martes, 5 de agosto de 2014

La guerra en Gaza y el petróleo mexicano

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El escrito de Noam Chomsky contra la guerra y contra los argumentos del gobierno de Israel para sus masacres en Gaza es irrefutable y abarcador. No impreca, razona. Su indignación sin límites se condensa en la lógica y la coherencia sin fisuras de su razonamiento y su condena del gobierno israelí. Pero, según su estilo, no se desfoga en desmesuras de lenguaje que debilitan la fuerza del argumento y oscurecen con adjetivos la fuerza sustantiva de la razón.
Desde el territorio mismo del Estado de Israel nos llegan voces de la inteligencia, la razón y la ira que se alzan, en minoría hostigada y audaz, contra los crímenes del gobierno y el ejército de Israel en Gaza. Reproduciré aquí, con mi entera solidaridad, un escrito de un viejo amigo y compañero, Michel Warschawski, israelí, que junto con su esposa Lea Tsemel, abogada y defensora de los perseguidos palestinos, vienen sosteniendo desde hace décadas en Israel una lucha tenaz y desigual en defensa de los derechos y las vidas de la población palestina y por un Estado democrático y social en Israel.
Lea nació en Haifa, Israel, en 1945 y estudió leyes en la Universidad Hebrea en los años 60. Michel Warschawski (Mikado) nació en Estrasburgo en 1949, hijo del rabí de esa ciudad francesa. Formó parte de la Liga Comunista Revolucionaria (trotskista) hasta 1990. Desde 1984 anima el Centro de Información Alternativa, organización no gubernamental palestina e israelí, que edita el periódico electrónico Alternative Information Center (AIC).
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El 31 de julio pasado, en plena ofensiva del ejército de Israel contra la población de Gaza, Michel escribió en AIC desde Tel-Aviv:
Llegará la hora en que los dirigentes del Estado y del ejército israelíes tendrán que responder por la premeditada masacre en Gaza. Deberán responder ante el mundo, ante los tribunales de justicia y ante la historia. No habrá circunstancias atenuantes. Netanyahu, Bennett, Lieberman, Ya’alon y Gantz: ¡A ustedes los esperan en La Haya!
Por la prensa hemos sabido que el gobierno israelí decidió llamar a filas a otros 16 mil reservistas más, de modo que 86 mil soldados estarán participando en la campaña contra Gaza.
Dado que Gaza cuenta con un millón 700 mil habitantes, y si de ahí se deducen unos 5 mil combatientes de Hamas y otras organizaciones (en una estimación exagerada), estas cifras significan que hay ahora un soldado por cada 10 civiles en esta zona, la más poblada del mundo.
No hace falta ser un gran experto para comprender que la incapacidad de la masiva fuerza militar israelí para derrotar a unos 5 mil combatientes indica que esta resistencia goza de un apoyo popular de masas, y que todos los comentaristas y expertos de la radio y la televisión están del todo equivocados, o engañan intencionalmente al público israelí cuando afirman que Hamas gobierna por la fuerza a la población de Gaza.
Si en los dos años pasados habían aumentado las críticas de los habitantes de Gaza a su dirección, en esta guerra Hamas ha ganado, con honestidad y valentía, una nueva popularidad. Y no solamente en la franja de Gaza, sino también en Cisjordania y en todo el mundo árabe.
Cualquiera sea el acuerdo de cese al fuego que pudiera lograrse, Hamas ha ganado en toda la línea.
¿Y el Estado de Israel? Debe esperar un creciente aislamiento internacional y que, llegado el momento, sus dirigentes deban presentarse ante un Tribunal Penal Internacional. Pues esto no es una guerra, es una masacre planificada. […]
Tarde o temprano, en verdad, los dirigentes del Estado y del ejército israelíes, con sus pilotos y sus oficiales de artillería, tendrán que rendir cuentas por esta masacre masiva premeditada: cuentas ante el mundo, ante los tribunales legales y, sin duda, ante la historia. Sin atenuantes.
Pero entretanto la masacre continúa y los corresponsales de la prensa extranjera informan desde Tel Aviv que una abrumadora mayoría de la población israelí apoya la política de guerra de Netanhayu, quien incluso recibe críticas desde una extrema derecha que exige una ofensiva militar por tierra que elimine a Hamas.
