Acuerdo en el Castillo de Chapultepec
Ayer, en su segundo día
al frente del Poder Ejecutivo, Enrique Peña Nieto suscribió con los
dirigentes de los tres principales partidos políticos del país –PRI, PAN
y PRD– un conjunto de acuerdos, denominados Pacto por México, por el
que se comprometen a diversas acciones de gobierno y reformas
legislativas orientadas a cinco objetivos fundamentales: gobernabilidad
democrática; crecimiento económico, empleo y competitividad; ejercicio
pleno de derechos sociales y libertades; seguridad y justicia, así como
transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción.
Más allá de los buenos propósitos, el acuerdo enfrenta como primera
dificultad hacer compatibles visiones programáticas distintas, e incluso
contrapuestas, con miras al cumplimiento de cada fin. En concreto, debe
hacerse notar que la realización de cuatro de los cinco acuerdos
–gobernabilidad, crecimiento económico, seguridad y derechos sociales
plenos– luce incompatible con la continuidad del modelo económico
depredador aún vigente, al que se han venido aferrando las sucesivas
presidencias a partir de Carlos Salinas y la mayoría de los
representantes y autoridades emanados del PRI y el PAN, modelo que en
más de dos décadas de ser aplicado ha potenciado la pobreza, la
desigualdad y la marginación; ha privado al país de bases para un
crecimiento económico sólido y duradero; ha derivado en una sociedad
tremendamente excluyente, en la que sistemáticamente son vulnerados los
derechos sociales y las libertades de las mayorías, y ha alimentado el
surgimiento de escenarios de violencia, inseguridad e ingobernabilidad
en todo el país.El llamado de Peña al diálogo y al consenso con los institutos políticos y los distintos actores de la sociedad plantea una oportunidad para inducir un golpe de timón en materia de política económica que permita dotar de sustancia los propósitos enunciados ayer en el Castillo de Chapultepec. Para ello es imprescindible que las autoridades concreten cuanto antes la aplicación de medidas que permitan salir de la nefasta preceptiva del llamado Consenso de Washington, empezando por una dignificación de los salarios y una reorientación del gasto público a aquellos rubros que debieran ser prioridad nacional: salud, educación, generación de empleos y bienestar.
Mención aparte merece el planteamiento, incluido en el acuerdo, de lograr que el sector energético nacional sea el motor del desarrollo, pues se corre el riesgo de que con ese pretexto se rediten los intentos por trasladar las industrias que componen dicho sector a manos de particulares, y de reactivar con ello un factor de tensión, división y rechazo nacional.
En conclusión, si lo que se quiere es que el acuerdo suscrito ayer sea respaldado
por todos los ciudadanos, como afirmó Peña, lo mínimo que cabría esperar es que los firmantes mostraran la voluntad política necesaria para abandonar las inercias ideológicas excluyentes y nocivas que hasta ahora condicionan las acciones del gobierno en beneficio de reducidos grupos de interés y en perjuicio del bienestar general. De no actuar en este sentido, el documento suscrito ayer en Chapultepec quedará desacreditado como mero acuerdo cupular.
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