmática noticia: el tiempo no existe. Simple ilusión, cosa mentale, semejante al número. Estructura y rejas de la razón. Días y noches no serían más que movimientos de rotación, de translación las estaciones y los años. Inventamos, para situarnos, nombres de calles, fechas, calendarios, tic-tac incesante de unas manecillas que podríamos cambiar, que cambiamos de un continente a otro, un laberinto donde abandonarse.
¿Escapar a las rejas de la razón? Por qué no hacerlo de la mano de Gérard de Nerval y lanzarse a recorrer las callejuelas, las avenidas, los jardines y los palacios de París. Toparse con Balzac enfrente del cementerio Père-Lachaise y contarle de los traders para oírse explicar que Nuncingen, su banquero, es exactamente eso. Pasar por Montmartre y hablar con Picasso y Diego de la próxima exposición de Rivera y Frida en París, este año sonriendo cuando le pregunto por el Anahuacalli, el poema de Óscar González sobre ese lugar sagrado y de Hilda Trujillo, Egeria del sitio. Llegar al jardín de las Tullerías, tocar al departamento de la gran Colette para decirle que acabo de encontrarme con Dumas y Athos del brazo. Volver hacia mi barrio, escapar a Quasimodo y Esmeralda, justo para preguntar a Nerval por qué se ahorcó en vez de arrojarse al Sena y dejarse llevar por la corriente del río a la manera de Ofelia. Escuchar el murmullo de su última respuesta con la voz de Apollinaire: Un atardecer de media bruma en Londres/ un granuja que se parecía a mi amor vino a mi encuentro/ yo seguí este chico malo que silbaba con las manos en los bolsillos.../ El bello fénix, si muere un anochecer/ por la mañana ve su renacimiento
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¡Feliz año nuevo! Hemos renacido.
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