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Conocí a Michel Warschawski y a Lea Tsemel en abril de 1982, en una inolvidable gira de una delegación de periodistas mexicanos invitados por la central sindical israelí. Ambos me explicaron su lucha y su causa, y sus amigos palestinos me llevaron a conocer la otra Jerusalén, la de los palestinos despojados de casas, de tierras y de patria por los colonos israelíes.
Vi también, por otro lado, las maravillas de ciencia, técnica, conocimiento, ingeniería, agricultura que la población israelí había hecho en esas tierras palestinas que ellos con plena convicción creen y dicen suyas por mandato divino.
En ese lejano abril desde Jerusalén escribí una carta a mi madre contando lo que había visto en Israel: “un país trágico, no en paz sino en tregua, que se siente cada día cuestionado […] una tensión permanente, y no sólo aquella con sus enemigos sino una especie de tensión interna que los tiene siempre con las reacciones a flor de piel”.
Además, en esa misma tierra han estado desde siempre los palestinos, pro- seguía mi carta, quienes con inquebrantable convicción y pleno derecho “sostienen que esta es su tierra desde siempre y se las han quitado.
Y entonces el clima es de pasiones y de angustia”. Estuve en Galilea, una tierra dulce con sabor a los cuentos de infancia, le escribía a mi madre desde allá lejos: Pero nada me quitó el sentimiento de catástrofe futura que parece pesar sobre estas tierras. Ojalá no fuera cierto. La catástrofe está aquí y apenas en sus inicios.
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Estados Unidos se prepara para una guerra universal. Que estalle o no, es otra cuestión. Pero sería necio negar esta preparación que se trasluce en cada declaración y en cada movimiento sobre la situación mundial.
En esta enloquecida pero real geoestrategia, donde otras grandes potencias militares mayores y menores –Rusia, China, India, Japón, Pakistán, Alemania, Gran Bretaña, Francia…, la lista es larga– también preparan y modernizan cada día sus fuerzas armadas por lo que pudiera suceder, Estados Unidos –y el Pentágono en particular– tiene en Israel una base militar de primer orden, de altísima tecnología y con armas nucleares.
El desastre de la aventura iraquí y el crecimiento de otras potencias medianas en la zona acentúa la necesidad de conservar esa base avanzada.
En este escenario mundial que es innecesario detallar aquí, así como Rusia necesita a Crimea para tener acceso al Mediterráneo, Estados Unidos necesita a Israel –de toda necesidad– pues no tiene otra base militar territorial tan segura en la región.
Contra el mundo y el universo entero, no abandonará a su aliado y satélite Israel y a su estructura militar, avanzadísima en tecnología y en hombres y con una población arrastrada en la vorágine de la confrontación con Palestina. Y todo esto sin importarle demasiado cuanto pueda suceder a esos pueblos: daños colaterales, dirán llegado el caso.
A esa nación, Estados Unidos, que debe confrontar ahora a grandes potencias industriales y militares, tan poderosas en población, tecnología y territorio como nunca tuvo enfrente en el siglo pasado, los gobernantes de México, Poder Ejecutivo y Poder Legislativo, acaban de entregarle el petróleo, los minerales, las tierras y el subsuelo mexicano que por la Constitución de 1917 eran propiedad exclusiva de la nación mexicana.
Cuando Estados Unidos de América, como potencia bélica en pie de guerra (porque así está, aunque la guerra no estalle), no tiene seguridad sobre el petróleo, los minerales y los recursos estratégicos de otros continentes, el gobierno de México, con sus aliados de diversos colores y matices, acaba de cederle el acceso y la propiedad sobre los recursos estratégicos del territorio al otro lado de su frontera sur, el territorio de los Estados Unidos Mexicanos.
De este tamaño es lo que acaba de suceder en este país nuestro, mientras se desenvuelve la guerra y la masacre del ejército de Israel, avanzada de Estados Unidos y del Pentágono, contra la población martirizada de Gaza.
¿Entonces qué? En estos marcos mexicanos habrá que pensar las resonancias y consecuencias de la tragedia que por allá sucede y comprender la valentía y determinación de quienes allá mismo la enfrentan.

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